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CULTURAL MADRID 03-12-2011 página 5
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CULTURAL MADRID 03-12-2011 página 5

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ren algunas de las colaboraciones que se han producido en el pasado. En 2003, en conversación con el fotógrafo Jeff Wall, Jacques Herzog argumentaba que el acercamiento al arte actual por parte de los arquitectos tenía que ver con una excesiva libertad, una ausencia de reglas que imponía un nuevo tipo de arquitectura y una tendencia al pensamiento artístico y conceptual. Un argumento que, si bien tiene una dimensión positiva, se vuelve resbaladizo ante un proyecto como el Estadio Olímpico de Pekín (2008) de Herzog de Meuron en colaboración con Ai Weiwei. En él, la integración de la arquitectura con una visión artística local lo que convertía el proyecto no tanto en la construcción de un estadio, sino en la superposición de una vestimenta para una estructura justificaba la exaltación de una retórica simbólica y política. Si antes Herzog de Meuron habían expuesto las posibilidades de una revisión y expansión de lo arquitectónico a través de lo artístico con gestos como la fachada de la Biblioteca de Eberswalde, junto a Thomas Ruff (1999) con el Nido se lanzaban de pleno a la tendencia de colaboraciones arquitectoartista, que deben ser interpretadas como una validación de la arquitectura a través del arte: una búsqueda de modelos formales y fenomenológicos a través del pretexto de lo artístico para reportarle la identidad y los significados de los que ella misma se ha ido vaciando a lo largo del último cuarto de El aval necesario siglo, así como inventar (o forzar) supuestos conceptos de innovación. Si el arte podía aportar a la arquitectura un territorio donde encontrar el material para evitar el agotamiento de su vocabulario, así como ciertos planteamientos de innovación que pudieran hacerle escapar del riesgo de automatización como planteó Jan Turnovsk en el actual sistema de la arquitectura- espectáculo, el arquitecto ha recurrido al artista como cómplice necesario para imbuir al edificio de una potencia innovadora y una significación de mayor trascendencia. Eso potenció la objetualización de la arquitectura (aunque esta no haya precisado siempre de un artista, ya que, a menudo, el arquitecto se percibe a sí mismo como tal) sin poder evitar que nos cuestionemos si frente a tantos excesos de sofisticación formal quizás no contenga mayor profundidad una idea tan delirante como el Chiat Day Building de Frank Gehry, Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen (1991) Y, pese al valor y la capacidad experimental que suponen otros trabajos surgidos de la alianza artista- arquitecto, como ejemplificarían el Your Black Horizon, de Olafur Eliasson y David Adjaye o el Memorial en Steilneset (Noruega) de Peter Zumthor y Louise Bourgeois, esos edificios plantean la evidencia de que la asociación ha quedado obsoleta; el hecho de que lo provechoso de esta relación no es la obra, sino el proceso que es capaz de generar. Una concepción que puede resumirse en este planteamiento de Vito Acconci, traducible a la arquitectura: Arte ya no es necesariamente un campo, una profesión; ya no es un sustantivo: se ha convertido en un verbo La arquitectura debe hacer frente hoy a una reformulación de sus fundamentos para adaptar su capacidad de intervención cultural y social, lo que le impone asumir una noción más efímera o inestable desde el punto de vista material, pero más sólida conceptual e ideológicamente hablando. Solo así concretará las transformaciones que demanda el presente y que la enfrenta a la disolución de los que han sido sus convenciones y paradigmas. Y seguramente tenga en el arte los referentes cruciales para desarrollarlas. ISOZAKI Y KAPOOR son los responsables del auditorio flotante que recalará en las ciudades devastadas por el terremoto de Japón (arriba, desarrollo infográfico del mismo) Reconocer la imposibilidad de seguir definiendo lo artístico desde paradigmas ortodoxos y la forma como la acción artística se ocupa tanto de configurar modos para comprender y representar la realidad como para trabajar dentro de lo social, suponen factores que la arquitectura está tratando ya de absorber para articular su reconfiguración. No es una postura exenta de riesgos de narcisismo y futilidad, pero en ella puede desarrollarse la arquitecturalización que K. Michael Hays planteó al analizar el trabajo de Diller Scofidio: un ámbito mental y material que no solo sirva para el desarrollo de nuevas categorías de pensamiento y nuevos conceptos, sino también como punto de posición intermedia y propositiva entre la evidente desaparición de la figura autoritaria del arquitecto y el resignado cinismo que se subordina a las decisiones del mercado. Cambios de estrategia

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