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CULTURAL MADRID 31-12-2011 página 33
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Strauss, suave modernidad El sello Brilliant dedica una caja de treinta y cinco discos a Richard Strauss, un compositor cuyo prolífico catálogo es todavía objeto de valoraciones críticas dispares Por Stefano Russomanno n una época de constantes polarizaciones, fue fácil para Adorno abonar la idea de que los destinos de la música del siglo XX se construían en torno a la contraposición entre Schoenberg (el progreso) y Stravinsky (la reacción) A Richard Strauss ni se le contemplaba en este esquema. Además de un baluarte de la conservación, Strauss había sido en términos musicales el gran perdedor moral de la Europa salida de la Segunda Guerra Mundial. Su connivencia con el nazismo le convertía en el superviviente de una etapa sobre la que había que bajar el telón cuanto antes. En las décadas siguientes, Strauss sería un compositor marginado del gran diseño crítico de la música del siglo XX, si bien su obra mantuvo un presencia ininterrumpida en el repertorio. A todo ello Strauss había respondido con la firmeza del comandante que prefiere hundirse con el Titanic en vez de agarrarse míseramente a un bote salvavidas. En plena catástrofe nacional y personal, Strauss oficiaba la despedida de la gran tradición musical alemana con dos creaciones magistrales, las Metamorfosis para cuerdas y las Cuatro últimas canciones: piezas crepusculares y retrospectivas donde, ante el presagio del final inminente, el compositor saca a relucir la opulencia de la polifonía, el lujoso colchón de la armonía tonal y el terciopelo de las sonoridades. SÁBADO, 31 DE DICIEMBRE DE 2011 abc. es ABC cultural 33 E Si algo no se le podía negar a Strauss, ni siquiera sus más enconados críticos, era un extraordinario y virtuosístico dominio de la orquesta. De ello ofrecen muestra temprana sus poemas sinfónicos, que fueron su tarjeta de presentación en la escena musical alemana y europea. Títulos como Don Juan, Así habló Zarathustra, Till Eulenspiegel, Don Quijote o Muerte y transfiguración contribuyeron a situar el nombre del compositor en la vanguardia de su generación. Fue, aquélla, una época de idilio con los apóstoles de la modernidad, culminada en las óperas Salomé y Elektra, que por su violencia sonora y su mortífera sensualidad escandalizaron al público biempensante. Elektra marca el comienzo de la colaboración entre Strauss y Hugo von Hofmannsthal, un binomio destinado a renovar los fastos de la inmortal pareja Mozart Da Ponte. Si en Elektra Strauss y Hofmannsthal ofrecían una lectura del mito griego en clave paroxística e histérica, el repentino cambio de registro que supuso El caballero de la rosa sorprendió a partidarios y detractores en igual medida. El Caballero imponía una suerte de vuelta al orden, la sustitución de la exasperación expresionista por los tonos pastel, las sonoridades mórbidas y acolchadas, la relación nostálgica y cariñosa con el pasado (aquí, la Viena del siglo XVIII) En realidad, el lenguaje armónico del Caballero no era menos atrevido que el de Elektra, pero Strauss actuaba con la habilidad de un prestidigitador suavizando las disonancias, disimulándolas, cargándolas de colores artificiales: tratándolas, en resumidas cuentas, no tanto como objetos contundentes para herir, sino como esencias aromáticas capaces de acariciar los sentidos. No menos polémico era el pastiche estilístico que impulsaba la partitura del Caballero: un gusto omnívoro que englobaba sin maniqueísmos los valses de Strauss (Johann) y los modos de la ópera bufa dieciochesca, la parodia, la ligereza, el kitsch, lo trivial y lo sublime, la alegría y la melancolía. Hay también, inscrito en este falso rococó de Strauss, un elemento constante de su música que la dota de un poder enigmático y un significado sorprendentemente actual: es su capacidad para situar la decoración en primer plano y trasladar al fondo la idea que la sustenta, hasta hacerla evaporar. Que se trate de la lectura de Nietzsche, de la celebración de la vida doméstica en su vertiente más prosaica (Intermezzo) de la olímpica evocación de la Grecia clásica (Daphne) o de refinados debates estéticos (Capriccio) la obra de Strauss no deja de afirmar el valor deslumbrante de la superficie sonora. Estos y otros aspectos emergen en la escucha de la Richard Strauss Edition que publica Brilliant: una caja que, al margen de alguna decisión cuestionable en la selección de las piezas, ofrece una panorámica exhaustiva del compositor en versiones de calidad. Es el caso de la música orquestal, aquí presente en las excelentes lecturas de Rudolf Kempe al mando de una agrupación de gran tradición straussiana como la Staatskapelle Dresden. En el apartado operístico, Salomé está encomendada a la batuta experta de otro straussiano de hierro, Karl Böhm. Del Caballero de la rosa se escucha aquí la legendaria grabación de Karajan con Schwarzkopf y Ludwig. La mujer sin sombra se vale de un sólido reparto donde lucen nombres como Keilberth, Hotter o Fischer- Dieskau. A una etapa más reciente se remontan las lecturas de Sinopoli, con una Ariadna en Naxos aceptable y una buena Elektra. Discutible resulta la ausencia de Capriccio, sobre todo cuando se dedican ocho discos a la producción de cámara y pianística del compositor, secundarias dentro de su catálogo. De los dos discos consagrados a las canciones, el segundo con el propio Strauss al piano tiene un interés histórico incontestable. RICHARD STRAUSS EDITION Diversos intérpretes. 35 CD. Brilliant (Cat Music) Una colaboración memorable Batutas expertas LAS TRES EDADES Richard Strauss joven (a la izquierda, en una foto de 1904) y maduro (sobre estas líneas, mientras dirige) Arriba, retrato del compositor junto a Hofmannsthal, por Willi Bithorn (1914)

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