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CULTURAL MADRID 14-01-2006 página 27
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CULTURAL MADRID 14-01-2006 página 27

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ACIERTA DE PLENO JUAN PEDRO QUIÑONERO EN ESTE INTERESANTÍSIMO RAMÓN GAYA Y EL DESTINO DE LA PINTURA AL HABLAR DEL SAGRARIO DEL CUERPO EN EL QUE EL ARTISTA INSTALA EL ALTAR DE NUESTRA CONCIENCIA ESTÉTICA (la batalla entre Titanes e Inmortales, etc. todo se observa desde el apocalipsis de la desaparición de la figura humana Y algo hay de esto; pero a Ramón Gaya nada le cansaba más que las ganas de asociarlo o hermanarlo con ese tipo de pintores de figuras (por ejemplo Balthus) a los que, sólo por eso, se les supone desavisadamente de su misma cuerda. Una figura no es una criatura. Balthus, excluido algún autorretrato o cierto paisaje de Chassy, pintó figuras desvitalizadas y de yeso y dijo (y con eso dijo todo) que había aprendido los medios seguros de André Derain. El problema no es ése. Figu- ras hubo y a manta en todas las fases de la debacle, desde Chirico hasta el pop art, y por ese camino se llega a ¡Bacon! que fue un pintor horrendo, mucho más que un pintor de lo horrendo, que es lo que quiso ser. FIGURA HUMANA. La barbarie no se detecta a mi pobre juicio en la desaparición de la figura o de la forma, sino en la de la carne o el sentido de la Encarnación y su Suprema Fuente, a las que invocó Gaya en sus más hondos textos y en sus más hondas pinturas. Por eso acierta de pleno Quiñonero al hablar del sagrario del cuerpo en el que Gaya instala el altar de nuestra conciencia estética Lo otro, las figuras en general y mezclarlo todo con todo, es lo menos interesante de lo que ha hecho Jean Clair (al que debe gustar Bacon) Seguro que se dio cuenta de esto Quiñonero cuando lo entrevistó en 1999 (colofón de este interesantísimo libro) de las cuatro veces que lanzó a Clair el nombre de Gaya, éste no recogió el guante ¡ni una sola! Y es que Gaya, sencillamente, es otra cosa. Así que no es de extrañar que cuando le preguntaron por Antonio López, dijera que le parecía igual de abstracto que Tàpies. lejano de Gaya, sobre todo porque el Mesías en el que creía ya se encarnó, precisamente, una vez única. Aunque es verdad que también creyó hasta su muerte que todo eso que se llama arte contemporáneo subiría un día por los aires como el globo de humo de Isaías. A Gaya se le preguntaba por esto y sólo decía: Sí; hay un dinero... Y, en efecto, hay un dinero para mucha, muchísima gente (artistas, filósofos, historiadores y organizantes) una gente que no puede tener ningún lazo afectivo con el arte, sólo uno profesional o de interés. Éste es el asunto. Y el libro de Quiñonero es certerísimo en el diagnóstico: Con el tiempo y los desastres de la historia dice muchos de los templos del gran arte, se han convertido en antros de perdición, víctimas del gusto depravado de los gobernantes y los especuladores por las mercancías desalmadas O cuando habla de la derogación terrorista de la obra de arte, y la explotación comercial del sabotaje... Pero yo no veo tan claros los síntomas que conducen, en el libro, a este diagnóstico. Para mi gusto y por decir algo, diría que aquí, quizá por obligarse a una especie de retórica máxima ABCD 1

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