CULTURAL MADRID 21-06-2003 página 42
- EdiciónCULTURAL, MADRID
- Página42
- Fecha de publicación21/06/2003
- ID0005419160
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Cine Visiones de Julio Verne La obra profética y anticipadora de Verne ha supuesto un filón para un arte, el cine, que empezaba a desarrollarse al tiempo que sus novelas conocían el éxito. El Festival de Cine de Huesca rinde este año un homenaje a la genial figura del escritor con la proyección de diversas adaptaciones de sus obras, acompañadas de una interesante exposición y la edición de un estudio sobre sus películas Le voyage dans la Lune, de Georges Méliès (1902) Viaje al centro de la Tierra, de Henry Levin (1958) Más allá del oráculo ISABEL GUTIÉRREZ UENA parte de las decenas de textos, breves o extensos, que relatan la vida y obra de Julio Verne (Nantes, 1828- Amiens, 1905) arranca con la que, quizás, fue la mayor trastada de su infancia: a los once años se escapó de casa para embarcarse como grumete en el Coralia un navío anclado en el puerto de Nantes que en breve saldría con destino a la India. Careció de la fortuna de su admirado Arthur Gordon Pynn, el joven polizón en quien Edgar Allan Poe se había inspirado poco antes para crear una de sus narraciones más fascinantes y que, en 1897, en La esfinge de los hielos, el propio Verne continuó allí donde Poe la había dejado: en las temibles aguas del océano Antártico. Cuentan que Pierre Verne, abogado de prestigio y especialmente obsesionado con el orden y la puntualidad, además de la zurra correspondiente, arrancó a su hijo la promesa de no viajar, salvo con su imaginación. Pero, ¿cómo un chaval inquieto y curioso podría resistir la tentación de convertirse en un trotamundos, cuando a su ciudad llegaban naves procedentes de las Antillas o de Isla Reunión y de ella partían buques hacia Québec y Luisiana cargados de compatriotas dispuestos a iniciar una nueva vida? Tal vez el fracaso de su aventura dejara a Francia sin un gran marino. B A cambio, la literatura y la ciencia ganaron a un autor prolífico, imaginativo y audaz; un investigador de saber enciclopédico, un visionario entusiasta y un incansable creador poseído por el espíritu de su época: el de las grandes transformaciones sociales y económicas sucedidas en Europa occidental durante el tránsito de la primera a la segunda revolución industrial. En su gabinete de París, tras malvivir durante sus años de universitario al invertir el grueso de su presupuesto en libros, más que en vestir con decencia y comer como Dios manda, y después de firmar un contrato con el editor P J. Hetzel (fue quien descubrió su talento tras leer, y obligarle a rehacer, Cinco semanas en globo) pergeñó en más de cien obras las líneas maestras del futuro del hombre en el siglo XX, de sus logros y sus descubrimientos. Un mundo soñado Su erudición e imaginación gestaron artilugios que parecían inviables y situaciones, por aquel entonces, inaccesibles. Un mundo soñado. Un mundo imposible. No sólo desveló la manera de llegar a la Luna y volver a casa (en De la Tierra a la Luna, de 1865, y en En torno a la Luna, de 1870, predijo, con un pequeño margen de error, las dimen- siones de la cápsula espacial, el lugar del lanzamiento, la ausencia de gravedad... o la forma de autoabastecerse de energía en las profundidades marinas (Veinte mil leguas de viaje submarino, de 1867) También imaginó los cañones de largo alcance (Los quinientos años de la Begun, 1879) los carros de asalto (La casa del vapor, 1880) los rascacielos, la vídeoconferencia y la fotografía en color (La jornada de un periodista americano en el año 2889, 1889) el cine sonoro y el fax (El castillo de los Cárpatos, 1892) No hace mucho, el economista norteamericano Jeremy Rifkin señaló a Verne como el primero en plantear la posibilidad de utilizar el hidrógeno como fuente de energía alternativa cuando los combustibles fósiles se agoten (La economía del hidrógeno; Paidós, 2002; pág. 215) una apuesta cada vez más sólida recién iniciado el siglo XXI. En La isla misteriosa (1874) a la pregunta del marinero Pencroft sobre qué pasaría con la economía de la Unión si un día se agotara el carbón, el ingeniero Cyrus Harding responde que se quemaría el agua, pues en el futuro podrían utilizarse los átomos de hidrógeno y los de oxígeno juntos o por separado como fuentes inagotables de luz y calor. A lo largo de su vida, y a pesar de su éxito, no siempre fue Julio Verne un creador respetado: la comunidad científica desdeñaba sus historias por estar plagadas de errores de cálculo y de inventos imposibles de realizar los más aguerridos cruzados de la moral de la época insistían en que contaminaba a los jóvenes con valores erróneos. Él mismo, al final de su existencia, enfermo y abatido, convencido de que nunca tendría un lugar en las letras francesas, mostró un pesimismo esclarecedor, el mismo que ya había marcado su primera novela, París en el siglo XX (1863) que su editor rechazó por encontrarla deprimente. Puede que ya se temiera lo peor: una Humanidad víctima de grandes calamidades y sometida a un excesivo sufrimiento. Lo que el hombre imagina En una ocasión, Verne aseguró que todo lo que el hombre sea capaz de imaginar, todo será realizado por otros hombres Tenía razón, aunque a los niños del último cuarto del siglo XX, más allá del oráculo que un día fueron sus libros al fin y al cabo, nos criamos con la tele y nos sometimos prematuramente al ordenador sobre todo nos ensanchó la imaginación. Cada una de sus páginas era una invitación a salir pitando de casa para recrear, en un árbol o en un columpio, todo lo bueno y algo de lo malo que sus héroes vivieron. v 42 Blanco y Negro Cultural 21- 6- 2003