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CULTURAL MADRID 30-08-2008 página 6
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CULTURAL MADRID 30-08-2008 página 6

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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P. MONTAIGNE, NUESTRO CONTEMPORÁNEO CUANDO ERA MONTAÑA AUNQUE LA PRIMERA TRADUCCIÓN CASTELLANA DE LOS ENSAYOS DE MONTAIGNE ES DE 1898, PUEDE RASTREARSE SU HUELLA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVII, CUANDO EL AUTOR ERA MIGUEL DE MONTAÑA FERNANDO BOUZA En 1898 veía la luz en París la primera traducción castellana de los Essais realizada por Constantino Román Salamero. La editaba la casa Garnier Frères, heredera de una larga tradición de imprenta francesa en español y cuyos responsables se habían embarcado en la elaboración de un gran Diccionario Enciclopédico. Su empresa servía de reclamo a numerosos españoles e hispanoamericanos que, entre el exilio y la bohemia, trabajaban como enciclopedistas para los Garnier, de Sawa a los hermanos Machado. Éste era el círculo de Salamero, bibliófilo de lance, profesor de idiomas, amigo de Galdós, corresponsal de Ganivet y, por excelencia, traductor de Montaigne. Tener que esperar al noventa y ocho para poder leer en español una obra maestra no sólo del pensamiento, sino también de la escritura universal, había sido demasiado tiempo, en especial si se considera que las traducciones inglesa e italiana aparecieron a comienzos del XVII. Pero eso no quiere decir, en modo alguno, que Montaigne hubiera sido un desconocido para España hasta entonces. INTERÉS DE CLARÍN. Ya Román Salamero ofrecía algunas noticias sobre la primitiva historia de su difusión en castellano, entre ellas que existía una traducción manuscrita hecha por Diego de Cisneros entre 1634 y 1637. Y, por supuesto, Montaigne había sido y será leído en su propia lengua ya desde el Siglo de Oro, como prueba que en el inventario de un tal Bartolomé de Arnolfo, fechado en Madrid en 1650 y publicado por J. M. Prieto, figuren unos Essais de Michel de Montagne en francés. Su condena por la Inquisición romana en 1676 y, aún antes, por la española en 1640 pesó, sin duda, sobre la fortuna del autor en España. Meléndez Valdés le advertía a un corresponsal, en 1778, no leas, por Dios, los Ensayos de Montaigne ni gustes de su escepticismo, si no quieres tomar su indiferencia A juicio del ilustrado, seguir sus huellas había provocado la ruina de Bayle, mostrando la pretendida identificación del escritor con el librepensamiento. Objeto de no pocas citas a caballo entre el XVIII y XIX, de Azara a Castelar pasando por Quintana y Mesonero Romanos, serán algunos novelistas decimonónicos quienes se acercarán a Montaigne de forma más asidua. Además de evocarlo en distintas obras, Juan Valera reclamó para sí el qué se yo como la postura poco dogmática que le gustaría adoptar personalmente. Emilia Pardo Bazán, en La cuestión palpitante, señalaba que el naturalismo de Zola se remontaría a Montaigne y, por su parte, Clarín se ocupaba de él y, a su modo, lo imitaba en Jorge. La atención que este último le prestó al autor de los Essais es muy destacable. En una carta de 1900, Leopoldo Alas le anunciaba a Galdós que le gustaría escribir unos ensayos modernos a imitación de los del francés, porque Montaigne es en estos últimos años uno de mis autores favoritos REDESCUBRIMIENTO. A la primera traducción de 1898, reeditada en 1912, le siguieron poco después sendas versiones parciales debidas a Zulueta y a Díez Canedo, ambas de 1917. Por su parte, Unamuno se hizo eco del pensamiento de Montaigne en varias ocasiones, como también lo hizo Ortega, que describe su estilo como suculento y nervioso Especial ahínco en la difusión del francés puso Azorín, un autor que, desde La voluntad, parece identificarse con la actitud del Montaigne a ojos propios y extraños. Gracias a todos ellos, pero también a Baroja o a Pla, entre otros, se iniciaba el redescubrimiento español de los Ensayos y de Montaigne, a la postre la misma cosa porque el propio autor escribió que yo soy la materia de mi libro Ha de hablarse de redescubrimiento porque su conocimiento en la España de comienzos del siglo XVII está de sobra atestiguado, como mostró de manera magistral Juan Marichal. No sólo es que aparezca citado de forma expresa por Quevedo, sino que sus Essais ya fueron entonces traducidos al castellano, completa o parcialmente. La existencia de una traducción del conjunto de la obra se deduce del inventario de la biblioteca del tercer Duque de Pastrana publicado por Trevor Dadson. Había en ella, en 1626, unos Ensayos y pruebas de Miguel de Montaña traducido de francés en español. Y son tres libros, primera, segunda y tercera parte Perdidos éstos por desgracia, sí se conservan sendas traducciones parciales: una completa del libro primero, la del citado Diego de Cisneros, hoy en la Biblioteca Nacional de España, y una segunda versión de los diecinueve primeros ensayos del libro I que he localizado en la Biblioteca de Ajuda bajo el título de Pruebas de Miguel de Montaña. En la Corte de Isabel de Borbón, con un Felipe IV que podía saborear De la sagesse, de Charron, cuando leer y traducir a Commynes era un ejercicio de príncipes, Diego de Cisneros tradujo el primer libro de los Essais con la intención indudable de llevarlo a la imprenta. Para ello, además de redactar algunas advertencias para el impresor, requirió las preceptivas licencias del vicariato en 1637 e hizo presentación de su original manuscrito ante el Consejo de Castilla, rubricándose por un escribano de cámara todas las hojas del códice. En un Discurso del traductor Cisneros anotó que Baltasar de Zúñiga había trasladado al castellano, aunque de mala manera, algunos capítulos que andan manuscriptos Esta traducción de uno de los políticos de mayor relieve en tiempos de Felipe III no se ha conservado y, aunque quizá guarde alguna relación con ellas, no parece que sean las antes citadas Pruebas lisboetas de Montaigne. Con un texto plagado de lusitanismos La ora de los parlamentos es perigosa el texto no deja duda sobre la condición portuguesa del traductor. Es plausible que éste fuera Jerónimo de Ataide, tan elogiado como discreto por Gracián. En el inventario de su biblioteca (1634) aparecen unas Pruebas de Miguel de Montaña manuscritas y en castellano a las que se atribuye la materia de Política. Además, en ese inventario figuran también los Essais en francés y editados en 1595, es decir, la edición Gournay, precisamente la que se traduce en el códice de Ajuda. TEXTO ABIERTO. A la espera de la publicación de la monografía de Gabriel Aranzueque sobre Cisneros, el hallazgo del manuscrito lisboeta permite confirmar que la difusión inicial de los Essais en español tuvo un marcado carácter cortesano, aureolado de neoestoicismo y que entraba de lleno en la materia política. Los títulos de las versiones conservadas son, igualmente, significativos: Experiencias, para Cisneros, Pruebas, para Ataide, en alusión al carácter de texto abierto en el que, reescritura tras reescritura y lectura tras lectura, se intenta atrapar cuanto se puede experimentar en una vida. Cuando Montaigne era Montaña parece que no se entendió del todo mal a Michel de Eyquem en España. EL MANUSCRITO LISBOETA PERMITE CONFIRMAR QUE LA DIFUSIÓN INICIAL DE LOS ESSAIS EN ESPAÑOL TUVO UN CARÁCTER CORTESANO, AUREOLADO DE NEOESTOICISMO ABCD 6 CONTACTO

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