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CULTURAL MADRID 21-05-2011 página 9
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CULTURAL MADRID 21-05-2011 página 9

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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SÁBADO, 21 DE MAYO DE 2011 abc. es ABC cultural 09 C unca he creído que los novelistas sean tan observadores. Ni falta que les hace. Es al contrario. Un buen ajedrecista no es el que ve más, sino el que ve menos. Ante una posición en el tablero, una máquina analiza miles de opciones y va bifurcando las ramas del árbol, cada vez más lejos, con cuatro o cinco movimientos de anticipación, más adentro en la espesura. Un gran jugador, en cambio, es el que ve menos, el que solo analiza unas pocas jugadas, el que se concentra en lo que de verdad es el núcleo de la posición. Ver más, tener más capacidad de computación, calcular más variantes no es lo decisivo. Lo que importa es poder identificar hacia dónde hay que mirar. Lo que cuenta es la intuición, que solo se adquiere con estudio y experiencia, por supuesto. El problema de una novela suele ser el mismo que el de una partida: que siempre se te ocurren demasiadas cosas. Cuando el novelista es joven y ambicioso (o incluso si es de edad avanzada y ambicioso, pero torpe) suele ceder a la tentación de meterlo todo, de desbordar la novela con todo lo que se la ocurrido. Es casi inconcebible que exista ese Aleph con el que soñó Borges, pero aunque uno lo vea, es completamente idiota intentar escribirlo en un poema (o en una novela o incluso en el cuento de Borges) porque la realidad es simultánea, pero el lenguaje es sucesivo. Así, para mí, Funes el memorioso es una impugnación (admirativa, sin duda) del Ulises de Joyce: un solo día de cualquiera es un universo inabarcable. Al final, Funes acaba metido en la cama, incapacitado por no renunciar a recordarlo todo. Al final, el único día de Leopold Bloom desemboca en una sola noche, una vigilia tan ininteligible (y farragosa) como la de Finnegan. uando Borges leía Guerra y paz, hablaba de la fatiga y el estupor que le producía la novela total, en la que el autor lo quiere ver todo. Se imaginaba al pobre Tolstói despertándose a medianoche, sobresaltado, temblando de angustia y dando gritos: ¡Una carrera de piraguas! ¡Se me olvidó meter en la novela una carrera de piraguas! ¡Lo sabía, qué catástrofe, faltan las piraguas! Ante la hoja en blanco, como ante el tablero, lo que paraliza a cualquiera (que no sea una computadora) es ver demasiado y querer meterlo todo, incluyendo las jugadas que uno traía pensadas ya de casa y esos papeles que guardaba en un cajón. Hasta el bueno y santo Cervantes fue incapaz de perdonarnos, en el primer Quijote, de 1605, esas historias intercaladas que no vienen a cuento, digan lo que digan. Debo confesar que, desde los veinte años, cada vez que leo el Quijote, me las sal- N LECTURAS Y RELECTURAS RAFAEL REIG NOVELA FRACTAL Se imaginaba Borges a Tolstói despertándose a medianoche, sobresaltado, temblando de angustia y dando gritos: ¡Se me olvidó meter en la novela una carrera de piraguas! ¡Qué catástrofe, faltan las piraguas! to sin remordimiento: la novela mejora mucho si se lee con unas tijeras y sin piedad ni timidez. El escritor joven y ambicioso (o el de cierta edad pero contumaz) mira para todos lados y no es capaz de morderse la lengua. Nos cuenta todo: lo que piensa y lo que se le ocurre, lo que ha leído y lo que ha visto por la tele, su opinión del universo y de su vecina de enfrente, hasta que le sale una novela desaforada, la metástasis (galopante) de una idea que se convierte en una broma infinita con muy poca gracia aunque la cuente David Foster Wallace. El cometido de la novela entonces quizá sea el de ver menos, el de ver solo ese fragmento de lo real que contiene la totalidad, el punto de vista fractal, para ponernos estupendos. s lo que logró Tolstói, en mi opinión, en La muerte de Iván Illich, por ejemplo. Esa narración es un fractal, mientras que Guerra y paz es un mapa a la misma escala que el territorio que representa (otra obsesión borgiana, desde luego, el mapa del mismo tamaño que el reino) ¿Para qué sirve un mapa de Suecia que ocupe el mismo espacio que Suecia? Arístoteles hablaba de la mímesis, es decir, de la imitación, de la construcción de una maqueta a escala de la realidad, un modelo para armar, como diría Cortázar. ¿A qué escala? Porque tampoco se trata de escribir la Biblia entera en una lenteja. El riesgo, por el otro lado, es el de ver demasiado poco, el de acabar cediendo a la otra tentación (por cierto muy borgiana también) la de la novela cabalística, la que cuenta poco y pretende que el resto está en la parte sumergida. En esa dirección, Raymond Carver y sus catedrales (de palillos de dientes) han hecho tanto daño como David Foster Wallace en la contraria. Ahora que tantos escritores despotrican contra la preceptiva clásica, conviene recordar que la preceptiva literaria no es más que un esfuerzo (quizá fallido) por definir cuál debe ser la escala de los mapas, por enseñarnos a ver menos, por evitar la incontinencia tanto como el laconismo cabalístico. Sin duda que no es suficiente, que las reglas consabidas de las tres unidades (unidad de acción, de espacio o de tiempo) y la técnica narrativa más convencional no garantizan ningún acierto, por sí solas no nos van a enseñar a mirar hacia el lugar decisivo, esa fracción que reproduce la forma del todo, el fractal. Concedido. Sin embargo, no creo que debamos entregarnos a la ingenuidad: no basta con mirar, porque se ve demasiado; no basta con escribir lo que a uno se le ocurra. Aprender a escribir es aprender a ver menos, a no verlo todo o, mejor dicho, a mirar para otro lado: aquel a través del cual se ve todo. E Góndola va, góndola viene Para que se inaugure la 54 Bienal de Venecia queda un suspiro, lo que tarda una góndola en cruzar el Gran Canal. Mientras tanto, nuestros correos ya se han ahogado con la avalancha de citas. Glu, glu, glu especialistas se reunirán en Italia para hablar sobre el futuro del libro digital. No son ni uno, ni dos, ni tres los especialistas, sino doscientos. Cien más y hacen los trescientos de Leónidas para luchar contra Jerjes 200 ñ El español avanza Deberíamos creernos (sobre todo aquí) el potencial del español: 500 millones lo hablan, es la segunda lengua de comunicación internacional y la tercera en internet. Y Estados Unidos a un paso de ser bilingüe

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