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CULTURAL MADRID 02-07-2011 página 13
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CULTURAL MADRID 02-07-2011 página 13

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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SÁBADO, 2 DE JULIO DE 2011 abc. es ABC cultural 13 TRAZO GRUESO, TAJO PROFUNDO PIGMEO CHUCK PALAHNIUK Traducción de Javier Calvo Mondadori. Barcelona, 2011 267 páginas, 19,90 euros C COLECCIÓN ABC Retrato en sepia En Las cuatro esquinas Manuel Longares (a la derecha) vuelve a transitar por algunos de los escenarios madrileños de la que ha sido considerada su mejor novela, Romanticismo (a la izquierda) Premio Nacional de la Crítica y finalista del Nacional de Narrativa en 2001. Sus nuevos relatos, que llegan hasta los tiempos de la Transición, arrancan en la inmediata posguerra y los años más negros del franquismo. En la imagen superior, el Desfile de la Victoria recorre las calles de Madrid en 1940 temente a este de la secreta, EL ESTILO concepto tan etc. ocurridos a DEL AUTOR orteguiano, porcriaturas que el ANUDA LAS que lo que mejor lector descubre TRADICIONES define la literahabitando aqueNARRATIVAS tura de Longallos cronotopos GALDOSIANA Y res se alberga que operan como si fuesen VALLEINCLANESCA en esa misma idea: la literatuuna atmósfera, el aire que respiran o la nece- ra es el equivalente a lo que en filosofía fue la razón vital, sidad que padecen. quizá el único modo de apreLa memoria, el latido sar el tiempo, pero también los No es la historia de cuatro personajes que se han ido, que décadas del franquismo y habitaron las atmósferas que de la Transición lo que aquí luego otros vienen llamando encontrará el lector, sino su épocas, la del franquismo o la testigo literario; es decir, la que sea. Nada del siglo XVIII quemirada que penetra donde la Historia no lo hace. Por eso la dará con mayor fuerza que las literatura es lo único que per- andanzas de Diego de Torres manece cuando una historia Villarroel, y nada de los años está acabada. Cuando los he- cuarenta, sesenta o setenta del chos se han ido, queda su me- siglo XX puede percibirse con moria, queda su latido, queda igual calado salvo a través de su vivencia. Apelo conscien- libros como este. Y también los decires, un rico lenguaje apresado en modismos, en jergas o frases, como ser un reportero tribulete o un baldragas sin redención posible aprobar solo las tres marías o haber seguido las bajadas de las matildes Una época es también un lenguaje. Nada de la literatura de Manuel Longares se entiende sin esa fidelidad a la poética creativa del propio lenguaje, que adopta en este libro diferentes registros. Casi siempre es socarrón e irónico, alguna vez sarcástico, pocas veces realista, pero siempre exigente en su manejo. Claro que nadie habla así, por eso es eficaz el hablar literario. Las cosas importantes nacen con el lenguaje de obras como esta. J. M. POZUELO YVANCOS harles Michael Chuck Palahniuk (Pasco, 1962) no es un novelista de ideas sino un novelista de idea. Una sola. Y de la gracia y la originalidad de esa idea depende toda una novela. Así, su anterior título, Snuff donde todo gemía y jadeaba alrededor del mundo del cine XXX no era uno de los mejores, tal vez porque la transgresión estilo Palahniuk funciona mejor contaminando ambientes normales y civilizados. Lo mismo sucederá con las próximas, Tell- All (con la flora y fauna del Hollywood dorado como telón de fondo y muy por debajo de la ferocidad de James Ellroy) y Damned (donde se mete con los best sellers evangélicos de autoayuda) Pero mientras tanto y hasta entonces aquí viene Pigmeo. Y buenas noticias: Pigmeo décimo título de Palahniuk es una buena idea. Una de esas ideas palahniukianas de las buenas y donde se nos sirve hasta el borde la mala uva del más borde de los narradores made in USA, experto en siniestros divertimentos. Sin la ambición formal de Diario o Rant pero recuperando ese esperpéntico anarco- nihilismo que hizo célebre al autor con El club de la lucha Pigmeo es la aproximación marca Palahniuk a uno de los tabúes que le faltaba profanar: el terrorismo internacional y la paranoia norteamericana a todo lo que viene de fuera. Y de fuera viene el Pigmeo, alias Agente 67: trece años de edad y supuestamente inofensivo y diminuto estudiante de intercambio procedente de un Estado tiránico y totalitario, mezcla de Corea del Norte, Cuba, China comunista y Alemania nazi que esconde a un maestro en artes marcia- les y miembro fanatizado de una cancerosa célula dormida que espera despertar con la metástasis de un atentado masivo, la Operación Estrago. Hasta que llegue ese momento, el monstruito participa y hasta disfruta con decreciente culpa de adicto en los rituales de convivencia de los Cedar, una típica familia del medio Oeste norteamericano. Entendiendo por típica familia que el padre es un cristiano adicto al porno que trabaja en una fábrica de armas biológicas y la madre no deja de tragar pastillas mientras vibra al ritmo de sus muchos vibradores (regalo perfecto para el Día de la Madre, amiguitos) De ahí que Pigmeo moviéndose alternativamente entre el trazo grueso y el tajo profundo funcione como una sitcom televisiva y bizarra donde no se respeta el protocolo durante la misa, se invoca el fantasma de Columbine o, en un tramo verdaderamente revulsivo, se nos oferta lo que puede llegar a suceder en los baños de una catedral capitalista como Wal- Mart. También hay diatribas fundamentalistas contra los fundamentos de un Sueño Americano resguardado por zombis cuyos cerebros se lavan y centrifugan, cortesía de un sistema educativo tan feroz como la patria del Agente 67. Lo que no significa que Pigmeo sea una novela política, aunque se presente como una mutación asfixiante y humorísticamente negra del sofisticado ruido blanco de Don DeLillo. Pensemos en Pigmeo, mejor, como en una suerte de El verdugo entre el centeno. Pensemos en Pigmeo como en la más terminal de las novelas de iniciación. RODRIGO FRESÁN Cerebro centrifugado Agente 67

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