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CULTURAL MADRID 14-01-2012 página 19
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CULTURAL MADRID 14-01-2012 página 19

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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SÁBADO, 14 DE ENERO DE 2012 abc. es ABC cultural 19 ni una palabra más, que juega a fondo su papel de europeo culto y exquisitamente educado en una sociedad, la estadounidense, insegura todavía, en los años 50 y 60, de su charme. Confieso no tener las ideas muy claras. A lo largo del libro he oscilado en mi grado de estimación por el personaje. No hay duda de la admiración que sentía Castelli por el arte y por los artistas y de su entrega incansable a ambos, pero también se advierte en su perfil a un hombre que recurre a estrategias propias de un empresario avispado para conseguir sus propósitos, transgrediendo acaso los límites en la actividad de un marchante de arte. Por ejemplo, su modo de resistirse a vender los cuadros que exponía en sus galerías, despertando un ansia loca entre los coleccionistas por poseerlos antes que el rival. O bien la forma en que se impuso en la Bienal de Venecia de 1964 para que la ganara Rauschenberg, a quien Castelli representaba. Nueva York en febrero de 1957, a los cincuenta y tres años. Y lo hizo del modo más expeditivo: enviando los muebles del salón de su apartamento, en el Upper East Side, al sótano y habilitándolo como sala de exposiciones con un buen sistema de iluminación y un catering memorable. Lo que podía ser, en otro caso, una forma de retiro agradable para un hombre que disfrutaba, a pesar de todo, de una buena posición por el mero hecho de haberse casado con una millonaria rumana, significó para Castelli el comienzo de una intensísima vida profesional como marchante y experto en arte estadounidense contemporáneo. ¿Hubieran sido las trayectorias de pintores como De Kooning, Pollock, Rauschenberg o Jasper Johns las mismas que conocemos de no haber existido Leo Castelli? La respuesta es negativa, porque este hombre, nacido en Trieste e hijo de un banquero plenamente satisfecho con formar parte del gran Imperio Austro- Húngaro, supo rodear las obras de estos artistas, y de muchos otros como Andy Warhol, de una atmósfera que les permitió brillar con la naturalidad necesaria. Y, Sin embargo, el principal problema para saber si hay que descubrirse, o no, ante un gran hombre surge de los apoyos con que contó para hacer lo que hizo. Fueron tantos y de tal envergadura, según la reconstrucción de Cohen- Solal, que cabe la pregunta de si su magia iba mucho más allá de un excepcional talento para las relaciones públicas. Su padre, nacido en Hungría y de nombre Ernesto Krausz (Mussolini obligaría a los triestinos a adoptar apellidos italianos) mantuvo a su hijo con el máximo lujo hasta que de él se hizo cargo su suegro, el empresario Mihai Shapira. Por otra parte, el apoyo de Ileana Shapira a Leo Castelli es fundamental, pues su olfato para el arte era indiscutible. No fue un matrimonio afortunado y ella, con los años, se volvería a casar, esta vez con Michael Sonnabend, estableciéndose en París. Junto a Castelli, formarían un trío de una admirable solidez empresarial controlando el arte estadounidense contemporáneo a los dos lados del Atlántico. De una cosa no me cabe ninguna duda al cerrar el libro, y es que Leo Castelli debió de ser el mejor representante con que puede soñar un artista. ANNA CABALLÉ LA CIENCIA DEL BOLSILLO HISTORIA ECONÓMICA MUNDIAL. DE LOS ORÍGENES A LA ACTUALIDAD FRANCISCO COMÍN COMÍN Alianza. Madrid, 2011 798 páginas, 38 euros Máximo lujo Negocio a gran escala lo que es más importante, supo conectarlos con la burguesía adinerada, la única que podía transformar el mérito artístico en un negocio a gran escala. En otras palabras, el celebrado propietario de la Castelli Gallery facilitó el flechazo que alteraría por completo la valoración del arte abstracto y del pop- art. En El galerista. Leo Castelli y su círculo, Cohen- Solal analiza con mucho detalle su papel, su progresiva influencia, su instinto social, su diletantismo, ciñéndose a los entornos y a las declaraciones de quienes le conocieron, más que a sus escasas palabras. Como no podía ser de otra forma, Castelli emerge del libro como un hombre reservado, seductor, astuto, que sabe decir siempre lo que conviene y El galerista Leo Castelli fue el descubridor de Rauschenberg, Jasper Johns y Andy Warhol (sobre estas líneas) Arriba, retratado por Warhol l componente previsible y cultural de la economía se halla vinculado a la Historia y por eso este oportuno e interesante volumen, que repasa su evolución desde la Edad de Piedra hasta la crisis de la deuda soberana europea, proporciona no solo una perspectiva a largo plazo, sino una considerable dosis de optimismo. Como bien muestra Francisco Comín, uno de nuestros mejores historiadores económicos, frente al riesgo de ver la economía como un retablo de las maravillas (o de los horrores) regido por fuerzas misteriosas y conspirativas, la realidad es más prosaica. Existe un abanico de posibilidades y escenarios, con agentes que operan de acuerdo con lógicas de libertad, improbables e impredecibles. De ahí que el autor ofrezca interpretaciones razonadas de cambios y revoluciones económicas o de la evolución de sistemas, y todo ello en un marco global. Se agradecen las referencias a España e Iberoamérica. El brillante epílogo, Los retos de la humanidad en el siglo XXI apunta con valentía: El pasado no puede utilizarse linealmente para predecir el futuro Sin renunciar a un diagnóstico fuerte tras la crisis iniciada en 2007, como siempre, la presión de los banqueros se impuso a las propuestas de los economistas apunta las vastas consecuencias geopolíticas de lo que acontece. Y es que, para bien o para mal, el mundo ya nunca será como antes. MANUEL LUCENA GIRALDO E

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