CULTURAL MADRID 12-11-2011 página 28

Arte 28 INMATERIALES JOSÉ JIMÉNEZ EN EL CURSO DEL TIEMPO ocas figuras del mundo antiguo han mantenido e incluso mantienen hoy un halo tan persistente como Alejandro Magno (356- 323 a. C. Utilizando su reclamo, el Museo del Louvre presenta hasta el 16 de enero una exposición ejemplar, En el reino de Alejandro el Grande. La Macedonia antigua, que supone una magnífica reconstrucción de la Historia y manifestaciones culturales de ese reino del norte de Grecia y una incursión abierta en las formas y métodos de trabajo de los arqueólogos. Postergada hasta cierto punto por los importantísimos vestigios del Ática, el Peloponeso, el sur de Italia, Sicilia o el Asia Menor, los conocimientos sobre la antigua Macedonia han experimentado un giro notable solo en tiempos muy recientes. El punto de inflexión fue el descubrimiento en 1977, en lo que parece que fue la primera capital del reino, de varias sepulturas reales, entre ellas, intacta, la de Filipo II (382- 336 a. C. el padre de Alejandro. Los hallazgos arqueológicos se han ido sucediendo desde entonces hasta 2008 y 2009, en que se ha podido sacar a la luz un conjunto de enterramientos enigmáticos, en uno de los cuales se encontró un delicadísimo trabajo de orfebrería: una corona de oro de hojas de roble, una de las piezas más importantes de la exposición, junto a todo un variado conjunto de bellísimas obras de arte. En la muestra podemos realizar un auténtico viaje en el tiempo, gracias a las huellas y manifestaciones culturales rescatadas. Elementos decisivos de la historia política, la sociedad, el arte y las creencias religiosas y la muerte en Macedonia desde el siglo XV hasta el año 168 a. C. cuando, tras una derrota militar, se convierte en provincia romana, van presentándose en un montaje claro y accesible. Y algo a destacar como elemento recurrente: estamos ante una Grecia distinta, diferente, a la que seguimos considerando hoy la cuna de nuestra tradición cultural. Mestizaje cultural o hibridación serían los términos claves P para caracterizar lo que encontramos. Lo griego aparece una vez y otra mezclado, fusionado con lo asiático, dando lugar a formas de cultura y de representación eminentemente híbridas. Todo ello habla directamente a nuestra sensibilidad actual. En la expansión militar y cultural de Alejandro Magno desde Grecia hasta la India, en su poder imperial, que en buena parte sería después tomado como modelo por Roma, podemos reconocer, salvando las distancias, algo similar a lo que hoy llamamos globalización. Eso sí, la exposición permite apreciar que Alejandro fue la culminación de un proceso, cuyo inicio se puede situar en el reinado de su antepasado Alejandro I, quien reinó entre 498 y 454 a. C. y que si bien estableció una alianza con Atenas frente a los persas, a la vez parece que mantuvo lazos secretos con estos. Filipo II impulsaría después un importante proceso de modernización de las estructuras políticas y militares de Macedonia. El reino de Macedonia entrañaba un tipo de organización política completamente diferente a la democracia ateniense. El poder del rey suponía una organización enteramente vertical, mucho más cercana a la figura persa y asiática del rey- dios que a las concepciones laicas sobre lo político de los atenienses. Esa estructura, unida al genio militar primero de Filipo y después de Alejandro, explica sus conquistas y a la vez está en la raíz de la asimilación de este último a la figura de un héroedios y de su halo legendario. Alejandro Magno, que desde los trece años recibió las enseñanzas de Aristóteles, y se convirtió en rey con tan solo veinte, vivió intensamente y deprisa, muriendo muy joven, a los treinta y tres. En tan breve lapso de tiempo cambió el mundo y desbordó por vez primera las fronteras culturales de lo local, permitiéndonos comprender en el curso del tiempo la unidad de los seres humanos, a pesar de las diferencias de los escenarios de sus vidas y de las tradiciones culturales. Un modelo para Roma ROUSSEL ESTÁ EN TODO El legado de Raymond Roussel excede los límites de la literatura. Una exposición en el Museo Reina Sofía nos aproxima a su influjo entre los artistas ueron las obras d e R ay m o n d Roussel (18771933) escrituras construidas como artefactos de la imaginación, del desbordamiento de imágenes y acciones, de cosas y significados vinculados poéticamente por su extrañamiento; representación de enigmas que solo se explican como enigmas de la representación; apariencias de mundos al revés, cuando en realidad se trata de cartografías paralelas, incluso de juegos propios de carnaval. Serio, obsesivo con su trabajo, desenfrena- Huellas rescatadas HTTP: WWW. JOSEJIMENEZCUERPOYTIEMPO. BLOGSPOT. COM F do en su fantasía, solo autocontrolada para hacerla eficaz en la literatura, solía incluir en ella el disfraz, el capricho riguroso de la proximidad de palabras de sonido parecido y significados ambiguos que conducían a la creación de autómatas biomórficos, de seres y objetos cuya función y figura remiten a la escritura de lo imposible, a lo que reside fuera de lo real, en un mundo propio que es a la vez crítica del histórico, ironía sobre el pasado y habitación de sueños. Roussel fue capaz de idear la vanguardia sin sentir interés por ella, dejándose querer por los artistas y poetas, es- critores e intelectuales como Apollinaire o Duchamp, Michel Leiris o Paul Éluard, Cocteau, Desnos, Dalí o Max Ernst, Masson, Picabia o Man Ray. Apasionado por la literatura clásica, pero sobre todo por la imaginación fantástica y paracientífica de Verne (también por la ciencia, aunque fuera esotérica como la de Flammarion) por Victor Hugo y, especialmente, Pierre Loti, del que siguió sus huellas hasta Tahití, siendo consciente de que los universos exóticos por él descritos estaban en las antípodas de su residencia en Neuilly. Músico refinado, admiraba