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CULTURAL MADRID 10-12-2016 página 26
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CULTURAL MADRID 10-12-2016 página 26

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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Relato ABC cultural SÁBADO, 10 DE DICIEMBRE DE 2016 abc. es cultura- cultural cultural. asp 26 Contar Está bien y es como tiene que ser A Manuel Astur se le vincula con algo llamado el neorruralismo en la literatura española. Lenguaje barroco que describe el campo, allí donde la vida y las decisiones pasan y no se toman. O peor aún: sí se toman MANUEL ASTUR ay que ver qué fea dejaron la casa comenta mi tío señalando con el mentón hacia el otro lado del valle, junto al bosque Ve eso Pacho y los corre a golpes. Tendría que haberse ido a vivir al bosque. Al bosque no le habría quedado la menor duda de que él era creación suya, semejante a un tronco podrido, a los huesos descarnados de un cadáver, a un nido de hurraca vacío invadido por el muérdago o a las ruinas de ese molino que en otro tiempo llenó de orgullo a todo el pueblo y que ahora es poco más que una ligera depresión rodeada de piedras y maleza, como si un piloto loco, imbécil o poeta hubiera soltado una bomba, sólo una, en mitad del monte durante la última guerra, y ese socavón absurdo fuera el único rastro de aquella explosión de rabia. Yo gruño, o menos, como respuesta. Pobre Pacho, ¿cuánto hace ya? Ocho años se pregunta y se contesta. Pero aunque apenas si sabía leer y no mostraba entusiasmo por nada; aunque era calmo como un lago en la nieve; pese a que la verdad estuviera siempre a su lado, él no quería verla y le daba la espalda. Así que aquel día se levantó al alba, como si nunca se hubiera jubilado si es que un campesino puede hacer tal cosa, pues más bien deja de ser necesario, como uno de esos aperos de labranza que no se tiran por cierta gratitud cercana a la magia parasimpática pero que se amontonan al fondo del trastero, donde son comidos por el óxido, la carcoma y el olvido Se lavó el rostro y se peinó el pelo blanco quiero imaginar que en una palangana con el es- H malte desconchado y con un peine de carey al que le faltaba un diente y se fue demasiado temprano. Mi tío se queda un momento pensando, escupe en su manos callosas. Menudo burro, qué manera de cagarla. Parte un tronco de un solo hachazo y le pega una patada a los dos trozos. Yo coloco otro tronco en el tocón. Ponerle nombre a los días es como escupir en un gran río y creer que todo el cauce es tuyo. El sudor de hoy no se diferencia en nada del de ayer. Esta tierra que remueves para poder plantar algo que llevarte a la boca es la misma tierra que removiste mil veces antes y que antes removieron tus antepasados y que removerán tus hijos cuando tú mismo pases a formar parte de ella. Una herida cicatriza sobre una herida, que a su vez cicatrizó sobre otra herida, y todas sangran, y todas creen ser la primera, las muy soberbias. Pero el caso es que era viernes y, tras caminar un buen rato, llegó a la chabola hecha de tablones y latas que había construido al otro lado de la montaña. Se sentó y siguió trenzando lentamente esos cordeles cortos y finos de plástico con los que se empaca la hierba en grandes terrones de azúcar verde. i tío golpea con fuerza, pero esta vez un poco desviado y el tronco cae al suelo. Se limpia con el dorso de la mano un sudor que no tiene en la frente. Yo pongo el tronco de nuevo en el tocón. Es de un ciruelo que derribó la última tormenta y que llevamos días troceando para tener leña en invierno. En su base hay lágrimas pegajosas de resina roja. Puta mierda. Es absolutamente imposible que conociera los comple- OBRA DE LA EXPOSICIÓN PARAJES INCULTOS DE ABIGAIL LAZKOZ, EN EL MUSEO ABC (MADRID) Manuel Astur M FERNANDA AMPUERO M Manuel Astur (Grado, Asturias, 1980) es poeta y quizás es todo lo que tendríamos que saber sobre él. Pero digamos algo más: ha publicado el poemario Y encima es mi cumpleaños (Esto no es Berlín, 2013) la novela Quince días para acabar con el mundo (Principal de Libros, 2014) y el ensayo Seré un anciano hermoso en un gran país (Sílex, 2016) jos mandalas de arena de colores que realizan los monjes tibetanos, en ocasiones, durante toda una vida. Pero me gusta creer que él también dedicó tantos días a esa actividad repetitiva e inútil sin pensar en un final. Porque me niego a aceptar que tuviera el odio y la crueldad necesarias para tejer impasible la que sería la soga con la que aquel día, cuando terminó, se colgó de una higuera. Sino que el final fue un impulso, como quien se asoma a un precipicio o juega con una pistola. Por supuesto, también es absurdo tan siquiera acariciar la idea de que supiera que los monjes tibetanos, cuando terminan uno de esos bellos mandalas en los que han trabaja- do sin descanso durante tantos años, justo después de depositar el último grano de arena, agitan la mano y soplan con fuerza para destruirlo sin pararse, ni siquiera un segundo, a admirarlo. esde donde estamos se ve su casa, en la ladera de la montaña. Sus hijos han hecho algunas reformas y han pintado la fachada de un espantoso color naranja. Uno de ellos está en la huerta. No lo distingo bien, pero doy por hecho que está inclinado porque labra la tierra. Aunque, por la postura, podría estar rezando. Bah. Que le jodan. Está bien y es como tiene que ser. D

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