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CULTURAL MADRID 19-02-2011 página 6
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CULTURAL MADRID 19-02-2011 página 6

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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Portada 06 como simples ciudadanos poseedores de una noción honesta y profunda de la democracia. En definitiva, para llegar a una conciencia no sólo formalmente democrática de uno mismo y de la sociedad, el estadounidense realmente libre ha tenido que pasar por el calvario de los negros (y, en la actualidad, por el calvario de Vietnam) y compartirlo. Sólo ahora, desde el reconocimiento, al menos formal, de los derechos civiles de los negros, hemos empezado a darnos cuenta de que el problema de los negros está en sus albores, y que se trata de una cuestión social. El vacío inmenso que se abre como una vorágine en cada uno de los norteamericanos y en el conjunto de la sociedad norteamericana- -es decir, la falta de una cultura marxista- como todo vacío, pretende ser llenado violentamente. Y se llena así, con este espiritualismo al que me he referido, que, como radicalismo democrático revolucionario en un primer momento, en la actualidad tiende hacia una nueva conciencia social que, al no aceptar todavía el marxismo de manera explícita, se presenta como contestación total y desesperación anárquica. Ahora vivo en una sociedad que acaba de salir de la miseria, y se aferra de un modo supersticioso al poco bienestar que ha alcanzado, como una condición estable, y en este nuevo curso de su historia es portadora de un sentido común que podría funcionar entre los rebaños o en los talleres de artesanos, pero que hoy en día se revela estúpido, vil y mezquino. Una sociedad irredimible, irremediablemente burguesa sin tradiciones revolucionarias, ni siquiera liberales. Digámoslo abiertamente: me he quedado aislado, envejeciendo conmigo mismo y con mi repulsión a hablar de compromiso y de falta de compromiso. De este modo, no puedo no haberme enamorado de la cultura norteamericana, y no haber vislumbrado, dentro de ella, una razón literaria llena de novedad: un nuevo tiempo para la Resistencia, aunque por completo carente, insisto, de ese espíritu resurgimental, de corte, por así decir, clásico, que depaupera un poco la Resistencia europea. Lo que se exige a un literato norteamericano no integrado es todo él, una sinceridad total. Desde los viejos tiempos de Machado, no daba una lectura fraternal como la de Ginsberg. ¿Acaso no ha sido fantástico el paso por Italia de Kerouac borracho, suscitando la ironía, el aburrimiento, el vituperio de los estúpidos literatos y de los mezquinos periodistas italianos? Los intelectuales norteamericanos de la Nueva Izquierda (puesto que allí donde se lucha siempre hay una guitarra y un hombre cantando) parece que hacen justo lo que dice una estrofa de un inocente canto de la Resistencia negra: Tenemos que arrojar nuestros cuerpos a la lucha Éste es el nuevo lema de un compromiso real y no enervantemente moralista: arrojar nuestros cuerpos a la lucha... ¿En Italia, en Europa, quién escribe movido por fuerzas de contestación tan arrolladoras y desesperadas que siente esta necesidad de enfrentarse como una necesidad original, creyendo que es nueva en la historia, absolutamente significativa y llena de muerte y futuro a la vez? Sinceridad total Teólogo de las tinieblas El genio herido de Pasolini se retrata en la entrevista inédita, junto a los textos dedicados a Nueva York, la capital del imperio que publica Errata Naturae C omo Kavafis, Pasolini consagró toda su vida a otear el desembarco de los bárbaros. Como él, fue abriéndose en Pasolini la sospecha, enseguida una certeza, de que los bárbaros no llegarían. Nunca. Y que no habría cierre digno para nuestra tragedia de hombres del fin de nuestro mundo, porque ha anochecido y los bárbaros no han llegado. Y han veni- do unos de la frontera y han dicho que ya no hay bárbaros. Y, ahora, ¿qué será de nosotros sin bárbaros? Esos hombres eran una cierta solución Un bárbaro de trapillo destruyó la indolente espera de Pasolini. Era una noche de noviembre en Ostia. Y no era un bárbaro. Sólo un brutal chapero de 17 años. Sin otra poesía que la del homicidio estúpido. 1975: la verdadera barbarie, la que puntea el calmo hastío en que vivimos.

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