CULTURAL MADRID 21-06-2003 página 29
- EdiciónCULTURAL, MADRID
- Página29
- Fecha de publicación21/06/2003
- ID0005419147
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Del vivir a la intemperie Frank Thiel y Javier Vallhonrat Galería Helga de Alvear. Madrid. C Doctor Fourquet, 12 De 800 a 43.000 euros. Hasta el 19 de julio IGUE implacablemente la Gran Demolición. En esta ocasión, marcada espléndidamente por las fotografías de Frank Thiel, no se trata del atentado colosal, de ese dramático (aunque reducido rápidamente a vídeo- clip) bautismo del siglo XXI, sino de la actividad frenética de la especulación inmobiliaria. Tras la performance que supuso la caída del Muro, Berlín pierde su magnetismo político y artístico para convertirse en otro no- lugar. La mirada estilísticamente geometrizante y serial de Thiel descubre por todas partes solares, grúas, excavadoras, mientras los sujetos, los trabajadores parece que se han volatilizado. La ciudad alemana sometida a sucesivas destrucciones (la más traumática de todas, la provocada por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial) sortea la sobredosis de historia, proponiendo con una mezcla de ingenuidad y cinismo lo nuevo Thiel advierte en un breve texto que publicó en el catálogo de su magnífica exposición en el Centro Galego de Arte Contemporáneo (1998) que toda la ciudad es una alfombra de remiendos que refleja el urbanismo espiritual de este siglo Efectivamente, la fragmentariedad urbanística y la aceleración especulativa producen si eso es posible una dislocación mayor en la ciudad que tiene algo de campamento, al mismo tiempo, chapucero y ultra- tecnológico. Thiel retrata la ciudad fantasmal, introduciendo en su estética de simetrías y extrema elegancia lo ruinoso, lo que en términos de Smithson, llamaríamos desarquitectura En cierto sentido, podríamos remontar las fotografías del Hotel Palenque del creador de Spiral Jetty y las grandes imágenes del Berlín metamórfico de Frank Thiel hasta las heterotopías piranesianas: la tortura manierista del orden arquitectónico clásico prolongándose en las nuevas vedute de una ciudad que ya no aspira a ser ideal. Ciertamente, hay tanto pintoresquismo cuanto revelación de lo S J. Vallhonrat: Acaso 50 (2003) aberrante en esas instantáneas que muestran el desmantelamiento de los edificios, en apariencia recién construidos. La indagación del fotógrafo no es en cualquier caso esencialista; antes al contrario, Thiel queda seducido por la apariencia de los cimientos o por la textura de un muro, completando una estética que tiende, con frecuencia, a lo pictoricista. También nombra explícitamente Javier Vallhonrat el modelo pictórico al referirse a la serie Acaso en la que, con una lucidez extraordinaria, aproxima lo performativo a la sugerencia cinematográfica, sin dejar de asediar un gesto fundacional de asentamiento en un mundo que se desliza entre la realidad y la ficción Ampliación del imaginario Sin duda, Vallhonrat, con estas fotografías que tienen cierta cualidad documental, amplía prodigiosamente su imaginario, después de haber realizado una serie magistral, E. T. H. mostrada recientemente en el Centro de Arte de Salamanca (2003) en la que revisaba el paisaje sublime desde la transformación técnica de la naturaleza (en un tiempo en el que la cibernética, como dijo Heideg- ger, es la metafísica de la era atómica) En los acontecimientos casuales de sus imágenes recientes parece que se revelan alegorías de la vida a la intemperie, desde esa hermosa visión de un sujeto acurrucado sobre dos palos en una superficie pantanosa que me hace recordar las humedades místicas de Tarkovski, a las construcciones transparentes, como esa vitrina que alguien intenta limpiar desde dentro. Vallhonrat consuma, como Virilio pidiera, una dramaturgia del paisaje en la que la aparente gravedad está contrapesada por una sutileza irónica. Más allá de los modelos chamánicos o acrobáticos de la performance, surge ese gesto, casi patético, de sostener tumbado, con las manos y las rodillas, un tablero, como si de esa forma pudiera producirse un esquema de vivienda. Vallhonrat, el fotógrafo español que más me interesa, construye con enorme intensidad plástica maravillas o rarezas de la vida, ocurrencias, juegos, gestos enigmáticos que nos llevan más allá del sofocante grado cero de la neo- banalidad. Fernando Castro Flórez Una muestra de altos vuelos Tim White Galería Pilar Parra. Madrid C Conde de Aranda, 2 De 2.100 a 5.000 euros Hasta el 15 de julio Imagen de la exposición de White L A exposición Terminal, una más de las propuestas incluidas en el cajón de sastre de PHotoEspaña, surge del feliz encuentro en Turín, en 2001, entre la galería Pilar Parra y el artista neoyorquino de origen polaco Tim White (1967) Desde que hace cinco años empezara a trabajar con el vídeo también realiza pinturas y esculturas White investiga los vínculos entre la fotografía manipulada digitalmente y la abstracción que puede resultar de dicha intervención. De la serie primigenia se exponen los dos últimos ciclos, Terminal at Night y Terminal at Last (la primera pieza, Day at the Terminal, se agotó en la feria turinesa Artissima de 2002, donde obtuvo el premio al mejor artista) La muestra tiene como elemento germinal el vídeo, modificado con un programa de tratamiento de imagen creado por el propio artista y acompañado con música de Brian Eno y J. Peter Se completa con la exhibición de una caja de luz y varias fotografías (ci- bachromes sobre metacrilato o sobre aluminio) obtenidas de la misma proyección. A lo largo de aproximadamente ocho minutos y a través de las distintas imágenes fijas, desfilan, se superponen y se repiten, sin pretensión narrativa, las secuencias tomadas en varios aeropuertos JFK de Nueva York, Charles de Gaulle de París... Tras el atentado del 11 de septiembre de 2001, White alquiló un jet privado y obtuvo las licencias necesarias para sobrevolar y rodar con su cámara digital imágenes aéreas, de superficie y subterráneas de los aeródromos. El ataque contra la ciudad de los rascacielos afectó profundamente al artista, que reside y tiene su estudio en Manhattan: tras la aparente frialdad de las escenas expuestas se adivina una sincera implicación emocional. La acepción múltiple del título sirve a White para proponer una hermosa metáfora de la vida: la terminal es lugar de transición, de encuentro, de espera (y, no pocas veces, de desesperación) principio o final de un trayecto, pero, también, una palabra vinculada al lenguaje informático que tan hábilmente maneja. Las hipnóticas distorsiones y disoluciones que crea, transformando los objetos reales en acuosas cadenas de formas moleculares, azules, rojas y amarillas, remiten a la idea del aeropuerto como un cuerpo autónomo y vivo, en plena actividad. El trabajo visual y sonoro de Tim White es una excelente combinación de originalidad estética, calidad de ejecución y complejidad conceptual; observar el resultado supone un estímulo para los sentidos, la mente y el espíritu. Los entusiastas de las nuevas herramientas de creación plástica encontrarán una razón más para ratificar su optimismo; los aún escépticos dejarán, al menos durante unos minutos, de serlo. María García Yelo 29 Blanco y Negro Cultural 21- 6- 2003