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CULTURAL MADRID 19-10-2002 página 8
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CULTURAL MADRID 19-10-2002 página 8

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
  • Página8
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LA OTRA POESÍA DE POSGUERRA Libros Completamos estas páginas dedicadas a Leopoldo Panero con una selección de sus versos. Adolescente en sombra Hijomío y EnlasmanosdeDios pertenecenaEscritoacadainstante; Epitafio aOtros poemas La memoria del corazón LEOPOLDO PAINERO ADOLESCENTE SOMBRA EN A ti, Juan Panero, mi hermano, mi compañero y mucho más; a ti tan dulce y tan cercano; a ti para siempre jamás. A ti que fuiste reciamente hecho de dolor como el roble; siempre pura y alta la frente, y la mirada limpia y noble; Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada, me empujas levemente (ya casi siento el frío) me invitas a la sombra que se hunde a mi pisada, me arrastras de la mano... Y en tu ignorancia fío, y a tu amor me abandono sin que me quede nada, terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío. EN LAS MANOSDE DIOS a ti nacido en la costumbre de ser bueno como la encina; de ser como el agua en la cumbre, que alegra el cauce y lo ilumina; a ti que llenas de abundancia la memoria del corazón; a ti, ceniza de mi infancia en las llanuras de León; desamparada y dura hombría donde era dulce descansar, como la tarde en la bahía, desde el colegio, junto al mar; viejos domingos sin riberas en la vieja playa de Gros, cuando quedaban prisioneras las palabras entre los dos; cuando era suave y silenciosa la distancia que ya no ves; los pinares de fuego rosa y la espuma de nuestros pies; cuando era el alma lontananza y era tan niña todavía entre mis huesos la esperanza que hay se torna melancolía... Allá en la falda soñolienta del monte azul, en la penumbra del corazón se transparenta el hondo mar que Dios alumbra; y ese dolor que el alma nombra; ¡esa pesadumbre de ser detrás de los muros en sombra adolescente del ayer! A ti, valiente en la inocencia; a ti, secreto en el decir; y voluntad de transparencia igual que un ciego al sonreír; a ti el primero, el siempre amigo, vaya en silencio mi dolor como el viento que esponja el trigo y remeje con él su olor; vaya en silencio mi palabra, como la nieve al descender duerme la luz, para que abra la fe mi sueño y pueda ver. De tu tristeza sosegada y de tu camino mortal ya no recuerdo tu mirada; no sé tu voz o la sé mal. No llega el eco de la orifia ni puedo mirarte otra vez, y mi palabra más sencifia es la misma de la niñez. A ti que habitas tu pureza, a ti que duermes de verdad; casi sin voz, el labio reza; acompaña mi soledad. Allí estará también la castañera de ocho pares, y el humo de los céntimos, y el vaho en los bolsillos, y los ojos menudos, y el rescoldo retirado de mucha soledad en este mundo. Allí estará caliente en sus inviernos, con la Plaza Mayor de sus pupilas intensamente sola. Allí sus hombros ladeados, su pañuelo en la cabeza, dulcemente estarán, al fin sin nadie fugaz en torno suyo. Se llamaba Macana, lo recuerdo fijamente, igual que si las letras fueran brasas dentro del corazón. La vi más tarde mendigando en las calles, ya en el límite inútil de sus pies y de sus manos, sin poderse valer de su mirada, tropezando en la luz de las esquinas, acostada en las puertas, dulce piedra de sufrimiento... Y estará sentada a la diestra del Padre, y no habrá nieve, ni cellisca perpetua contra el rostro cansado del domingo. Y siento aquella sorda corazonada que sentía al toparla de vieja, cuando estaba desprendiéndose ya de su ternura igual que el musgo de la piedra húmeda; siento aquel mismo limite de hermano, de prójimo nevado inmóvilmente en las gradas del templo; y en mi alma siento aquella suprema mansedumbre de compasión, por mí, que estoy ahora, no en las manos de Dios, sino penando, llorando por la piel de mis mejillas; y ella estará sentada con sus faldas huecas y con su pobre movimiento de dulzura interior, allá en su sitio... EPITAFIO HIJO MÍO A Juan Luis Desde mi vieja orifia, desde la fe que siento, hacia la luz primera que torna el alma pura, voy contigo, hijo mío, por el camino lento de este amor que me crece como mansa locura. Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento de mi carne, palabra de mi callada hondura, música que alguien pulsa no sé dónde, en el viento, no sé dónde, hijo mío, desde mi orifia oscura. Ha muerto acribifiado por los besos de sus hijos, absuelto por los ojos más dulcemente azules y con el corazón más tranquilo que otros días, el poeta Leopoldo Panero, que nació en la ciudad de Astorga y maduró su vida bajo el silencio de una encina. Que amó mucho, bebió mucho y ahora, vendados sus ojos, espera la resurrección de la carne aquí, bajo esta piedra. 8 Blanco y Negro Cultural 19- 10- 2002

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