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CULTURAL MADRID 21-06-2003 página 34
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CULTURAL MADRID 21-06-2003 página 34

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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PINTURA Arte Sólo la mar Eduardo Sanz Galería Juan Gris. Madrid. C Villanueva, 22 Hasta mediados de julio 4,26 hora solar E ocurre con el pintor Eduardo Sanz lo que con su paisano de una generación casi dos veces anterior, el poeta santanderino José del Río Sáinz. Que me cuento entre quienes atribuyen al primero un interés muy superior al hasta ahora demostrado por buena parte la crítica y de las publicaciones del ramo, así como entre los que quisieran rescatar al segundo del limbo del recuerdo provincial. Modernista tardío, el poeta que fue marino y periodista; en el pintor destaco la admirable consecuencia con que cruza, desmiente, alterna, metaboliza y articula pro domo sua motivaciones y aspectos de tendencias tardovanguardistas distintas y distantes entre sí, pero contemporáneas suyas. Descartado el arranque, tan frecuente en los pintores de su generación, en las postrimerías del infor malismo, sus experiencias en aquellos seminarios sobre formas computables no sólo justifican las geometrizaciones de entonces, sino la compleja reducción geométrica de los recursos figurativos con que trasciende el fotorrealismo de partida (nada más alejado de las soluciones ultra- retinianas de esta tendencia) en sus M cuadros actuales; especialmente en los que la eliminación del horizonte (la línea horizontal es ya el paisaje; aquí el del mar) alcanza la bidimensionalidad, la planitud greembergiana de la pin- tura abstracta más emocionante. O las más sintéticas abstracciones optical de efectos gestálticos (la llamada ilusión de Poggendorf) con cierta evocación del viejo Hokusaï y de otros orientales... Y más cosas. Y, como en del Río Sáinz, un único asunto y todo un pensamiento: el mar. El mar. La mar. El mar! ¡Sólo la mar Cantó el pintor- poeta de Marinero en tierra. Lo idéntico a sí mismo y siempre diferente como el agua en el mar. La mer, la mer, toujours racommencée, de Valéry. Al mar de la teoría del caos y de los fractales nos remiten la aludidas traducciones geométricas de Eduardo Sanz que, antes documentó como el más empecinado conceptual, los faros de nuestras costas, pero pintándolos Si en su pintura hay un estadio de apoyo fotográfico a la manera ya lo he dicho de los fotorrealistas, ello no impide una yuxtaposición (Tríptico, 2002) como de fotos de Jan Dibbets... Todo ello da una doble negación: la que extrae de las tendencias negadoras y que niega pintando para afirmar con la verdad de la pintura, la poesía del mar. Como también cantaba Alberti, Eduardo Sanz puede decir literalmente: No tengo estilo. Tengo olas innumerables que entre todas crean constantemente uno: el mar. Santos Amestoy Pedro Esteban, a gloria mayor Pedro Esteban Galería My Name s Lolita Art. Madrid. C Salitre, 7 De 850 a 1050 euros. Hasta el 26 de julio S t (2003) de Pedro Esteban N las pinturas de Pedro Esteban, en las que no parece pasar nada, también podemos ver que esa nada que pasa, o que no pasa, viene a ser en realidad un instante decisivo, hueco de narración o de literatura, algo así como el cruce en el que el tiempo toca con sus dedos lo que no puede ser de él. Por eso creemos ver ahí, o las hemos creído ver al menos en muchas pinturas suyas, lo que se dice historias, a menudo pequeñas e insignificantes esquirlas de historias anodinas, como las de aquellas domésticas escenas rurales que evocaban la vida lenta de su San Miguel de las Dueñas, en el Bierzo, o las de las mañanas sordas de los arrabales levantinos con camionetas quietas, o las del vacío brillante, ancho y liso, de la casivida que apenas late en las autopistas solitarias que se pierden en un punto del cielo. E Histórico y estético Sus casas perdidas, esas casas con boca, parlanchinas, simpáticas que él añora y que pintó hace algunos años; su retablillo compuesto por los retratos medio rudos medio expresivísimos de las hermanas bernardas del convento de San Miguel de Almázcara; las espadañas de sus iglesias concisas, ingenuas, vibrantemente encendidas por colores en ascua; la mirada solicitante de sus animales solos... todo aquello nos conduce ahora a ver de una manera distinta un aljibe, el reflejo del cielo en el pilón de ese aljibe, el terreno como de parcela muda y preurbanizada en el que ¡parece mentira! el agua brota de lo hondo y sale de lo hondo a espejear lo más alto que conocemos. De una manera distinta, digo, porque algo nos dice que estamos muy lejos de las miradas de otros pintores que, sí, en un primer momento nos han venido al recuerdo, a consolar con su recuerdo histórico y estético la rareza inclasificable de estas pinturas que no parecen obedecer sólo a la historia artística o estética. Y es que resulta que no hay aquí, aunque en ese primer momento lo creyéramos, nada de pureza a la Vallotton, nada de descoyuntamiento encantadoramente torpe y sabio a lo Hockney nada de desolación lite, raria propia de los metafisici. Lo que hay en el agua lisa de este pozo es una palabra y un símbolo, más sintéticos y desnudos si cabe, que prolongan la unidad orgánica de esta pintura, una unidad que por supuesto no parece deberse a la voluntad o a la deliberación del pin- tor, sino a su saberse instrumento para el canto de una gloria mayor, o de una gracia, de las que el mismo se asombra. Si no, nadie alcanzaría a ver el hilo de unión de ese paraje de secano con la capillita de cruces, la del agua con la cruz, la del fluir del tiempo con la intemporalidad estática del signo. Esteban dice humilde y acariciadoramente, casi románicamente, el instante en el tiempo que no es sólo del tiempo, la caridad que mira el mundo pura, salvadora. Así que no son, verdaderamente, cosas sólo del arte. Por eso su excepción y su apartada rareza. E. A. R. 34 Blanco y Negro Cultural 21- 6- 2003

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