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CULTURAL MADRID 31-12-1998 página 20
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CULTURAL MADRID 31-12-1998 página 20

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ABC Cultural Memorias Más literatura que vida Blaise Cendrare. El hombre fulminado Traducción de Nuria Sales de Boñigas Valdemar. Madrid, 1998. 317 páginas, 2.800 pesetas. ción literaria, de invención. Es que la disposición del libro, su tono y, sobre todo, las intenciones que el lector llega a percibir en el trabajo del autor tienen poco que ver con lo que uno espera de unas memorias. Más que componer la historia que se oculta tras la propia existencia, Blaise Cendrars, siempre más poeta que ninguna otra cosa, parece buscar en ella, y alrededor de ella las claves del alma humana y aquello realmente grandioso que hay en este mundo. O quizá es todo mucho más sencillo, quizá lo único que ocurre con El hombre fulminado es que Blaise Cendrars hace una vez más lo que le apetece: no se atiene a orden alguno, ya sea temporal o temático; nada llegamos a saber de su nacimiento (en Suiza, en 1887) ni de su familia, ni de cómo se fugó a Moscú siendo un adolescente- reflejó, eso sí, en un hermoso poema, que no aquí, el viaje que lo llevó en el transiberiano de allí a China- ni de su introducción en la intelectualidad parisina- conoció a todos en el París de las vanguardias- o en el mundo del cine, que también cultivó... Ni siquiera nos cuenta, en este volumen, cómo perdió una mano durante la Guerra del 14, a la que dedica la primera parte del libro. La vida de Cendrars, tan llena, tan increíble, pasa de vez en cuando, de puntillas, por este libro, que en vez de narrar en condiciones cómo era eso de trabajar con Chaplin en un pobre local de Londres es una sucesión de hermosas secuencias en las que unos cuantos seres humanos, la mayor parte anónimos, protagonizan una historia con principio y final en un escenario perfectamente recreado. La trinchera donde está emplazado, frente a los alemanes, el regimiento de la legión extranjera al que pertenece Cendrars, es el primero de ellos. Le siguen Marsella y un lugar salvaje cercano a ella donde emerge la fuerza de la naturaleza, y a continuación los suburbios de París antes y después de la guerra, para terminar con el mundo de los gitanos. Y en cada uno de esos escenarios se desarrolla algo parecido a una novela de gran Intensidad humana y literaria en la que Blaise Cendrars es mucho más una voz, un pensamiento, que un personaje. Una novela en la que el episodio que todo lector entendería como determinante de una vida- quedarse manco sería un ejemplo- casi nunca coincide con lo que el autor quiere contar. Digamos que nos estamos desenvolviendo en otro plano. Un plano en el que la literatura, la poesía mandan. Ningún problema en ello. El hombre fulminado consigue de un modo u otro atrapar al más escurridizo lector, a quien definitivamente importa poco la ortodoxia, y hasta que un libro de memorias no le cuente la vida de su autor, si éste es capaz de interesarie y hacerle disfrutar en cada página. El caso de Cendrars, un espléndido narrador, un escritor más fiel a sus temas y a su mundo literario que a su biografía. A N A SÍALADO S EGURAMENTE, en todos los mercados literarios pueden hallarse fenómenos tan raros como el que ha venido a producirse en España con Blaise Cendrars, así que en Vez de plañir por los males de nuestra cultura le daremos la razón al niño cuando nos diga lo bien que escribe y lo divertidos que son sus relatos. Porque los niños son los que en los últimos dieciocho o veinte años más han podido disfrutar de este peculiarísimo autor, un auténtico artista de la vida y de la pluma, gracias a la edición de Espasa de sus cuentos negros para niños blancos y la que Tus Libros de Anaya realizó de El oro, novelita ciertamente aventurera pero tan poco infantil como puede serlo La isla del tesoro. Nada hay que objetar al hecho de que los chavales conozcan y disfruten de Cendrars, pero resulta cuando menos sorprendente que sea esa mínima parte de su producción, amplia y variada, la que haya merecido la atención de los editores mientras permanecían, y permanecen, en el olvido toda su poesía- a la que más amó- y buena parte de su narrativa. Afortunadamente, se publica en estos días una nueva y cuidada edición de uno de sus títulos importantes. El hombre fulminado. Es éste el primero de una serie de libros que Cendrars compuso a partir de su propia vida, pero que sólo renunciando a encontrar para él un género más aproximado puede calificarse como libro de memorias. Y no es que se dude aquí del carácter netamente narrativo de éstas, con todo lo que narrar conlleva de crea- La sombra de los nombres María Angeis Angiada. Los cercados Traducción de Mercé Pons Destino. Barcelona, 1998. 