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CULTURAL MADRID 16-04-2011 página 8
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CULTURAL MADRID 16-04-2011 página 8

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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Opinión 08 V sa noche había ido al Central a escuchar jazz. Era temprano todavía, pedí un Captain Morgan para quemarme con ese fuego mis labios resecos y me dispuse a leer algunos poemas de La sombra y la apariencia (Tusquets) de Andrés Sánchez Robayna, a quien enseñé en el bachillerato superior los rudimentos y trucos de las gramáticas clásicas griega y latina, además de las diferencias entre el lenguaje militar (César y sus batallas gálicas) y el discurso civil (Cicerón) Llevaba conmigo también la primorosa edición que Silvia Querini ha publicado en Lumen de la novela de Hemingway Verdes colinas de África, por si la sesión no daba para mucho. Y, entonces, al final de la barra aparecieron los dos fantasmas, como si estuvieran en un bar del Far West. ¿Qué hacen aquí estos dos entes de ficción? me pregunté asombrado, ¿cómo pueden haberse escapado del papel, de la imaginación del escritor? Pero allí estaban Máximo Chianti, el poeta calabrés, y Florindo Aledo, medio de todo y nada de nada del todo. Faltaban el Felpudo y el Poeta Póstumo, otros dos elementos añadidos que esa noche nunca llegaron. Me di cuenta de que se avecinaba la tormenta. Lo más gracioso de Máximo Chianti es, recordé, cómo se presentaba cuando era más joven y apuesto: como James Bond en sus compromisos de 007. Chianti, Max Chianti decía sin mover un músculo del rostro. En cuanto a Florindo Aledo, hacía tiempo que me había afeado mi gusto por los poemas de Sánchez Robayna: Ese chico sin Octavio Paz no es nadie me dijo. Y yo le respondí que se mirara al espejo y se viera la cara de viejo galán suramericano de telenovela que se le había puesto, además de advertirle que se le notaba demasiado que sin Manuel Puig, a quien copiaba en sus novelas, no hubiera dado un paso en la literatura de juguete a la que está adscrito. E A LA INTEMPERIE J. J. ARMAS MARCELO INCIDENTE EN EL CENTRAL Chianti y Aledo son inventos míos. Pero no soy el único al que Max envía improperios, un delito que dejo pasar por la cabeza hueca del calabrés y porque a sus años no lo van a meter en la cárcel ni en el manicomio grande de las Islas Calabrias. Decidí, mientras me caía encima aquel tsunami palabroso y vacío, hacer oídos sordos y soportar la lluvia de Max Chianti como Isabel viendo diluviar en Macondo: bajo la cueva que la paciencia me ha fabricado como refugio. Máximo Chianti y Florindo Aledo, ya lo dije, son dos entes de ficción: no existen. Son inventos míos, demonios o fantasmas literarios, elementos de la fantasía imaginativa de un escritor como yo, calenturiento de alma y pasional de vida. Pero brindo a los lectores que deseen leerlos los más de cuarenta mensajes telefónicos que Max Chianti, el calabrés, me ha enviado durante más de año y medio. Los tengo todos en un solo documento, a disposición del lector que me escriba. Sé que no soy el único al que Max Chianti envía improperios, un delito que dejo pasar por la cabeza hueca del calabrés y porque a sus años no lo van a meter en la cárcel por loco ni en el manicomio por delincuente. n cuanto a Florindo Aledo, falaz, embustero y liquidado para la literatura seria antes de empezar a intrigar y llegar a catedrático de Universidad gracias a la mediocridad que lo examinó, no se atreve a dar la cara: llama desde un teléfono irreconocible y cuelga, como el que está avisando de muerte pero no se atreve a dar el golpe. Al menos el Poeta Póstumo no toma las precauciones adecuadas y llama desde su teléfono (también lo tengo) a partir de las tres de la madrugada, cuando su ego herido por el rayo del mundo no puede más y se desahoga con el enemigo a gritos demenciales e insultos irreproducibles. De modo que Max Chianti se vació de palabras esa noche en el Central y luego se quedó pálido e inmóvil, con el vaso en la mano. Parecía una de esas estatuas falsas que son, en realidad, artistas del mimo que se ven por la calle Arenal y las Ramblas de Barcelona. Parecía lo que en realidad es: un fantasma literario a quien su creador ha de dar vida para que respire y perpetre incidentes como el del Central. Mientras tanto, Aledo miraba desde lejos, su rostro arrugado por la vejez, su papo en la garganta crecido como un tumor, su color cetrino de piel más amarillo y gufo que nunca. Traté, pues, de no hacerles caso, ¿para qué iba a defenderme yo, para que defender a Marías? Ya vendrán los fierosos el mes que viene a vomitar sus heces, su discurso escatológico, sobre los que triunfan pese a ellos, los frustrados que nunca hicieron otra cosa que, como Aledo y Max Chianti, crecer como fantasmas en el odio, en la mediocridad y el fracaso. Eso es lo que le dije a Max Chianti como final de nuestra conversación imposible: Cada uno es cada uno y el fracaso es libre Después no los vi más. Como si nunca hubieran estado allí. Desaparecieron. Son entes de ficción, la nada imaginada. Son cenizas. E i acercarse a Max Chianti con un vaso en la mano. Como Zapatero ante la crisis, invariable el ademán, lo dejé que llegara hasta mi mesa. Ese día estaba yo pacífico y no me había puesto el uniforme de teniente general de la Revolución Francesa, de modo que iba de paisano, de película en blanco y negro, gris y Captain Morgan. Pensé que se iba a tirar delante de mí uno de sus poemas, mientras el Gufo Amarillo observaba desde lejos, pero lo que hizo fue echarme en cara la página que le dediqué la semana pasada a Marías y su novela Los enamoramientos. No lees sino mierda me dijo irritado. Ayer Marías y hoy Andresito me dijo. Ya quisiera el gato lamer del plato le contesté irónico. Pero Max Chianti es, sobre todo, torpe, además de viejo, gordo y llorón. Llorar es lo que mejor hace, dárselas de enfermo, quejarse de que el mundo no le tiene respeto, a él, el poeta más En pequeñas dosis La polémica viaja en AVE Carmen Thyssen allí donde pisa, pisa de verdad. En Málaga ha pisado todos los callos y ha batido todas las marcas: quince días abierto su museo, dos dimisiones y el mundillo del arte comunicado va y viene Ai Weiwei, delincuente Ya avisamos: vamos a seguir con Ai Weiwei hasta que su desaparición no insulte la inteligencia y la dignidad. Pero insulta porque los dirigentes chinos solo saben decir que no se trate como un héroe a un delincuente Un chiste de Lepe Si lo de Ai Weiwei, y las explicaciones oficiales, suena a chiste macabro, lo de proponer a los chistes de Lepe como patrimonio de la humanidad suena a supina tontería que se le ha ocurrido a un supino político

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