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CULTURAL MADRID 06-04-2002 página 6
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CULTURAL MADRID 06-04-2002 página 6

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
  • Página6
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NABOKOV INÉDITO libros Entre las olas de su delirio surgían en destellos las flores de papel de la paredque se entreveraban con el cabellode plata de la ancianay los ojos pláci dos del médico. lbdo se confundía en un destello pan después disolverse, Y entonces su alma se veía de nuevo presade una felicidadturbulenta. El azul de fábula del cielo era como un gigantesco huevo pintado, las campanas doblaban, en la habitación y entraba alguien que se parecía a Platonov y tam bién, quizás, al padrede Héléne. Desplegabaun pe riódico, lo colocabasobre la mesa y se sentabapor allí, muy cerca, mirandotantoa Joséphinecomolas páginas blancas del diario con una sonrisa discreta, llena de sobreentendidos, un punto maliciosa. Joséphine sabía que aquel periódico traía algún tipo de noticia maravillosa, pero, por más que lo inten taba, no conseguía descifrarlos caracteresrusos de los titulares en negrita. Su huésped no dejabade sonreír mientras le dedicabaelocuentesmiradas y parecía estar a punto de revelarleun secreto, un se creto que vendríaa confirmaraquellafellcídadque ella ya presentíafl. Pero poco a poco la silueta del hombre se fue desvaneciendo y la devoró una pe numbra de inconscienciacomouna nubenegra. Y luego se le presentóen tropeluna serie de abi garrados sueños. El landóque rodabapor el muelle; Héléne chupaba aquel color brillante en una cu chara de madera; el ancho y resplandecienteNeva que parecía con su brillo ampliar su cauce, y el zar Pedro saltabade prontode su corcel debronce cuyos cascos delanterosse habían posadoen tierra al uní sono. Se acercabaa Joséphiney con una sonrisa en su fogosorostrode tintes verduscos, la tomabaentre sus brazosy le daba un beso en una mejilla y des pués en la otra. Sus labios eran suaves y cálidos y, cuando rozaronpor tercera vez su mejilla, ella se es tremeció con un gemido de felicidad, le tendió los brazos y se quedóde nuevoinerte. Al sexto día de su enfermedad y en las primeras horas de la mañana, despuésde una crisis fmal, Jo séphine volvió en sí. Por la ventana entraba, tré mula, la claridad lechosa del cielo blanco y una llu via insistente balbucía y traqueteaba los canalo en nes. Una ramahúmeda se cruzaba, pegada, contra el cristal de la ventana En su extremohabía una hoja que se estremecíabajo los embatesde la lluvia. La hoja se iba doblegando el peso delagua. Se humi por lló y dejó que una gran gota cayera desdeel extremo verde de su haz. La hoja volvió a estremecersey a temblar hasta que de nuevole resbaló por el verdede su superficieun rayohúmedo, un zarcillo brillante y alargado que temblaba suspendido un momento para luegoiniciar a su vez su caída vertical. Y Joséphine tuvo la impresión de que aquella frescura de lluvia corría por sus venas. No podía apartar los ojos de aquel cielo que manabaluces hú medas, de aquella lluvia palpitantey tan agradable, de la hoja que temblabacon tal ternura... Le entra ron ganas de reír; la risa se apoderé de ella, una risa silenciosa, a puntode estallar, que sin embargorece rna todosu cuerpo, haciéndolecosquillas en el pala dar. Pero a su izquierda, en un rincón de la habita ción, oyó un ruidocomo un roce y un suspiro. Sacu dida por la risa que se apoderaba de su cuerpo, apartó los ojos de la ventana y volvióla cabeza en el suelo, cuerpo a tierra, estaba tumbada la anciana menuda vestida de negro. La cólerahacía temblar sus cortos cabellos color de plata, mientrasse retor cía como podía tratandode meter la mano bajo los cajones de la cómodaadonde había ido a parar su madeja de lana. Un hilo de lana negra se extendía desde la cómodahasta la silla donde esperabansi lenciosas sus agujas de hacer puntoy una media de lana aún a medias. Al ver la espalda negra de MademoiselleFinard, sus piernas retorcidas, sus botines llenos debotones, Joséphine estallóen carcajadas. Sacudidapor la risa mientras boqueaba y jadeaba bajo su edredón de plumas, sintió que acababade resucitaz que retornaba de las nieblas lejanasde la felicidad, del asom ban del todo inadecuadas, se veía incapaz de conte nerse: -Sí, es cierto, ahora ya no hay Pascua en Rusia... ¡Pobre Rusia! Oh, recuerdo muy bien que la gente so lía besarse en las calles. Y ese día mi pequeña Héléne parecía un ángel... ¡Oh! A menudo me paso toda la noche llorando pensando en su maravilloso país... Comentarios como aquéllos molestaban a los Pía tonov Nunca hablaban de su patria perdida con ex traños, como los ricos que cuando están arruinados ocultan su pobreza y se hacen incluso más altivos y menos accesibles que antes. Y entonces Joséphine, en lo más profundo de su ser, sintió que los Platonov no amaban a Rusia. Cuando venía a visitarlos, siem pre pensaba que si se ponía a hablarles de la bellí sima Rusia conlágrimas en los ojos, romperían a llo rar de pronto y empezarían a recordar y a rememo rar el pasado y que los tres juntos pasarían toda la noche sentados mientras evocaban los días de an taño, sin dejar de llorar ni de estrecharse las manos. Pero aquello nunca ocurrió. Platonov asentía educadamente