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CULTURAL MADRID 01-10-2011 página 5
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Escritores bajo los focos Gracias a su novela Libertad que hoy se pone a la venta en España, Jonathan Franzen ha sido el último escritor que ha merecido una portada de la revista Time Por Rodrigo Fresán SÁBADO, 1 DE OCTUBRE DE 2011 abc. es ABC cultural 05 ace unos años, de visita en el museo de la Martello Tower, en las afueras de Dublín, John Banville y yo nos asomamos a una de las vitrinas para contemplar dos ejemplares perfectamente preservados de Time del 29 de enero de 1934 y del 8 de mayo de 1939 con el rostro de Joyce en su cover. ¿Recuerdas cuando los escritores salían en las portadas de las revistas? fue el lacónico comentario de Banville. Y enseguida agregó: Se entiende que me refiero a escritores escritores y no a productos de moda, ¿verdad? El año pasado, con motivo de la publicación de Libertad en Estados Unidos, Jonathan Franzen (Chicago, 1959) habitó ese sitio acompañado de titular inequívoco: Gran novelista americano. Y todo aquel que alguna vez haya trabajado en un semanario de actualidad sabe cómo es la cosa: se enarbola a un escritor cuando poco y nada trascendente sucedió en los últimos siete días y, de paso, se sofistica un poco la línea editorial. Pero aún así de acuerdo con la mirada de Banville lo de Franzen es excepcional y, de algún modo, se las arregla para hacer comulgar lo mejor de ambos mundos. Libertad es un buen producto (el inteligente reciclaje de uno de los motivos clásicos de la literatura norteamericana para una nueva generación: el estado de la familia con el Estado de la Unión como telón de fondo) firmado por un escritor joven y talentoso que no solo había triunfado H con su también familiar libro anterior, Las correcciones, sino que además se las había arreglado para dejar alguna huella en la siempre vaga memoria popular. Por un lado, Franzen había firmado un polémico ensayo en Harper s sobre la decadente inteligencia narrativa estadounidense; por otro, despreció la para él frívola bendición del muy influyente book club de Oprah Winfrey. Desde entonces, Franzen mide sus manifestaciones, cuidándose siempre de decir algo (además de predicar sus obsesiones ornitológicas) cuando le piden que diga lo que sea. Lo suyo no es gran cosa si se lo compara con las pasadas manifestaciones e intervenciones de titanes de la ficción como Dickens (acaso el primero escritor público) Twain, Tolstói, Zola, Hugo o Mann; todos ellos comprometidos con causas perdidas o triunfantes convencidos de que la pluma podía ser más afilada que la espada. Hoy por hoy, sería absurdo reclamarle a un escritor semejante responsabilidad y tarea, y parece alcanzar y sobrar con la divulgación diet, el pintoresquismo generacional, el chamanismo newage o la diatriba pasajera para trascender como pensador comprometido. La novela, como género y especie, ha dejado de ser el principal vehículo de ideas; y es más probable encontrar el rostro de un rocker mesiánico, una fashionista freak o un economista oracular en las fachadas de publicaciones. Y, aún así, los escritores de tanto en tanto siguen asomando la cabeza, y yo fui el primero en celebrar la coincidencia cósmica y justicia poética de la noticia del fallecimiento de J. D. Salinger interrumpiendo la presentación transmisión en directo de la CNN del último iPad a cargo de Steve Jobs. Salinger, claro, fue aunque no le haya gustado portada de Time en 1961. Y ha pasado a la Historia como ejemplar paradigma de lo que sucede pensemos en Hemingway como persona devorada por su propio personaje en un país donde ser localmente famoso equivale a ser celebridad planetaria. Su deseo realizado de invisibilidad lo convirtió en fantasma omnipresente, sentando base o ejemplo para otros a quienes las luces de neón les produce migrañas: Pynchon, DeLillo, Cormac McCarthy, Denis Johnson y Philip Roth como Coetzee, Quignard, Henry Roth, Rulfo, Onetti, Kundera, Julian Gracq, Murakami y Houllebecq A la izquierda, algunas de las portadas que, a lo largo de su historia, la revista Time ha dedicado a escritores; entre ellos, Faulkner, Nabokov, Conrad y Hemingway. En el centro, la que el 23 de agosto de 2010 proclamó a Jonathan Franzen como gran novelista americano Desde finales de los años noventa, la mítica publicación no destacaba a un autor en su cover son o fueron, con mayor o menor dedicación, virtuales artistas del perfil bajo o el frente esquivo. Por opción propia o por, sencillamente ser fóbicos a cámaras y grabadoras. En el fondo, el misterio pasa por una opción personal y por la certeza de que los flashes sí acaban robándote el alma y degradando la obra a un segundo plano. Durante años, en Argentina, pocos sentían necesidad de leer a Borges porque por ahí andaba Borges, todo el tiempo, haciendo de Borges en radios y televisores. Y mejor no olvidar lo que les sucedió a Fitzgerald, Kerouac y Capote, irreparablemente erosionados por los vientos de la leyenda de sus propias vidas. De todo eso, cabe pensar, huyó Salinger. Hubo un tiempo, sin embargo, en que nadie pensaba en tomar decisiones semejantes: Emily Dickinson y Nathaniel Hawthorne eran tímidos consumados; las hermanas Brontë comenzaron enmascaradas bajo alias masculinos; Jane Austen empezó firmando con el eufemístico By a Lady por condicionamiento social. Ninguno de ellos, seguro (los curiosos pueden visitar http: www. time. com time archive collections 0,21428, c writers, 00. shtml, donde no figura ningún escritor en idioma español; recuerdo, en cambio, portadas de Newsweek con fotos de Gabriel García Márquez y Alberto Fuguet) aparecería hoy en Time, del mismo modo en que, hasta donde sé, ningún escritor fue alguna vez Persona del Año para esta revista. La vida pasa y la obra, si hay suerte, permanece: J. K. Rowling nunca posó para la portada de Time, pero sí aparecieron allí un dibujo con el rostro engafado del niño hechicero el 20 de septiembre de 1999 y un puñado de niños disfrazados de Harry Potter el 23 de junio del 2003. Y es que más allá del extremo y comercial ejemplo anterior; Molly Bloom no fue cover girl, para que cada uno pueda imaginarla como mejor le parezca de eso se trata y eso es lo que en realidad importa a la hora de la verdad: la creación de la criatura propia y su influjo sobre los que se crían con ella y crecen y creen en ella. Y, como advirtió Henry James, seguir trabajando en la oscuridad. El resto es vanidad de vanidades, polvo en el viento, ruido y furia, quince minutos de fama, penúltimo modelo y sí dije sí quiero Sí que pase el siguiente. La vida pasa, la obra permanece Celebridad planetaria

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