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CULTURAL MADRID 08-09-2007 página 14
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CULTURAL MADRID 08-09-2007 página 14

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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L. NARRATIVA La mala fe afectiva DIARIO PARA LA PROMETIDA ITALO SVEVO TRADUCCIÓN DE J. M. LACRUZ POSTFACIO DE LAURA CALVO FUNAMBULISTA. MADRID, 2007 144 PÁGINAS, 14,95 EUROS ENTRE LAS CENIZAS EXPLORACIÓN DE LAS RELACIONES AMOROSAS EN UNA OBRA DEL SVEVO JOVEN EL HOMBRE DEL SALTO DON DELILLO TRADUCCIÓN DE RAMÓN BUENAVENTURA SEIX BARRAL. BARCELONA, 2007 296 PÁGINAS, 19 EUROS JUAN MANUEL DE PRADA ANDRÉS BARBA Un pretexto burgués (el diario para la prometida era, en realidad, una costumbre de la alta aristocracia de la época) sirve aquí como pie para que el prometido piense en sí mismo y en el amor. Svevo joven, que cuando escribe este libro aún no ha llegado a la sutileza de sus obras mayores como Senilidad o La conciencia de Zeno, despliega aquí una ambigua concepción de las relaciones afectivas que por momentos recuerda al Kafka de las Cartas a Felice. Svevo quiere y no quiere ser amado, o mejor, quiere y no quiere amar. Se desprecia y desprecia a la mínima ocasión, pero sólo como pretexto para mantener la cuerda del vínculo con la prometida en una tensión extrema. Tal y como vio Canetti en las cartas de Kafka, se podría ver en este diario privado de Svevo un excepcional documento de la mala fe afectiva, de la indigencia con la que el amante miente y se miente, para mantener (y eso sí es excepcionalmente burgués) la emoción del amor antes que el amor mismo, el temblor físico antes que la conciencia. El bien lo beberé de tu boca dice premonitoriamente Pero por desgracia, en compensación, meteré dentro de ti el mal Y tú morirás sin ni siquiera recordar que me dejas tan miserablemente solo, porque estaré, verdaderamente, solo La dicha, ese inalcanzable, termina siéndolo más por la constante voluntad del burgués Svevo en ser un desdichado, que por la posibilidad o imposibilidad misma del amor real de la mujer que se adivina tras estas líneas. Fascinante y repulsivo a la vez, uno cierra el Diario para la prometida con la impresión de haber asistido a un texto inmoral en el sentido más radical de la palabra en el que, sin embargo, nada excepcional se ha desarrollado, ningún sentimiento al que no se haya tenido acceso de forma personal en alguna ocasión, ninguna emoción que no sea fácilmente identificable. La mala fe, la doblez de un corazón que sólo desea en realidad la posesión rendida de la amada, (pero al que la misma imagen de una rendición real le desagradaría hasta la nausea) se despliega para fagocitar a la ingenua: Ya estás destinada a hacer de enfermera y lo harás. Estaré lleno de exigencias y de mal humor y te haré sufrir tanto que cuando yo me largue estarás fea y vieja y ninguno te querrá El Diario para la prometida no es otra cosa que el corazón del infierno de esa cosa aparentemente inocua: un burgués cuando ama. LA MIRADA CLÍNICA DE DELILLO CENTRADA EN EL 11- S Y SUS SECUELAS. A LA DERECHA, EL ASESOR FINANCIERO EDWARD FINE FOTOGRAFIADO EN NUEVA YORK EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001. UNA IMAGEN QUE PARECE HABER INSPIRADO LA DEL PERSONAJE LLAMADO KEITH NEUDECKER, QUE EL AUTOR HACE EMERGER, CON UN MALETÍN EN LA MANO, DE LA NUBE DE HUMO CAUSADA POR EL DERRUMBAMIENTO DE LAS TORRES GEMELAS Parecía inevitable que Don DeLillo (Nueva York, 1936) acabara escribiendo una novela sobre el 11- S y sus secuelas. No podía permanecer ajeno a un suceso tan determinante para el diagnóstico de la sociedad contemporánea el escritor que quizá mejor haya dilucidado el clima de apocalipsis y paranoia que poco a poco había ido ensombreciendo el sueño americano, hasta convertirlo en una pesadilla asfixiante. En alguna otra ocasión hemos caracterizado a DeLillo como zahorí de nuestro tiempo; y es que todas sus novelas están poseídas por el don de la presciencia, por una cualidad profética que nos permite no ya sólo entender la textura caótica del mundo que habitamos, sino la textura todavía ignota del mundo que nos aguarda, allá al final del túnel, dispuesto a trituranos entre sus fauces (que, en las visiones de nuestro autor, son irremediablemente las fauces de la nada, el horror vacui) Podríamos afirmar, sin exageración, que la obra de DeLillo anticipaba lo ocurrido el 11- S de 2001: en su espeleología de una sociedad asediada por el fantasma