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CULTURAL MADRID 13-12-2003 página 42
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CULTURAL MADRID 13-12-2003 página 42

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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Cine El otro 27 tras la cámara La relevancia de José López Rubio como autor dramático ha dejado en la sombra otras facetas de su diversa personalidad creativa. Una de ellas fue su dedicación al cine, para el que trabajó con intensidad durante más de veinte años, tanto en Hollywood como, a su vuelta, en España IGNACIO ARMADA MANRIQUE E todos los grandes creadores de la otra generación del 27 López Rubio es el que ofrece una imagen más equilibrada en sus múltiples facetas como escritor y o autor. La discreción que siempre envolvió su figura le hizo brillar con menos intensidad que Jardiel, Neville, o Mihura, pero con una vida creativa mucho más prolongada. Empezó a publicar a finales de los 20, en obras coescritas con Eduardo Ugarte, una de las cuales, De la noche a la mañana (1929) ganó el premio del diario ABC y le convirtió colaborador de este periódico, con el que mantuvo toda su vida, hasta los últimos días, una relacion profesional en la que no faltaron artículos cinematográficos. Uno de éstos, El misterio Greta apareció en estas páginas pocos años antes de su muerte, y fue casi el último que publicó en un diario. En otros escribía sobre innovaciones revolucionarias, como el sonido o el color, o sobre su paso por Hollywood (reproducido al lado) López Rubio fue uno los genios agraciados por una epoca muy particular: la de la aparición del sonido en el cine, que invitó a comediógrafos, encabezados por Gregorio Martínez Sierra y Eduardo Ugarte, a exiliarse a la soleada California para preparar versiones hispanas de películas de éxito producidas en los Estados Unidos. D Extraña aventura López Rubio era el más activo de todos ellos: fue dialoguista, guionista, traductor, redactor, y director de diálogos, faceta fundamental, por constituir el enlace entre los directores (angloparlantes) y los actores (hispanohablantes) Entre 1930 y 1935, trabajó para la MGM y la Fox en veinticuatro películas, con cineastas de la talla de Benito Perojo, Louis King, Frank Strayer, y especialmente James Tinling y John Reindhart. Fue también uno de los principales impulsores de esta extraña aventura en la que, durante años, convencieron a los Estudios de que no sólo había que realizar versiones hispanas, sino que además era rentable filmar en Estados Unidos directamente en español. La mayor parte de estos largometrajes permanecen en los sótanos de Hollywood, a pesar de los intentos de nuestras instituciones de recuperarlos, por considerarlos patrimonio de la cultura española. Esta experiencia cinematográfica se convirtió en su preocupación primera durante veinte años. Como sucediera con Neville, el cine se había convertido para él en un horizonte nuevo abierto a la maravilla. Mientras se convertía en un prolífico y premiadísimo autor teatral, dedicó más de diez años como guionista y como director a intentar crear en España, también como Neville, un cine honrado y digno, leal al medio sin descuidar la riqueza literaria. Un cine autóctono, sin deudas ni influencias, que dio de sí un puñado de películas que hoy es obligado recuperar, tales como Pepe Conde o Sucedió en Damasco, cortos peculiares A la lima y al limón, Rosa de África o sus tres obras Consuelo Frank y Antonio Moreno en Rosa de Francia (1935) acompañados de López Rubio, guionista de la película mayores: el fresco histórico Eugenia de Montijo (injustamente menospreciado, como lo fue El marqués de Salamanca de Neville) El crimen de Pepe Conde y Alhucemas, ejemplo de cine colonial, no propagandista, que ha quedado como una rara avis de nuestro cine. Pero, en 1948, López Rubio publicó el libro Panorama del cine español donde, entre líneas, se puede entender el porqué de su misteriosa renuncia, el porqué un gran talento decidió pasarse con armas y equipaje a las artes escénicas. Lo más triste es que son razones de sobra conocidas, que pasan por la inexistencia de industria real, por los condicionantes político- culturales, o por la desidia de los profesionales a la hora de afrontar el cine como un hecho artístico propio. Hoy recordamos al hombre que albergó el sueño de hacer un cine diferente, desde una y otra orilla del Atlántico Entre 1950 y 1977, su relación con el cine se enfrió, y el teatro ocupó el lugar que el Séptimo Arte dejara. Fue dialoguista y argumentista con cierta frecuencia, pero sin gran implicación en los diversos proyectos en los que participaba: dignas películas comerciales como Crimen en el entreacto (1950) o Aeropuerto (1953) curiosidades Di Stéfano, míster Real Madrid, La batalla del domingo (1962) de Luis Marquina o colaboraciones en la última y discreta etapa del gran Rafael Gil: Chantaje a un torero (1963) la enésima versión de Currito de la Cruz (1965) Es mi hombre (1966) Nada menos que todo un hombre (1971) El mejor alcalde, el Rey (1973) Sus últimos veinte años vivió sin relación alguna con el medio. Sus piezas teatrales, exitosas y muy vistas en televisión, sólo llegaron al celuloide en dos ocasiones: Un trono para Cristy (1960) de Luis César Amadori, y Una madeja de lana azul celeste (1964) de José Luis Madrid. Hoy recordamos al hombre que albergó el sueño de hacer un cine diferente, desde España y desde Hollywood, donde añoraba el aceite de su tierra mientras compartía almuerzos con Jardiel, o fiestas con Douglas Fairbanks, Charles Chaplin o Sergei Eisenstein. Desde la otra orilla, la del Atlántico, escribía español para extranjeros. Desde la nuestra, escribió y filmó para un cine cuyos directivos y capitalistas nunca asimilan los derroches de talento. v 42 Blanco y Negro Cultural 13- 12- 2003

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