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CULTURAL MADRID 07-05-2005 página 15
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CULTURAL MADRID 07-05-2005 página 15

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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LA LLAVE DE CRISTAL FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ La red filipina de historia de espionaje que pudieEste libroyencierra muchos otrosdaran ser escritos partiendo de los tos que contiene. Pero eso es algo muy poco probable dado el deprimente y masoquista panorama de la memoria histórica (la poca que va quedando) en España. Parece que sólo se pudiera hablar del pasado para decir que fuimos los más necios, los más codiciosos, los más fanáticos y los más crueles. Cualquier otra versión puede, fácilmente, ser considerada sospechosa de españolismo y por tanto de negra reacción. Lo que diría el pobre don Quijote (o su amigo Cervantes) si levantara la cabeza. Y sin embargo, hay estudios que atenúan tan esperpéntico estado de cosas, como el titulado Espías de Felipe II (La Esfera de los Libros) de Carlos Carnicer y Javier Marcos, profesores de Historia, una obra básica para cualquier aproximación seria al espionaje español en el siglo XVI, cuando España era centro y motor de un Imperio repartido por los cinco continentes, con fronteras permanentemente amenazadas. Aquí hay cientos de historias que dejarían pálidas las novelas de Le Carré o Len Deighton. Espías de Felipe II desmenuza con buen criterio los aspectos más importantes de la inteligencia hispana, situando los asuntos de los servicios secretos de ese periodo en su verdadero contexto. Para mantener la hegemonía política y militar y hacer frente a los desafíos que le exigía su papel principal en Europa, la Corona hispánica necesitaba disponer de buenos servicios de inteligencia. Y los tuvo. Felipe II era muy consciente de la importancia esencial del espionaje y fue el Monarca mejor informado de su tiempo. Su propio temperamento minucioso y reservado se adaptaba especialmente a la tarea gris y metódica de la guerra secreta. Él hizo de la inteligencia una actividad regulada y bien organizada, con estructura estatal, centralizada y moderna, que utilizaba un sistema de correos sin igual en la época. A la preocupación del Monarca por crear la red de espionaje más efectiva de Europa, se añadió la calidad del factor humano: un plantel de diplomáticos, militares y funcionarios de gran valía que sirvieron lealmente al Estado, y no dudaron en mancharse las manos en las cloacas de la información clandestina. Nombres como Bernardino de Mendoza, Juan de Idiáquez, Granvela o Juan de Zúñiga tienen reservado un puesto entre los maestros de espías de cualquier siglo. Aunque también hubo felonías. Alguna tan demoledora como la del secretario de Estado Antonio Pérez. Personaje intrigante, taimado y venal, su traición deja pequeña la de Kim Philby, por ejemplo. s LA NUEVA CABALLERÍA EL CABALLERO, LA MUÑECA Y EL TESORO JUAN PEDRO QUIÑONERO ÁLTERA. BARCELONA, 2005 169 PÁGINAS, 16 EUROS JUAN ÁNGEL JURISTO Toda fábula moral en el mundo moderno tiende a proyectar en la sociedad futura el arreglo de los males presentes, o bien, lo que en consecuencia es lo mismo, a empeorar aquello que se juzga ya como irremediable. Este género, utópico, donde la ciencia- ficción sería su consecuencia en lo tecnológico, ha conocido, con la quiebra de la concepción optimista de la Modernidad, un declive del que este libro, quizá sin proponérselo, puede ser tomado como ejemplo de la búsqueda de otras vías, otras sensibilidades en que esta literatura se debate hoy día. Juan Pedro Quiñonero ha vuelto en esta novela el género del revés, buscando en Arcadia lo que parece no encontrarse ya en Utopía, es decir, construyendo una fábula moral con elementos tomados del pasado, ya sea éste mítico, de cariz religioso, literario o político, y ensamblándolos en una realidad donde el tiempo está suspendido y no posee referencias realistas, aun sea futuras. El resultado de todo ello es una inmersión en la intimidad más recóndita de aquello que anida en el ser humano. Leyendo este libro nos sucede lo que habíamos aprendido ya en Dickens, que el hogar, por muy inhóspi- ta que la vida se nos presente, existe, aun sea en la lejanía, y si bien es verdad que la cita que abre el libro es la afirmación de la irrealidad del personaje, ésta se toma de Il Cavaliere inesistente, de Italo Calvino, otro hermoso ejemplo de irónicos planteamientos arcádicos, no lo es menos que la prueba de su deuda está en la resolución que adopta un niño al final de la narración, cuando el tiempo parezca que ha vuelto a darse la vuelta y hablemos ahora de Ulises, de Eneas, de Cristo, de Sócrates, de la fundación de Roma como si aconteciesen en el momento. JUGUETES ROTOS. En realidad el autor nos ofrece en este libro una reflexión en torno a los frágiles, y duraderos, lazos con los que está hecha la literatura, aunque valdría decir todo arte. La historia parte de un desván con juguetes rotos, donde ya se sabe desde hace mucho tiempo que reside la magia, de un niño con sus muñecos de barro a los que insufla vida, de Rodrigo, nuestro caballero andante histórico y mítico, y de una muñeca que logra revelar, finalmente, al niño el lugar donde se halla la isla del tesoro. En medio se enlazan una serie de tramas donde reaparecen personajes que creíamos enterrados en las páginas de antiguos tesoros, esta vez en forma de libro, y que recuerdan oráculos tan certeros como los de Delfos o Cumas. La novela, así, se decanta, por un lado, por narrar las aventuras de un nuevo Cid, de un Rodrigo que rememora de otra manera antiguos amo- res con Urraca, su matrimonio con Jimena, su lealtad, traicionada al rey, y, por otro, la metamorfosis del niño que quiere insuflar vida a sus muñecos de barro y que, en realidad, es un trasunto del narrador. La clave nos la ofrece, en uno de los pasajes más bellos e inquietantes del libro, la muñeca, cuando sonámbula describe los sucesivos estados en que el niño soñará y le enumera Ulises, el último poeta ibero, Ibn Arabí, el mismo Rodrigo, Juan de Austria, un marino catalán aliado a unos prófugos bizantinos, Alejandro de Gándara, un joven anarquista seguidor de Ferrer y Guardia, en fin, Eteocles y Polinices en el Alcázar de Toledo... Pero con ser la historia, aquello que se cuenta, apasionante, destacaría quizá como elemento más valioso del libro el alto estilo de su prosa, de una intensidad poética poco común y con una economía en los diálogos, en unos tiempos en que éstos se desparraman en un lenguaje de andar por casa, que es de agradecer. Hay, además, una densidad de significados que hace que el lector avisado goce reconociendo signos, huellas dejadas de antiguas lecturas de novelas iniciáticas, de aventuras, con elementos que aparecen desde los comienzos de lo literario, como la serpiente. Y todo ello como último refugio, de ahí que me refiriera antes al vuelo arcádico del libro, en que guarecernos ante la sociedad desalmada que se nos avecina. La literatura, por tanto, como nuestro encontrado hogar, nuestra cueva del hallazgo, nuestra isla del tesoro. s UN NUEVO CID CABALGA EN LAS PÁGINAS DE JUAN PEDRO QUIÑONERO. EN LA IMAGEN SUPERIOR, CAPITULAR DE UN CÓDICE MEDIEVAL ABCD 15

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