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CULTURAL MADRID 17-12-2011 página 27
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CULTURAL MADRID 17-12-2011 página 27

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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SÁBADO, 17 DE DICIEMBRE DE 2011 abc. es ABC cultural U 27 Aclamado internacionalmente, Premio Turner 2001, Martin Creed recala en Madrid. Sin embargo, su retrospectiva en Alcala 31 deja al descubierto las trampas de su trabajo Por Fernando Castro Flórez na vez más, el cuento del traje nuevo del emperador. No podemos permitirnos camuflajes teóricos, complicidades pasteleras en la ceremonia del glamour o jueguecitos regresivos que posibiliten que la bola de nieve continúe aumentando de tamaño. Conviene decirlo con claridad: Martin Creed es uno de los artistas actuales más reconocidos, con una de las obras más obtusas y penosas que pueda imaginarse. Su completa falta de talento no tiene rastros post- punks, sino que es un prototipo del academicismo conceptual que ha conseguido seducir a museos, galerías, curadores y coleccionistas. El interés, por tanto, de reencontrar algunas de sus cosas (título de la muestra) es el de corroborar que son perfectas naderías que podrían suscitar, en una época marcada por la crisis, indignación, pero que seguramente mantendrán para muchos un inexplicable poder hechizante. A mediados de lo ochenta, Martin Creed era, lisa y llanamente, un pintor de una torpeza tremenda que comenzó a realizar objetos insustanciales como campanillas o recipientes para la sal y la pimienta que podían estar en la barra de un bar, en una puerta como picaportes o en el lavavajillas y, por supuesto, en la sacrosanta vitrina del Mundo del Arte. Como no era completamente estúpido, aprendió a jugar con el vacío, y así colocó un pequeño cubo en el muro de una galería, o transformó una hoja de papel DIN- A 4 en un burruño que, insisto, tiene que ser conservada como la más sacrosanta reliquia en una urna apropiada. En algunas ocasiones aparecía en sus obras un mínimo atisbo de sentido del humor, como cuando amplificó el sonido de un telefonillo, el de la cisterna del váter, una fotocopiadora o el lavabo. No pueden faltar los guiños duchampianos, por ejemplo, al colocar un tope que permite que una puerta se abra solo hasta los 45 grados o cuando consigue que se abra y cierre sin pausa. La memorable instalación Work n 127 The Lights Going On and Off, originalmente en Cubitt Gallery de Londres en 1995, le catapultó a los mediáticos honores del Premio Turner (2001) que es me permito decirlo de pasada algo local que ha terminado por adquirir el rol de global, una operación con mucho marketing que algunos snobs del bienalismo escuchan como si fuera la revelación oracular de la temporada. El modo de proceder de Creed es de una simplicidad pasmosa: realiza un cubo de cemento; coloca una serie de cactus escalonados o unos clavos en la misma disposición; fabrica una columna con piezas de lego; apila cajas en forma piramidal o demuestra que es capaz de mantener en equilibrio un número considerable de sillas o mesas. También es un especialista en el arte de doblar papeles, o incluso, como si fuera un milagro, de trocearlos. En una entrevista con Tom Eccles declaró que no sabía qué era el arte conceptual y que no se sentía cercano a esa estética, especialmente porque no puedo separar las ideas de los sentimientos Por lo menos no se tira el rollo en plan filosófico, ni tampoco suelta peroratas poéticas al contrario, directamente suelta perogrulladas: Estoy dentro Sobre estas líneas, retrato de Martin Creed. En la otra página, de arriba abajo y de izquierda a derecha, sus obras Work No. 701 (2007) Work No. 79 (1993) Work No. 78 (1993) Work No. 88 (1995) y Work No. 843 de mí. Todo es una gran sopa. No he visto una idea en mi vida No resulta irracional que termine por declararse expresionista siempre y cuando estemos dispuestos a aceptar que eso significa lo que él entiende: sacar todo lo interior hacia fuera. Maximiliano Gioni apunta que Martin Creed está fascinado por la cantidad y la repetición. Basta revisar un libro desproporcionado como el que publicara Thames Hudson con más de 1.000 páginas sobre el artista para certificar que no ha dejado de clonar sus ocurrencias, sucumbir al más torpe de los manierismos. Tiene el aplomo para reconocer que todo arte es decorativo aunque le faltaría añadir que el suyo es básicamente insustancial. Y lo que no podemos mirar sin sentir el aleteo de lo ridículo son sus dibujos, que no merecen otro calificativo que el de penosos: las geometrías expandidas como murales son auténticas ñoñerías; los garabatos y nubes no pueden justificarse ni como resultado de la regresión infantil y algunos dibujos figurativos son de juzgado de guardia. Da igual que utilice un brócoli para pintar o el acrílico para trazar torres: su capacidad plástica es nula. Creed es incansable probablemente porque su trabajo es una idiotez. Como hiciera en el MARCO de Vigo, estamos invitados a juguetear en un espacio lleno de globos o podemos disfrutar leyendo neones que revelan casi verdades místicas: Don t worry, Fuck off, Love, Hello o Everything is Going to Be Allright. Ni siquiera es preciso saber si es un cínico o un flipado que ha tomado el camino ortodoxo de celebrar lo superfluo y hacer cosas en plan delirante. Comentando sus canciones, apuntó que eran como statements y que, dentro de ellas, concedía especial relevancia a I Don t Know What I Want. Incluso uno de sus apologetas como Gioni confiesa que su arte es trágicamente onanístico o, en términos menos drásticos, que funciona como un circuito cerrado. En el vídeo que domina el espacio central de Alcalá 13 vemos cómo dos perros entran en un cubo blanco y, luego, una serie de tipos, que no parecen hacer otra cosa que perder el tiempo. Habría sido bueno que viéramos la pieza en la que otra serie de sujetos sueltan vomitonas de órdago o esa otra en la que una chica, con gran calma, suelta una cagada de precisión. Gilbert George, profetas tediosos del tancredismo y tutores displicentes del Young British Art, hicieron una consideración reveladora en torno a los modos del arte académico: Si pintas un estúpido cuadrito con un punto negro en el medio, a menos que lo cuelgues de la pared solo y lo ilumines con dos focos, nadie sabrá qué mierda es aquello... No hay ninguna razón por la que una obra de arte tenga que ser desconcertante Sin embargo, lo prosaico termina por llegar a un nivel casi de éxtasis religioso. Algunos estarán deseando escapar de este pantano y correr. Conviene no olvidar que estos no son los nietos de Godard, sino una banda aparte y singularmente patética. MARTIN CREED THINGS COSAS Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid. Madrid. C Alcalá, 31. Comisaria: Carolina Grau. Colaboran: British Council y Finsa. Hasta el 26 de febrero de 2012 Una perfecta idiotez El arte de doblar papeles

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