CULTURAL MADRID 21-06-2003 página 43
- EdiciónCULTURAL, MADRID
- Página43
- Fecha de publicación21/06/2003
- ID0005419161
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Del fondo del mar al centro de la tierra JOSÉ MARÍA LATORRE A UNQUE el viaje a la memoria cinematográfica de Julio Verne o, diciéndolo de otra forma, el viaje a través de las adaptaciones hechas en cine de la obra de Julio Verne, puede remontarse hasta Le voyage dans la Lune, de Georges Méliès (1902) no hay duda de que sus estaciones más importantes llevan los nombres de Veinte mil leguas de viaje submarino y Viaje al centro de la Tierra. Los jefes de estación de la primera fueron Richard Fleischer y Walt Disney y los de la se, gunda, Henry Levin y Charles Brackett. Las incursiones del cine en el mundo verniano han sido abundantes, pero con las dos citadas se alcanzaron las cotas más altas. En la historia de las superproducciones hollywoodienses figura también un espectáculo inspirado en Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, realizado en 1956 por Michael Anderson, pero el resultado fue tan penoso que casi parecía hecho a propósito; del escritor quedó poco y la memoria del espectador sólo ha alcanzado a retener la aparición de excelentes actores en fugaces intervenciones. ¿Qué tienen, pues, los trabajos de Fleischer y Levin para poder ser considerados las mejores adaptaciones de obras de Verne? El viaje iniciático lleno de elementos rituales y esotéricos que es Viaje al centro de la Tierra fue transformado por el guionista y productor Charles Brackett en una sencilla expedición Lidenbrock No se vea en estas palabras ningún ánimo peyorativo: sólo sucede que la película no se acoge a la idea del relato iniciático (hecho de preparación en lugar sagrado, de viaje como símbolo de muerte o de mutación, y de renacimiento o salida) sino a la forma, más sencilla, del relato de aventuras tradicional. Fantástico y racional El director de Viaje al centro de la Tierra, Henry Levin, tiene la habilidad, como el propio Verne, de conseguir identificar desde el principio al espectador con el narrador. El método seguido para alcanzar esa identificación es diferente al de la novela, donde Axel, según Salabert, interpreta la incredulidad del lector, al oponer a la descabellada idea del profesor Lidenbrock los más sólidos y racionales argumentos Levin se apoya sobre el hecho de contar con el gran James Mason como intérprete del papel de Lidenbrock. Gracias a la excelente labor del actor, la aventura se muestra a la vez verosímil y descabellada, fantástica y racional, intimista y extraña: el Lidenbrock de Mason sabe ser a un tiempo ese científico verniano genial y ensimismado, un hombre con el carisma suficiente para erigirse en el jefe de la expedición y un ser humano investido con ciertas características comunes que facilitan la comunicación con el público. El viaje del grupo de expedicionarios pasa por una serie de gozosos descubrimientos: setas gigantes, un bosque de sal, un océano interior, unos animales prehistóricos, una luz artificial producida por cierto tipo de algas; las cascadas luminosas y los abismos calidoscópicos, accidentes en unos decorados que a veces traen a la memoria ciertos cuadros de Chirico y hacen brotar en el relato una alegría que tiene más de alborozo familiar que de exaltación ante unos hallazgos científicos que son los que confieren a la aventura su razón de ser. Por supuesto, las películas basadas en novelas de Julio Verne no se agotan con estos dos filmes, pero resulta difícil encontrar en otros el espíritu creativo de los citados: Miguel Strogoff, de Carmine Gallone; De la Tierra a la Luna, de Byron Haskin; La isla misteriosa, de Cy Endfield (con animación del especialista Ray Harryhausen) La estrella del Sur, de Sydney Hayers; La luz del fin del mundo, de Kevin Billington, rodada en España... Y, ya que cito a España, cabe recordar que Juan Antonio Bardem también rodó una versión de La isla misteriosa, una de las mejores novelas del autor, que no se convirtió precisamente en uno de los mejores filmes del cineasta. v La odisea de la libertad El experto verniano Miguel Salabert considera justamente que la novela Veinte mil leguas de viaje submarino es una odisea de la libertad y que el personaje del capitán Nemo, proyección ideal del ego de su creador, cobra acentos del superhombre nietzscheano. Salabert detecta un tono de Zaratustra en unas palabras de Nemo no son nuevos continentes, sino hombres nuevos lo que el mundo necesita agregando a continuación, y refiriéndose al famoso ensayo de Gramsci sobre los orígenes populares del superhombre (que el italiano localizó en El conde de Montecristo) que si Gramsci hubiera releído a Verne, al que dedicó unas líneas muy superficiales fiadas al recuerdo de su lectura infantil, no hubiera dejado de señalar también a Nemo Si bien la versión cinematográfica de Fleischer y Disney no apunta tan lejos porque, más que un superhombre, el Nemo del filme (James Mason) es una mezla de vengador, misántropo e iluminado, el realizador construye una agradable ilustración de la aventura verniana, basada en la curiosidad intelectual que motiva el acercamiento del profesor Aronnax (Paul Lukas) al capitán Nemo a partir del momento en que aquél pone sus pies a bordo del Nautilus mientras Fleischer despliega una vistosa combinación de escenas de descubrimiento de decorados con sentimientos de atracción y rechazo ante lo que se ve y se intuye, ante lo que se expresa y lo que queda sugerido. Cantinflas y David Niven en una escena de La vuelta al mundo en ochenta días (Michael Anderson, 1956) Filmografía s Le voyage dans la Lune, de Georges Méliès (1902) s Veinte mil leguas de viaje submarino, de Richard Fleischer (1954) s La vuelta al mundo en ochenta días, de Michael Anderson (1956) s Miguel Strogoff, el correo del zar, de Carmine Gallone (1956) s Viaje al centro de la Tierra, de Henry Levin (1958) s De la Tierra a la Luna, de Byron Haskin (1958) s El amo del mundo, de William Witney (1961) s La isla misteriosa, de Cy Endfield (1962) s Los hijos del capitán Grant, de Robert Stevenson (1962) s Cinco semanas en globo, de Irwin Allen (1962) s El conde Sandorf, de Georges Lampin (1963) s Las tribulaciones de un chino en China, de Philippe de Broca (1965) s La estrella del Sur, de Sidney Hayers (1968) s La luz del fin del mundo, de Kevin Billington (1970) s La isla misteriosa, de Juan Antonio Bardem (1973) Bibliografía s Angulo, Jesús. Las veinte mil caras de Julio Verne. Colección Cine y Más Ed. del Festival de Cine de Huesca en colaboración con la Diputación Provincial, Huesca, 2003 s Born, Franz. The Man Who Invented the Future: Jules Verne. Prentice Hall, Londres, 1967 s James Miller, Walter. The Annotated Jules Verne From the Earth to the Moon Publishers Thomas Y. Crowell, 1978 s Salabert, Miguel. Julio Verne, ese desconocido. Alianza, Madrid, 1985 Selección de J. M. L. 43 Blanco y Negro Cultural 21- 6- 2003