a sus palabras mientras se mesaba la barba con aire distraído e indiferente, mientras su mujer seguía tratando de averiguar dónde podría encontrar téo jabón al mejor precio. Platonov comenzó de nuevo a liar cigarrillos. Su mujer los iba ordenando dentro de una caja de car tón. Ambos hablan contado con tener suficiente tiempo para echar la siesta antes de salir a la Vigilia Pascual de la iglesia ortodoxa que había a la vuelta de la esquina. Hubieran querido quedarse tranqui marse al bote, con el cuerpohenchidoy un batir de los, sentados, enfrascados en sus pensamientos, y alas, hasta que por fm, y con la torpeza de una oca, hablarse sólo con miradas y quizá también con al anadeó hasta lograraterrizar pesadamente sobresu guna sonrisa, especial aunque en apariencia dis cubierta. La barca osdiló; unos círculos verdes sur traída, que evocan el recuerdo del hijo muerto en gieron en la superficie del agua negra y oleaginosa Crimea o nimios detalles acerca de las fiestas de Pas que se fundíaen la oscuridad. cua o de su iglesia parroquial en la calle Pochtains Joséphine pensó que, de todas maneras, iría a los kaya. Y en lugar de eso tenían que aguantar la cha- oficios religiosos, aunque fuera sola. Pero como en chan de aquella anciana sentimental con sus ojos San Petersburgo sólo habíafrecuentado iglesia ca la gris oscuro donde no se lela sino ansiedad, que pare tólica de fachada roja situada al final de la calle cía dispuesta a quedarse allí suspirando, que perma Morskaya, ahora le dabacierta vergüenza acudira necería en su casa hasta el mismo momento en que una iglesia ortodoxa donde no sabría cómo persig ellos mismos acudieran a los oficiosreligiosos. narse ni qué hacer con las manos arriesgándose a Joséphine se quedó callada, esperando secreta y que algún feligréshiciera algún comentario. Sentía apasionadamente que le rogaran que les acompa escalofríos repentinos. En su cabeza se librabauna ñase a la iglesia y quizás después y también a rom batalla en la que se confundianel susurro y el silbo per su ayuno en compañía. Sabia que la víspera ha de los árboles, las nubesnegras y los recuerdos de la bían cocinado los pasteles rusos de Pascua, los kou Cuaresma: montañasde huevosmulticolores, la pol IItC ZS es verdad que no habría podido disfrutarlos vorienta pátina de San Isaac. Sorda y medio por la fiebre, pero con todoy con ello, habría sido tan mareada, consiguió empero llegar hasta su casa y bonito, tan agradable, se habría sentido tan bien, tan subir las escaleras, dándose golpes contrala paredy acompañada, tan rodeada de simpatía. por fin, empezó a desnudarsecon un castañeteo de Platonov rechinó los dientes y ahogando un bos dientes. Se sentía más débily se dejócaeren la cama tezo, lanzó una mirada furtiva a la esfera de su pe con una beatíficasonrisade incredulidad. queño reloj de pulsera. Joséphine adivinó que no la De inmediato se vio presa de un delirio tor iban a invitar Se levantó. mentoso, potente como un mar de campanas al- -Deben descansar un rato, queridos amigos, pero viento. Montañasy montañas de huevos de colores tengo que decirles algo antes de marcharme- -y acer empezaron a caer con un rotundoruido comode za cándose a Platonov, que también se puso en píe, ex pateado. El sol- -oera más bien una ovejade cuer clamó en un ruso ronco y potente- Kr os vos cres nos de oro hecha de mantequilla cremosa? -entróa sMI qCristo resucitará! golpes por la ventana y empezóa crecer allí dentro Era su última esperanza de suscitar un ton ente hasta llenar la habitación de un amarifio tórrido. de deliciosas lágrimas ardientes, de besos de Pascua, Mientras, los huevos correteabanpor la pared y se de recibir una invitación a quedarse para celebrar la deslizaban a lo largo de unas pequeñas placas de ma Pascua con ellos... Pero Platonov se limitó a esti dera brillantes, se golpeabanunos contra otros, se rarse y a decir con una risilla distante: estrellaban y al rompersus cáscaras dejabanal des- Pero bueno, Mademoiselle, pronuncia usted el cubierto las claras veteadasdecarmín. ruso de maravilla. El deliriono la abandonó todala nochey hubo en Cuando estuvo en la calle, rompió a llorar Mien que esperar a la mañana siguienteparaque entrara tras caminaba iba secándose las lágrimas con el pa en la habitaciónuna MademoiselleFinard todavía ñuelo y se balanceaba un poco, golpeaba la acera con ofendida, se quedaramudade asombroanteel espec aquel su paraguas que era como un bastón. El cielo táculo y corriera presa del pánico a avisara un mé estaba cavernoso y presagiaba tormenta, una luna dico. vaga, nubes como ruinas. Los pies angulosos de un- -Pulmonía lobulazMademoiselle. Chaplin de cabellorizado se reflejaban en un charco junto al cine muy iluminado. Y cuando Joséphine pasó bajo los sauces llorones y ruidosos junto al- -Sí, cierto, ahoraya no hay es lago, vio una linterna color esmeralda que brillaba débil en el bordede un pequeño embarcadero y tam Pascuaen Rusia. ¡Pobre Rusia! bién un cuerpo extraño, grande y blanco que tre Oh, recuerdo muybienquela gente paba a una barca negra que se balanceaba junto a éL en Trató de fijarla mirada a través de sus lágrimas. Un solía besarse lascalles enorme cisne viejo hacia vanos intentosporencan broydelesplendorpascual. 6 ABC cultural i 6- 4- 2002

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