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CULTURAL MADRID 21-12-2002 página 28
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CULTURAL MADRID 21-12-2002 página 28

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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rJu: 3 kV T? L 3 ESCULTURA Me La fragilidad hierro del Manolo Valdés Galería Marlborough. Madrid. Orfila, 5 Hasta el 4 de enerode 2003 ECONOZCAMOS el primer contacto con que la obra última de Manolo Valdés (Valencia, 1942) que ahora se expone en la galería Marlbo rough de Madrid, llegó a través del catálogo; y prosigamos con una verdad de las buenas: esta ex posición nada tiene que ver cuando es contempla da sobre el papel a cuando se observa al natural; un salto de la decepción a la satisfación. En el iiitimo caso, cara a cara con las piezas, no es que ga ne enteros, es que lo gana todo. Las dimensiones de las esculturas, la expresividad de los materia les, de Las texturas, sólo es posible apreciarlas de frente, y en estos trabajos tales cuestiones o deta lles resultan imprescindibles. Ya se sabe, casi co mo una cuestión de dogma, que los catálogos no resultan nada favorecedores, ni para la obra, ni para el artista, ni para casi nadie, incluso cuando las ediciones son de lujo, como ésta, con un texto incluido de Antonio Muñoz Molina quien hace la presentación de los últimos trabajos de Manolo Valdés que unos meses antes habian sido expues tos en la sede neoyorquina de la galería Marlbo rough. R Meninas, de Matisse... en cuadros, en arpilleras, en esculturas) con la imagen de ruina, de restos de la batalla moldeados como metáfora creativa. Bustos femeninos coronados por amasijos de hie rros. Ésta es la descripción más fiel, más directa, sin trampa ni cartón, sin retóricas ni dobles lec turas, que se puede hacer de las piezas de la serie Amelle y Ariadna, que, si sobre el papel (del que hablábamos antes) se diluyen, no traslucen toda su potencia, en las salas de la galería ganan toda la personalidad y simbología que desea trasmitir Manolo Valdés. La quebradizalíneadel horizonte Si seguimos citando a Muñoz Molina, él lo ex presa con el conocimiento de causa que da el haber vivido también en Nueva York aquellos días de la catástrofe y sus posteriores sensaciones (recorde mos que Valdésreside y trabaja en la ciudad de los rascacielos desde hace muchos años) Tienen una poderosa majestad de cariátides, cariátides que sostienen no la cornisa de un edificio sino una par te de su ruina, y que aluden a la tradición de las pe sadas alegorías escultóricas del siglo XIX, y en par ticular a la más célebre, la más gigante de todas, la estatua de la Libertad Pero si de metáforas, de símbolos de la destrucción hablamos, de ese 11- 5 tan recurrido y (tristemente) socorrido para losar tistas en estos últimos tiempos, no podemos olvi darnos de las esculturas tituladas Horta de Ebm que, más allá de recordar recrean el trazo cubista de Picasso, dibujan una línea del cielo neoyorqui na, de rascacielos recortados en plomo, sólidos y frágiles a un tiempo. Cantera de ruinas Como escribe Muñoz Molina: Uno se daba cuenta de que mucho tenía que ver con la expe riencia de quien vivió en la ciudad (Nueva York) el 11 de septiembre, cuando las más sólidas tecno logías de la civilización urbana sucumbieron bajo un fuego súbito de apocalipsis y el corazón finan- Hw taS Ebn (2002) ciero y tecnológico de la ciudad se convirtió en una cantera de ruinas Para seguir el hilo de es ta vivencia y con la retrospectiva que el Museo Guggenheim de Bilbao le acaba de dedicar a Val dés aún fresca en la memoria, estas piezas aúnan buena parte de su iconografía (sus estudios de las PINTURA Pintar lo necésario Joan Hernández Juan Pi GaleríaSoledad Lorenzo. Madrid. C Orfila, 5. Hasta finalesde mes ARECE lo más elemental dice poco, por que que se considera que es mínimo lo que apor ta más allá de su simple enunciación. De una obra que se resuelve con el protagonismode un par de trazos, realizados para configurar, por ejemplo, la forma de una montaña, se diría que está falta de todos esos atributos que puede haber sobre la geografía de una real o que no se ha empleado en ella casi ninguno de los que posibiíta un medio tan rico como el pictórico. En el primer caso, se podría estar pecando de parcialidad: si hablamos de arte, mantener la verosimilitud como único criterio resulta, esta vez sí y con todas las conse cuencias, de una gran simpleza. En el segundo, se podria estar haciendo gala de un concepto es truendoso, (retórico, dirian algunos, de la pintu ra: cuantos más efectos, más calidad. No hace fal ta insistir en el hecho de que la entidad de una obra no depende de lo complicado de su realiza ción; si está planteada con pocos elementos pero estos son los necesarios, nada más hace falta. Lo importante no es la cantidad de ellos sino el sen tido que estos adquieren, lo que en su economía son capaces de sugerir. Pensemos, por ejemplo, en los dibujos de Matisse y también en las esquemá ticas figuras del arte primitivo. Dicha economía suele ser expresión de lo esen cial, de aquello a lo que el artista ha accedido des- P Memofladel Sur (2002) pués de un proceso selectivo y a lo que no desea renunciar, así como de la manera en la que quiere formularlo. Una sensibilidad determinada genera su propio lenguaje, establece su particular modo de decir; cuando todo esto encaja es cuando ad vertimos su coherencia: nos encontramos ante una voz original. No es difícil hacerse esta serie de reflexiones al contemplaz exposición tras ex posición, la línea mantenida por Joan Hernández Pijuan quien, precisamente por su elaborada elementalidad, parece tener las cosas bastante cla ras; claras en su concepción y claras en su resolu ción. Envidiable modo de proceder que nos per mite asistir al desarrollo de unos planteamientos que con el tiempo y la experiencia se van enri queciendo, pues profundizan y refuerzan el senti do general de la totalidad de su obra. En esta última individual, como es costumbre en él, son pocos los motivos con los que trabaja: ár boles, grafismos reiterados, una montaña. for mas recurrentes, de defmición simple, que dialo gan de diversas maneras con el soporte sobre el que están dispuestas. Maneras que no difieren apenas unas de otras, mediante cuya aparente se mejanza consigue un interesante juego de matices, estudiadamente sutiles. El artista parte de una misma idea, de una misma sensación que a la hora de trabajar no agota en un único resultado, pues de ella quiere extraer lo que ha sido capaz de concebir y de ir adivinando pictóricamente. Parece eviden te que un cuadro le lleva al siguiente y que cada conjunto, si es que hay que entenderlo de este mo do, recoge todo lo que un motivo le ha sugerido. Ca be resaltar la capacidad, la maestría de Hernández Pijuan para, más allá de las cualidades de su factu ra, lograr composiciones de una espléndida pre sencia que no dudo en calificar de clásica. VíctorZarza 23 Bhj. nr, NegroC, ltu- al 21- -12- -2 02

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