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CULTURAL MADRID 10-09-2011 página 16
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  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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Libros 16 COMUNICADOS DE LA TORTUGA CELESTE ANDRÉS IBÁÑEZ NEOMODERNISMO upongo que los revolucionarios son aquellos capaces de asumir la brutalidad del mundo y responderle con más brutalidad todavía dice Vincent en La posibilidad de una isla, de Houellebecq. Vincent afirma que los artistas solo pueden ser revolucionarios o decoradores y que él, falto de carácter y de empuje, ha decidido ser un mero decorador En realidad, Houellebecq está haciendo referencia aquí a uno de los textos centrales de la poética modernista, el célebre artículo de Clement Greenberg titulado Avant- garde and Kitsch, que apareció en la Partisan Review en 1939. La tesis de Greenberg, mil veces citada, es que en el arte todo lo que no es avant garde es kitsch. O, lo que es lo mismo, en palabras de Vincent- Houellebecq, que todo lo que no es revolucionario es decoración. Fijémonos en que el texto de Greenberg es de 1939 y que la novela de Houellebecq apareció en 2005. De modo que no parece exagerado afirmar que estamos viviendo un subrepticio regreso de la poética de la vanguardia, una especie de neomodernismo. El neomodernismo se parece mucho al modernismo de principios de siglo en su carácter fundamentalista y destructor. Como su abuelo, el modernismo clásico, su estética se basa en la premisa siguiente: que el arte modernista solo les parece malo a los cretinos y a los burgueses llenos de convenciones. De modo que resulta muy difícil criticar una obra modernista. Si uno señala defectos o problemas estéticos, queda automáticamente descalificado para juzgar la obra. Nada encanta más a un modernista, por otra parte, que recibir críticas. Estas críticas no solo demuestran automáticamente que su oponente es un reaccionario, sino que reafirman el carácter revolucionario y polémico de su obra. Por eso es difícil criticar este tipo de obras y por eso casi nadie quiere hacerlo. Solo un niño se atrevió a decir que el emperador iba desnudo. El modernismo clásico surgía de la tradición como respuesta brillante y articulada. El modernismo clásico no solo era profundamente artístico sino que fue el movimiento más intensamente estético de todos. Su pasión formalista creó lenguajes de un insólito poder y de una dificultad extrema. El neomodernismo, por su parte, solo ha tomado lo peor del modernismo, y ha aprendido, a través de la experiencia posmoderna, que un arte excesivamente exigente no es popular. Ha tomado el carácter destructor y politizado del modernismo y el carácter masificado y populista de lo peor de la posmodernidad, y ha creado un nuevo modernismo que, al contrario que su predecesor, es fácil de consumir y produce un impacto en el nivel más bajo de la sensibilidad: el que tiene que ver con el asco y el terror. Surgen así los asesinatos, torturas y serial killers insólitamente sádicos que llenan el cine y la novela contemporáneos, los tiburones muertos, los vestidos de carne, los cuerpos despellejados, las automutilaciones en escena. Surge también un público convencido, quién sabe cómo, de que sufrir estas obras de arte es moral Porque el neomodernismo es intensamente moralista. El neomodernismo se basa en dos principios. Uno es el culto a la brutalidad la crueldad, el horror, la violencia, bajo la justificación (es lo que hace Houellebecq) de que esta brutalidad es una mera respuesta a la brutalidad del mundo. El segundo principio es la insensibilidad, no solo ante el dolor humano, sino también, y especialmente, ante el fenómeno artístico en sí. Esta insensibilidad ante el lenguaje del arte y de la imaginación, que se identifica automáticamente como algo en exceso esteticista o reaccionario solo puede provenir de una formación deficiente y llena de lagunas. Esta ignorancia profunda de la tradición y del sentido del lenguaje del arte son, me parece, premisas inevitables para la configuración de la típica actitud neomodernista. S MÁS DIFÍCIL TODAVÍA FENÓMENOS DE CIRCO ANA MARÍA SHUA Páginas de Espuma Madrid, 2011 190 páginas, 15 euros Vestidos de carne Cretinos y burgueses l gran circo del mundo asoma en estos relatos de Ana María Shua, cuya mirada amplia abarca desde los cesáreos espectáculos romanos hasta las magias orientales que el emperador Xuang Zong mandó catalogar para que quien se atreviera a llevar a cabo un número original fuera condenado a muerte, pues el espectáculo circense tenía para él un significado sacro. Si no me dejo embaucar por el cúmulo de personajes extraños, acrobacias imposibles y todo género de singularidades dignas de ser exhibidas, tras la compilación de todo este conjunto historiado por Shua acecha una imagen muy justificada de la agonía de nuestra precaria humanidad. Ya en el texto inicial del libro, El deseo secreto se nos advierte de nuestro anhelo íntimo de que el trapecista se caiga o el domador sea atacado por los leones. Porque esperamos siempre lo inesperado y porque el circo es lo excepcional, solo cuando la excepción es regla se vuelve a desear que el trapecista no se caiga y el domador amanse las fieras. Definido así el principio del espectáculo circense, cualquier hecho, por común o cotidiano que nos parezca, puede ser susceptible de for- E mar parte de la exhibición. Y, como dice Ana María Shua, todo es circo Visto en conjunto, el volumen puede dar la sensación de un texto de connotaciones surrealistas en el que la regla, como en el circo, viene marcada por la excepcionalidad, y en el que lo aparentemente imposible constituye un desafío para la narración. Si nos fijamos en los textos iniciales, el libro adopta un punto de vista algo kafkiano, tanto cuando expresa la violencia sanguinaria del circo romano, que los ciudadanos del Imperio aceptaban sin extrañeza (los leones atacando y devorando a seres humanos) como por el vacío existencial que simboliza la descripción de un circo en el que los espectadores debían llevar su propia silla y hasta imaginar la pista. La literatura ha abundado en bestiarios desde el origen de los tiempos y el circo ha sido ese bestiario encarnado en todo tipo de seres que ejemplificaban lo extraordinario, porque en el circo la media y lo común eran aborrecidos. Buena parte de los textos recogidos por Ana María Shua tratan de la galería de freaks que han exhibido sus extremosidades: la enana más pequeña del mundo, el delgadísimo hombre esqueleto, la mujer barbuda. Los ejemplos pueden llegar a ser doloro- Violencia sanguinaria Anhelo inconfesable En el fondo del corazón de todo espectador escribe la autora anida el deseo secreto de ver caer al trapecista idea morbosa que preside Fenómenos de circo Arriba, cartel del Circo Ringling La excepción es regla sos, como para mostrarnos la acrobacia de los muñones. O como sugería César Vallejo: el abrazo imposible de la Venus de Milo. Es decir, las limitaciones de lo humano, pero unidas aquí a la desbordante inhumanidad que desea contemplar lo monstruoso con deleitosa morbidez. Otro de los fenómenos inquietantes lo constituyen las

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