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CULTURAL MADRID 19-01-2002 página 63
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CULTURAL MADRID 19-01-2002 página 63

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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El auffldo de la eharea Primer artículo de Camilo José Cela publicado en ABC el 22 de abril de 1945, con la ilustración de E López Rubio que lo acompañó entonces CAMILO JoSÉ CEM llenaban mi memoria, la que acuña los pasos venturosos e infeli ces... Unamuno UBIERTO el sol poniente, pando haciade polvo, galo un jinete se perdía a lo lejos, más allá de la charca. Media hora antes, quizá lo hubiéramos visto discutir con el dueño de la casa y con su yerno. -Y el ganado? -Nopasa. -iAIlátú! Sobre el campo, dejado de la mano de Dios, el sol parecía como entretenerse en acerar los brillos del agua remansada. No se oía ni una voz ni se veía un solo hombre todo alrededor. Echado en el suelo, a la puerta de la casa, un mastín dormía con una oreja levantada y a su lado, jugando con la tierra, una niña silenciosa es peraba la noche. Detrás, la casa, alta, grande, som bila. Casi negra. En la cocina, una mujer trajina de un lado para otro: destapa una olla, tira unas patatas podridas en la Jata del cerdo, mata una cucaracha con el pie. En el zaguán, dos hombres fu man parsimoniosamente. El más jo ven lee un periódico atrasado, un pe riódico que habrá venido de la le jana ciudad envolviendo cualquier cosa. En la cocina, la mujer enciende un candil. -tNiña! La niña que jugaba con la tie rra entra en la casa y se sienta, siempre en silencio, sobre el esca lón que tiene la cocina con el por tal. Parece que, con la penumbra de luz de aceite, se oyen ahora le janos murmullos que antes no se escuchaban, próximos ruideci ¡los de las vigas. Una suave neblina se posa so bre la charca, y la luna, poco a poco. como trabajosamente, se deja ver, de vez en vez, entre los plateados bordes de las nubes. Un aullido prolongado cruza por el campo. -Ya esta ah! la charca. -iflacíadías! La niña que está sentada en el escalón rompe a llorar -iCalla! La cena pasa en silencio. En la co cina, tres mujeres y la niña y dos hermanas suyas, mocitas ya. En el zaguán cenan los dos hom bres; un muchacho y un niño reba fian los platos de los hombres. Nadie habla. El largo aullido sigue cortando la noche. El joven es el que manda. -íA dormir! Marta, tráete dos copitas. La mujer se dirige a su marido. -Vas a salir esta noche? -A ti qué te importa! La mujer, que ya hace muchos años que no llora, se marcha con la cabeza baja. El hombre se va tras ella y se sienta en la cocina a verla hacer. Es tán solos. Pasa un rato de silencio. El hom bre mira para el suelo. -Pues sí, voy a salir, ¿no oyes la charca? Voya saliz como salgo siem pre, hasta que un día me cojan en el lazo. -Calla! -No callo! Hasta que un día me cojan como un lobo y tiL. -Calla! -No ves a tu hermana Dolores? La mujer estaba pálida como una muerta. -Vetesi quieres. Yo rezaré por ti como todas las noches. ¡QueDios me lo perdone! Un viento silbador se había desa tado sobre la llanura y los escasos árboles se doblegaban, serviles, a su paso. El caballo ya conocía el temblo roso camino de tantas noches. Apretado contra su jinete, bus- caba calor para el escalofrío que le corría por el espinazo. La charca seguía cantando, cada vez más ululante, y su voz se perdía, sin eco, en el final del llano. Ramón descabalgó. Un hombre cruzo rápido por la sombra. -iQuiénva! Nadie respondió. Había empe zado a llover y la charca resonaba como un pandero. Se oyeron, entre el silbar del viento y el lamentarse del agua, los juncos que se quiebran para que pase el hombre en su huida. Ramón se arrimó a su caballo, que sudaba bajo la lluvia, el belfo temblón, los cascos impacientes. Un silbido poderoso le retunibó en los oídos. Prestó atención y vio otro hombre cruzando las junque ras, Sintió no haber traído su esco peta. Fue andando por la orilla, ca mino de los juncos, con el cinturón de gruesa hebilla de hierro en la mano. Si hubiese tenido sosiego, quizá hubiera pensado en la viscosa ¡ama, en la traicionera ¡ama que, desde los labios de la charca, esperaba, imper turbable, la propicia presa. Cuando notó que un pie se le es curría, ya había dado el paso, ya apoyara la otra pierna- -medio metro más adelante- -sobre el suelo hui dizo. Por su mente cruzó como una chispa la idea de que se portaba mal con su mujer. Fue sólo un instante. -Socorro! Tenía la cabeza fría por dentro, y el agua de la lluvia no bastaba para lavarle la sudorosa frente. -Socorro! Los juncos se cimbrearon al so nar de su voz, y el caballo, impa ciente, se debatía con las manos tra badas con la brida. Ramón hubiera vistó en la oscu ridad. Sus ojos ardían como dos as cuas. -Socorro! Tres hombres se le acercaron por detrás y tiraron de él. -Ya esperábamos. te- Por qué? -Ya ves. cosas que a uno se le ocurren. ¿Ya no preguntas por el ga nado? -jDéjatede eso! Ramón se limpiaba las botas con unas hierbas. El hombre que había hablado fumaba su gruesa pipa de tapadera. -Para qué llevas el cinturón en la mano? -lPsch... Los cuatro hombres llegaron al caballo de Ramón. -Te compro el caballo. -Cógelo. Te lo doy, -No; mañana iré a tu casa a bus carlo. -Es peor: llévatelo ahora. A Maria le iba a extrañar. -Sí, verdaderamente. Ramón, descabalgado, volvió so bre sus pasos. Al llegar a la casa le salió la mujer a esperar- No te oi llegar- -Esque vine a pie. -AY caballo? el- -Alláse quedó. -Bn la charca? -Sí La muier trataba de mirarle a los ojos- -Qué te pasa? -Nad ¿Has rezado por mí? -Si. -Más ha valido! -Y ésos? -Ya ves. los Ramón entró a calentarse en la cocina. Tenía las ropas caladas por la lluvia y estaba temblando. Estás malo? -No, no es nada. Dame una copa caliente. Maria se la trajo y Ramón se la bebió de un trago. -Oye, Marta. -Dime. -Te hice daño anoche cuando te retorcí el brazo? -Nohables de eso. -Tú me quieres igual? -Sí; anda, calla, y vámonos a dor mir Es ya muy tarde. 4. 15 ABC Cultural 19- 1- 2002 a

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