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CULTURAL MADRID 10-09-2011 página 13
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CULTURAL MADRID 10-09-2011 página 13

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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SÁBADO, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2011 abc. es ABC cultural 13 ecir, como he dicho muchas veces, que hay que leer por placer, callándose el resto, es hacer trampa. Uno se apodera de la posición ventajosa y deja al otro a la intemperie. Hora es ya de cantar la palinodia. Desde el punto de vista ético es un abuso. Desde el punto de vista intelectual tiene más agujeros que un colador. Quien defiende el placer gasta la misma ética que un salteador de caminos o un banquero: se queda con el trozo grande de la tarta y arrincona al interlocutor en esa ingrata esquina en la que no tiene más remedio que hablar a favor del esfuerzo, la disciplina y la jerarquía. Menudo papelón, ¿quién quiere parecer un clérigo o un maestrillo? ¿Quién quiere interrumpir el recreo o el verano y decirles a los chicos que ha llegado el momento de volver a madrugar y hacer algo de provecho? ¿Quién va a levantar la voz contra el placer, que a todo da derecho? Dejando aparte la ética, sacar a colación el placer no solo es un salvoconducto fraudulento, una patente de corso, sino que equivale a explicar un truco haciendo otro, porque no significa nada (si solo se habla de placer) El placer es opaco hasta para uno mismo (del placer de los otros mejor ni hablemos, porque está entre lo siniestro y lo risible) A decir verdad, lo difícil no suele ser conseguir lo que queremos, sino algo más simple: descubrir qué es lo que queremos. La pedagogía social a la que nos someten sin parar (más aún en verano, cuando disponemos de un peligroso tiempo libre) tiene como objetivo convencernos de qué es lo que nos provoca placer. O en otras palabras: explicarnos cómo debemos vivir. Sin ir más lejos, ya debería resultarnos sospechoso que nunca se hable del inmenso placer de imponerse a la voluntad de otro o del placer incomparable de llevar razón en las discusiones de pareja. ara garantizar la disciplina y que obedezcamos sin rechistar ha sido necesario revestir el placer de un prestigio que no merece en absoluto. Hay placeres tan mezquinos como estúpidos, ilegítimos, y otros muchos que hacen daño a uno mismo y a los seres queridos. Tipos hay, y en número alarmante, a quienes les provoca un gran placer presenciar una ejecución o leer a César Vidal. Cuando en Madrid aún se instalaba el patíbulo en las plazas, cuenta Baroja que acudían multitudes. Disfrutaban tanto con el garrote vil como con los folletines de la época, que eran infumables, por cierto, pero a los que las novelas de Ruiz Zafón han hecho buenos. A despecho de la posmodernidad, el placer no convierte cualquier cosa en arte y no vale lo mismo ocho que ochenta. D LECTURAS Y RELECTURAS RAFAEL REIG EL PLACER Y SUS PEROS Los que hemos sido trasnochadores bien sabemos cuánto trabajo cuesta divertirse. Con la lectura pasa lo mismo. Es un placer, pero exige tanta dedicación como salir todas las noches y cerrar los bares Hay placeres que nos avergüenza sentirlos (o al menos debería avergonzarnos) El de la venganza, pongamos. O el de leer seguidas, en la cama, tres novelas de Ed McBain. Otros placeres provocan vergüenza ajena, como esas viriles y vociferantes columnas de Pérez- Reverte. Hay placeres inculcados por los medios y la publicidad, actividades que es dudoso que puedan hacer tan felices a tantos (o a ninguno) conducir un gran coche, llevar los calzoncillos por fuera de los pantalones, leer a Stieg Larsson o escuchar por enésima vez a Lady Gaga. Son placeres que sirven como parapeto a otros que no se atreven a decir su nombre: el de mirar por encima del hombro a los demás y formar parte de los elegidos. Esa distinción que no es más que distancia: lejos de los vulgares, arropado entre los egregios (para decirlo a la manera de Ortega) Por supuesto que, si los egregios ya son demasiados, se desplaza el talismán para mantenerse siempre a la misma distancia, con la misma distinción inimitable. Un ejemplo: cuando hasta en las bodas de barrio ya se comía langostinos, a la gente bien le dio por el sushi. Hasta que lo descubren las masas y hay que poner pies en polvorosa, y así en perpetuo movimiento. ay placeres en los que nos reconocemos, a menudo con un escalofrío: el placer de prevalecer, por ejemplo. En otros, en cambio, reconocemos lo que querríamos llegar a ser. Estos son placeres que cuestan esfuerzo, esa es la verdad, pero son los únicos que valen la pena. Al hablar de la lectura, no siempre lo he mencionado: aquí va mi retractación. Disfrutar leyendo a Dante lleva mucho trabajo. Pero el placer es intenso, nos acerca a otra posibilidad de nosotros mismos. A Gide le preguntaron una vez quién le habría gustado ser y respondió: yo mismo, pero logrado. Los que hemos sido trasnochadores bien sabemos cuánto trabajo cuesta divertirse. Con la lectura pasa lo mismo. Es un placer, no cabe duda, pero difícil, que exige tanta dedicación y entrega como salir todas las noches y cerrar los bares. ¡Con lo a gusto que se está en casa! ¡Con lo a gusto que se está leyendo a Marcial Lafuente Estefanía o a Ken Follett! ¿Qué se gana con tanto dilapidar el hígado en las barras y las pestañas a la luz de una bombilla? Placer, así de sencillo. No el placer que avergüenza ni ese placer obediente que nos inculcan, sino el placer de reconocerse como uno mismo, pero pasado a limpio, tras una vida entera en borrador: por fin logrado. Por eso exige tanto esfuerzo. En una novela de Juan García Hortelano, la secretaria maciza y de no demasiadas luces le pregunta al narrador: ¿Pero qué ganáis con tanto toquetearla a una? Placer, le dije, por si lo entendía. H P Louise Bourgeois y Almodóvar Más allá de dimes y diretes sobre la última película del director manchego (para todos los gustos) hay algo que destaca, y es su homenaje a la gran Louise Bourgeois (a la derecha) Bien hecho días de cárcel por retrasarse en devolver libros en la biblioteca local. Esto le ha pasado a un ciudano de Dios sabe dónde. Les juramos que lo hemos leído en internet. El mundo está loco, loco, loco 10 Lady Gaga, honoris causa Pero no está tan loco (el mundo) cuando eleva a Lady Gaga a los ámbitos universitarios. Un fenómeno como el suyo bien merece una asignatura troncal en la Universidad. Varias norteamericanas ya lo han hecho

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