de ubicuas conspiraciones y cataclismos presentidos, por la universalización del terror, se prefiguraba la hecatombe de las Torres Gemelas. EPIFANÍA DEL HORROR. Son ya muchos los escritores contemporáneos, de Jay McInerney a Ian McEwann, de John Updike a Jonathan Safran Foer, que han probado a dilucidar la nueva era, acaso jeroglífica, que se inaugura con el ataque decretado por Bin Laden contra Occidente. Muchos menos son los que, con anterioridad al 11- S, hubiesen propuesto una reflexión lúcida sobre el terrorismo como nueva epifanía del horror. DeLillo lo hizo ya en los albores de su carrera literaria, en la desigual Jugadores (1977) y lo volvió a hacer en una de sus obras más características, Mao II (1991) en la que un personaje llegaba a afirmar: Años atrás, pensaba que era posible para un escritor alterar la vida íntima de la cultura; ahora los terroristas y los pistoleros han ocupado ese territorio Sobre ese nexo entre terrorismo y arte se abunda en la novela que ahora comentamos, uno de cuyos personajes el que brinda su título a la narración y encarna alegóricamente el estado anímico de los americanos, falling men, tras los atentados es un performer artist que una y otra vez se arroja al vacío, sujetado por un arnés. No sería descabellado es- tablecer ciertas conexiones entre El hombre del salto y la magna Submundo, quizá la obra más subyugadora de Don DeLillo. Ambas emplean como pórtico un acontecimiento que trastorna el curso de la historia (en Submundo, una prueba nuclear que inaugura la Guerra Fría) en ambas se analizan las consecuencias los daños irreparables de dicho acontecimiento sobre el tejido social y las psicopatías que introduce en el comportamiento humano. Por supuesto, El hombre del salto carece de esa visión panorámica que le permitía a su autor otear cincuenta años de vida americana en Submundo: allí DeLillo posaba su mirada quirúrgica sobre un cuerpo ya invadido por la podredumbre; aquí se nos habla de individuos que empiezan a padecer podredumbres todavía latentes, como esas personas, espectadores próximos de un atentado suicida, a quienes meses más tarde les salen bultos y resulta que estos bultos los producen pequeños fragmentos, verdaderamente diminutos, del cuerpo del suicida Del mismo modo que esta metralla orgánica provoca mutaciones en la piel, los protagonistas de El hombre del salto son víctimas de una metralla psicológica que los carcome por dentro, hasta convertirlos en jirones de humanidad. SIN ALMA. En El hombre del salto encontramos más trama de lo que en DeLillo es habitual; pero, como suele ocurrir con nuestro autor, importa más lo que está debajo, en el inframundo psicótico de los personajes. Keith Neudecker emerge de la nube de humo causada por el derrumbamiento de las Torres Gemelas con un maletín en la mano; no sabe a quién pertenece, no sabe a dónde se encamina, no sabe ni siquiera quién es. Nosotros enseguida adivinamos que es uno de esos hombre sin atributos tan caros a DeLillo, personajes dañados para siempre, extirpados de su alma, autómatas heridos por la atonía emocional. Para su perplejidad, Keith descubre que el destino de su vagabundaje es la casa de su ex esposa Lianne, otro personaje característico de DeLillo, una mujer sobre cuya memoria gravita el recuerdo de su padre, que decidió quitarse la vida cuando descubrió que estaba aquejado de alzheimer; para mitigar el dolor de ese recuerdo trabaja como voluntaria en un taller ELEGÍA HECHIZANTE QUE CONMEMORA A LOS MUERTOS Y A QUIENES SOBREVIVIERON AL 11- S Y ARRASTRAN LA CONDENA DE SEGUIR VIVOS EN UNA SUERTE DE LIMBO de escritura concebido como terapia para personas aquejadas de esta enfermedad. Pero, como su ex marido, es incapaz de restaurar el amor que un día los vinculó, si es que era algo más que la mera angustia que provoca la conciencia de la muerte. Esa angustia será también la que sirva de argamasa a la relación efímera que Keith entabla con Florence, otra superviviente de la hecatombe, propietaria del maletín rescatado de los escombros. Se suele acusar a DeLillo de confeccionar personajes fragmentarios y bidimensionales, bosquejos de hombre extirpados de alma. ¿No será que en realidad los hombres contemporáneos somos así, que hemos extraviado esa tercera dimensión que nos completa? Los protagonistas de esta novela quizá sean algo más humanos de lo que en DeLillo es habitual; pero la mirada del autor sigue siendo la mirada clínica de siempre, esa mirada que ABCD 14

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