200 páginas, 2.100 pesetas. D ERIVA y pesquisa de la memoria familiar, y a la vez de la memoria colectiva de una época cada vez más lejana, ésta de Mana Ángeis Angiada es ante todo un excelente libro memorialístico con el que la autora ganó en el año 1978 el premio Josep Pía. Una siempre atractiva pesquisa de la memoria familiar que acaba desvelando cómo somos, por qué somos en realidad como somos, qué fantasmas arrastramos como herencia casi forzosa; una memoria hecha más de sombras, de olvidos voluntarios, de secretos y vergüenzas, que de relatos de saga que se van enhebrando unos a otros con claridad. Los relatos de la memoria familiar lineales son los de las novelas, los de la realidad, los de nuestra memoria privada, están más llenos de oscuridades que de claros. Maria Ángeis Angiada en Los cercados (nombre de la hacienda familiar) parte a la búsqueda de la sombra que proyecta (en feliz imagen literaria de la autora) el nombre de una de sus bisabuelas, escribe desde un mundo amenazado, reconstruye, sueña, coteja documentos, viaja por los estantes de uno de esos armarios que guardan los papeles de identidad, las pruebas documentales, los pecios también, de las feroces memorias familiares. Pongamos el escenario y la época: el Alto Ampurdá y esa época turbia, de conspiraciones y asonadas, que va a preceder a la primera república española, que va a preceder a la tercera guerra carilsta 20 (segunda si no contamos la intentona de Montemolín) una época de partidas, de bandidos- aquellos cerrojos tremendos que cerraban las sólidas puertas de cuarterones y hacían de los Interiores fortinesde la amenaza de la filoxera que Iba a arruinar haciendas que habían sido prósperas, de pobreza también, de emigración, de sueños industriales, de aspiraciones burguesas de las primeras generaciones que acuden a la universidad... Maria Ángeis Angiada compone para el lector un mosaico hecho de testimonios lejanos- el espléndido que abre el libro en la voz de la hija de una de las criadas de la casa- cartas de abogados, sueltos escuetos y desmañados de la prensa de la época (poco más de dos hojas) cartas familiares y hasta uno de aquellos anónimos que en el mundo rural se dejaban nocturnos en las aldabas, pintorescos de ortografía y sintaxis, y abigarrados, borrascosos, de contenido. Todo lo que en el caso de Maria Ángeis Angiada se guarda en un sólido armario de nogal, la memoria familiar, la memoria de una casa solariega como ya no van quedando, epicentro del mundo de sus habitantes y forma precisa de estar enraizado en él, de habitarlo; una memoria fragmentaria, caleidoscópica por lo que suele tener de juego sutil de los matices de las sucesivas versiones de los hechos y de la Invención, cuyas piezas componen a la vez un mosaico feliz y un laberinto en el que es fácil perderse. Y pesquisa en torno a los protagonistas de un drama familiar- el asesinato de un miembro de la familia de la que un fiscal arribista culpa a la esposa, bisabuela de la autora- uno de esos dramas del mundo rural alrededor de los que crecía un aura de silencio que los convertía en niebla de leyenda, un drama que tiene lugar en esa época turbia de aldeanos que crían perros republicanos que ladran antimonárquicos (una de las estupendas anécdotas menores que iluminan el relato) y que sólo por pura casualidad, muchos años después de haber ocurrido los hechos, se llegará a saber que fue por motivos políticos sin que se encontraran jamás a sus autores materiales. Trama ciertamente novelesca que en la literatura de Maria Ángeis Angiada queda casi en el ámbito preciso del relato memorialístico, no por fuerza más plano que el de la invención novelesca. Transcribir testimonios y pruebas documentales, menos frías siempre de lo que parece, cierto, pero también aportar al relato una prosa que sostiene de forma sólida al andamiaje del relato, unas envidiables dotes de paisajista, de reconstrucción eficaz de ambientes, en sus aromas y colores, de rasgos de la personalidad de aquellos personajes lejanos que no interpretaron otro papel que el de su historia verdadera, propia de una excelente escritora: Maria Ángeis Angiada. MIGUEL SÁNCHEZ- OSTIZ 31 de diciembre de 1998

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