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CULTURAL MADRID 26-11-2011 página 50
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CULTURAL MADRID 26-11-2011 página 50

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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Cine 34 SÁBADO, 26 DE NOVIEMBRE DE 2011 abc. es ABC cultural Los pantanos de Zanzíbar Tod Browning, Lon Chaney e Irving Thalberg, tres genios del cine, tenían un singular talento para filmar historias tan escabrosas y alucinadas como esta LOS TESOROS DE LA CRIPTA relámpago, subido en su carrito; y, arrastrándose como un reptil magullado, subirá hasta el presbiterio de la iglesia, para descubrir que Anna acaba de fallecer, dejando huérfana a la niñita, que Phroso reputa fruto del pecado. En un paroxismo de furia desgarrada, Phroso jura ante una imagen de la Virgen que la muerte de Anna será vengada; y que tanto su burlador, el traficante Crane, como la hija de ambos padecerán las consecuencias de esa venganza... servida en plato frío. A partir de aquí, Los pantanos de Zanzíbar se interna en pasadizos de inenarrable purulencia moral. Veinte años más tarde, descubrimos que Phroso ha confiado la educación de esa niña, llamada Maizie, ahora ya una jovencita arruinada por el alcoholismo y el amor mercenario (Mary Nolan) a la dueña de un tugurio o burdel de Zanzíbar; entretanto, él se ha convertido, merced a sus dotes de prestidigitador, en una suerte de reyezuelo de una tribu de caníbales, a quienes emplea como ladrones del marfil con el que Crane trafica. Lo secundan en sus expolios una pareja de esbirros burdos y malencarados, llamados irónicamente Tiny y Babe (Roscoe Ward y Kalla Pasha) y un médico dipsómano y reducido a escombros (Warner Baxter) quien entre las nieblas etílicas aún hallará fuerzas para oponerse a los planes perversos de Phroso: cuando por fin Crane haya identificado al responsable de los saqueos, Phroso ordena traer a la envilecida Maizie a su guarida; su propósito es descubrir a ambos la relación que los une, justo antes de entregarlos como banquete a los caníbales sobre los que gobierna... Pero su diabólica venganza será entorpecida por otras bizantinas revelaciones, en un desenlace tremebundo y desquiciado. Entre su repertorio de atrocidades, Los pantanos de Zanzíbar nos ahorra, sin embargo, algunas menudencias del drama original que Thalberg consideró excesivas (así, por ejemplo, en la obra de DeVonde y Gordon, Maizie padecía sífilis, contraída en los burdeles de Zanzíbar) A cambio, la película se regodea en la recreación de atmósferas pútridas (las ciénagas que rodean la guarida de Phroso están infestadas, por supuesto, de faunas reptilianas y arácnidas) y se zambulle en las letrinas del subconsciente, cual buzo de alcantarillas, para sacar a la luz una luz oleaginosa y mugrienta, como enferma de ictericia las depravaciones de su protagonista, el tullido Phroso, que rapado y sudoroso, corroído por la locura o la septicemia, parece una versión caricaturesca del Kurtz de Conrad. Inevitablemente, Los pantanos de Zanzíbar fue denostada por la crítica más morigerada, que con sus execraciones y denuestos contribuyó a su éxito estrepitoso. Algunos años más tarde, William J. Cowen probaría un remake más desangelado (o desendemoniado) en Kongo (1932) con William Huston y Lupe Vélez en los papeles de Lon Chaney y Mary Nolan; y es que Browning no hay más que uno (aunque imitadores y epígonos los encontremos en la calle a patadas) JUAN MANUEL DE PRADA LOS PANTANOS DE ZANZÍBAR. TOD BROWNING. PROTAGONIZADA POR LON CHANEY. EE. UU. 1928 Atmósferas pútridas écima y penúltima colaboración del tándem formado por Lon Chaney y Tod Browning, que ya había procurado obras tan turbadoras y marcianas como El trío fantástico (1925) o Garras humanas (1927) Los pantanos de Zanzíbar (West of Zanzibar, 1928) volvería a probar las dotes del dúo para merodear territorios prohibidos, acechados por las turbiedades más abracadabrantes. En esta ocasión, Browning se atreve a adaptar para la pantalla Kongo, una obra de teatro original de Chester DeVonde y Kilbourn Gordon, que había causado sensación en Broadway un par de años antes; y cuya trama, salpimentada de escabrosidades y truculencias edípicas, había causado gran escándalo entre la crítica más morigerada. Irving Thalberg, el todopoderoso wonder boy de la Metro Goldwyn Mayer, sabía que no hay mejor receta para el éxito que escandalizar a la crítica morigerada; y contaba, además, con la complicidad entusiástica de Browning, un director que no se arredraba (o que más bien se envalentonaba) ante la escabrosidad y la truculencia, y de Chaney, un actor siempre a la búsqueda de personajes trastornados y patéticos, tullidos y deformes, arrebatadamente circenses. D Kongo, en realidad, podría haber sido concebida por ellos mismos, en una noche de farra alucinada; e imaginamos que brindarían de gozo cuando Thalberg les comunicó su intención de llevarla al cine. Los pantanos de Zanzíbar cuenta la historia de un mago de medio pelo, Phroso (Lon Chaney) perdidamente enamorado de Anna (Jacqueline Gadsden) la joven que lo acompaña en sus números de ilusionismo. Pero Anna planea escapar al África con Crave (Lionel Barrymore) un traficante de marfil bravucón e inescrupuloso que no tendrá empacho en revelar la cruda verdad al cornudo Phroso. A la revelación sigue una trifulca entre los dos pretendientes, que se salda con la caída de Phroso desde una barandilla elevada, en las bambalinas del teatro donde actúa. De resultas del altercado, Phroso se queda paralítico, mientras los amantes huyen sin prestarle socorro. Algún tiempo después, un mendicante Phroso, que se desplaza por las calles subido en un rudimentario carrito que propulsa con sus propias manos, sabe por unas viejas cotorras que Anna ha vuelto a la ciudad, acompañada de una niña recién nacida, y que ha buscado refugio en una iglesia próxima. Hasta allí se dirige, a velocidad de Muerte y venganza Arriba, a la izquierda, Lon Chaney al comienzo de la película. Sobre estas líneas, cartel del estreno, Tod Browning y Chaney en otra de sus caracterizaciones

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