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CULTURAL MADRID 20-07-2002 página 6
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CULTURAL MADRID 20-07-2002 página 6

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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DUMAS. DOSCIENTOS AÑOS DESPUÉS Libros Abad o mosquetero LORENZO SILVA no es siempre lo que impresiona a la masa de lectores Estas palabras, extraídas del prefacio de la que es seguramente la obra más conocida de Alejandro Dumas padre, Los tres mosqueteros, no dejan lugar a dudas sobre cuál era la vocación de su au tor: convertirse en un escritor popu lar, un narrador cuyas historias al canzaran el favor de la multitud. Con ese designio, según declara en el mismo prefacio, seleccionó y ree laboró los materiales que le propor cionaban las Mémoires de M. D Ar tagnan, obra apócrifa de Gatien de Courtilz publicada en 1700 y que constituye el antecedente principal de su célebre novela. Ni los minucio sos retratos de personajes históri cos, ni los cuadros de época que tra zaba Courtilz, por mucho que a él pudieran seducirle como estudioso o como literato, le parecieron a Du mas susceptibles de interesar a la gente tanto como la peripecia de un puñado de mosqueteros a los que en aquel libro apenas se mencionaba de pasada. Y ahora que se cumplen dos siglos de su nacimiento y algo más de siglo y medio de la publicación de Los tres mosqueteros, resulta forzoso constatar que no andaba nada desca minado en su apreciación. Gracias a su obra, los que de un modo u otro conocen a D Artagnan, Porthos, Aramis o Athos (cuya existencia real resulta en el mejor de los casos dudosa) son hoy muchos más que quienes saben dar razón de quiánes fueron o qué hicieron Luis XIII, Ana de Austria o los cardenales Riche lieu y Mazarino. Y aun respecto de estos personajes históricos, puede afirmarse, sin témor a incurrir en exageración, que son hoy conocidos, ante todo, por haber sido utilizados por Dumas como criaturas noveles cas, de suerte que su intervención (secundaria) en la ficción se ha reve lado a la postre más poderosa, de cara al público general, que los mi les de páginas que sobre ellos escri bieron los eruditos. Alejandro Dumas, como les su cede a menúdo a susperÁonajes, supo pues salirse con la suya De casta le venía al galgo. Era el escri tor hijo del general Thomas- Alexan dre Dumas, hijo a su vez de- un coro nel francés y una mulata domini cana. Pese a su origen y el color de su tez, el padre de Alejañdro Dumas, a fuerza de coraje (llegó a defender él solo el puente tirolés de Bryxen, en 1797) consiguió hacer en la mili cia una carrera meteórica, que sólo pudo truncar la rivalidad y el consi guiente disfavor del todopoderoso Napoleém- También el novelista hubo de sobreponerse al hecho os tensible (que llegó a sentir incluso como una tara) de llevar en sus ve- O rituque sorprendedelel poeta espí caprichoso MarieDuplessis retratada ViénotEn seinspiró por ella Dumas para danza lascamelias ifijo La de Por el camino dejó una cifra casi nas sangre de esclavos africanos, as cendencia que en modo alguno otor fabulosa de novelas y obras dramáti gaba un tinte de prestigio en la so cas (más de un centenar y medio) en las que ponía en práctica la que ciedad francesa de la época; y tam bién pese a ello triimfó en su oficio. sería la fórmula de su éxito: cons A tal extremo imitó la existencia de truir ficciones a partir de hechos su progenitor que acabaría como él: históricos, sin sujetarse demasiado después de paladear la gloria, su a la realidad de éstos, perpetrando con soltura toda clase de alteracio mido en la indigencia. nes y anacronismos y buscando prioritariamente la eficacia y la in tensidad en el relato y en la cons El tiempo, corno al conde trucción de personajes. Se le ha re de Montecristo, ha criminado a menudo esta infideli dad, así como un cierto desaliño proporcionado a Dumas (se cuenta que escri una deliciosa cumplida indumentariosalía, sin releer nunca) y bía como le También se le afea que recurriera venganza (como por otra parte era inevitable, para lograr tan ingente caudal crea tivo) a la colaboración de varios ne gros A todos estos reproches, sin embargo, puede oponerse alguna ob jeción. En primer lugai es verdad que a través de la obra de Dumas se han difundido no pocas inexactitudes históricas: pero no es menos cierto que a la vez ha servido para que mu chos conozcan hechos que de otro modo ignorarían, y que la Historia con mayúsculas es también a me nudo inexacta (y ficticia, con la cir cunstancia agravante de pretender ser verídica, que en la ficción litera ria no concurre) En cuanto a su pre sunto mal estilo, alguna que otra bruma sintáctica y algún descuido no bastan para anular el pulso de una pluma que sabe convocar con la palabra tal torrente de emociones (aunque no todas sean, como es na tural, de gran calibre) Y respecto del asunto de los negros por el testimoniode éstos sabemos que Du mas no les abandonaba toda la ta rea, -sino que reelaboraba lo que ellos hacían, imprimiéndole siem pre su sello personal. Además, no sólo no negó su existencia, sino que la admitió por escrito, llegando in cluso a detallar en qué obras había recibido la ayuda de quién. Ello per mitió, dicho sea de paso, algo que le honra y le distingue de quienes sim plemente se aprovechan del trabajo ajeno: mientras él murió en la mise ria, su negro Auguste Maquet (el que colaborase, entre otras, en Los tres mosqueteros y El conde de Monte cristo) terminó sus días en la opu lencia, gracias a la parte que le to caba de los derechos de autor sobre las obras que Dumas declaró haber escrito con él. En la carta que Edmond Dantés le escribe a Maximiien Morrel al fi nal de El conde de Montecristo, afirma el antiguo presidiario de la isla de If que toda la sabiduría hu mana se halla en dos palabras: Con fiar y esperar Fe y paciencia hay también en la colosal tarea como es critor de Alejandro Dumas. Gracias a ellas, y a su asombrosa e inagota ble capacidad de trabajo (ese mérito no hay quien se lo niegue) alcanzó todos sus objetivos, salvo uno: en trar en la Academia Francesa, que siempre le despreció como a un plu mífero populachero y deleznable. Pero el tiempo, como al conde de Montecristo, le ha proporcionado una deliciosa y cumplida venganza: los nombres de casi todos aquellos académicos que pertinazmente le ningunearon son hoy pasto del más ominoso olvido, mientras que mifio nes de lectores y espectadores vi bran aún con las aventuras de D Ar tagnan. Como en cierto pasaje de Los tres mosqueteros le dice el rudo Porthos a Aramis (que vive con la mano en la espada, pero al mismo tiempo no deja de especular con una futura in vestidura eclesiástica) a veces no se puede estar en dos sitios: hay que elegir entre ser abad o mosquetero. Y si Dumas hubo de elegir o la Aca demia o los lectores, a fe que eligió bien. 4 6 ABC Cultural 20- 7- 2002

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