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CULTURAL MADRID 24-12-1998 página 29
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CULTURAL MADRID 24-12-1998 página 29

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ABC Cultural Cien libros del siglo Todos estamos condenados Albert Camus El extranjero 942) MAFÍTÍN CASARIEGO cuenta. Meursault está paralizado por lo absurdo de la vida. Mata sin motivo, y no se rebela, no intenta defenderse. Es un muerto en vida. El hombre está condenado a morir. No hay salvación posible, Meursault no cree en Dios, y nada importa: en realidad, ni siquiera su hipotética existencia. Tampoco el apenas una pincelada: lo que gravita sobre toda la novela es un trágico pesimismo, la imposibilidad humana de escapar a la muerte, a su destino. Todos estamos condenados. En El proceso de Kafka, K. nunca sabe de qué se le acusa, y pese a ello, es condenado a muerte. Las diferencias y similitudes con El extranjero resultan evidentes. También se podría mencionar Crimen y castigo. Pero en Meursault no hay sentimiento de culpa. Y aunque el patíbulo le espera por la muerte del árabe, es ésa una condena menor, sin importancia, porque existe una anterior, común a todos, y de la que nadie puede escapar. Hay en El extranjero y en su autor muchas cosas admirables. Entre ellas están el acierto al retratar los personajes, su capacidad de observación, su simplicidad, la economía de su estilo, y su brevedad. Con su primera novela, Camus demostró algo que ya estaba demostrado, o que no hace falta demostrar, pero que conviene no olvidar: que se puede hacer una novela profunda y de enorme alcance con pocas páginas y con pocas palabras, sin necesidad de un lenguaje culto o rebuscado. Zush Poco antes de morir, poco después de recibir el premio Nobel, Camus declaró a un periodista que su obra aún no había comenzado. Es imposible saber qué hubiera escrito todavía Camus, pero después de lo que ya había hecho, después de sus novelas, su teatro, sus ensayos, semejante frase podría parecer de una soberbia insoportable. Pero tal soberbia no concuerda con su figura. De cualquier manera, se equivocaba. Su obra era ya tan grande que podría crecer, pero nunca ser ignorada. Entre los hierros del coche se encontró un manuscrito, publicado hace unos pocos años en Francia, en España, y supongo que en medio mundo. Era una novela aún sin terminar, El primer hombre. Es el último consuelo que le debo a Camus: haber podido comprobar cómo dudaba, tachaba, hacía llamadas para recordar que debía extenderse en determinado párrafo, tomaba notas que luego desarrollaría o abandonaría, que le servirían en cualquier caso para orientarse... Comprobar, en fin, que aunque escribiera como los ángeles, dudaba como los hombres. J JL. ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer Pocos principios me han golpeado tan violenta y precisamente. Leí por primera vez El extranjero quizá de la mejor manera que hay de leer un libro: desconociendo casi todo de él, sabiendo únicamente que era una novela muy famosa, que se consideraba el punto de partida del existencialismo, y que había gustado muchísimo a mis padres y hermanos mayores. Nada sabía de las circunstancias y la mitología que habían rodeado al personaje y su obra: Camus había entrado en el Partido Comunista en 1933 y lo había abandonado prontamente (seguramente, justo lo que había que hacer) había escrito El extranjero a partir de un suceso real, en un piso compartido en el París ocupado, una especie de falansterio en el que tenía un rincón junto a la ventana, y allí, en mitad de la noche, aprovechando el sueño de los otros, avanzaba en su redacción; se había publicado en 1942 y había alcanzado un éxito enorme. Camus formó parte de la resistencia, y cuando su órgano, Combat, dejó de ser clandestino, en 1944, fue nombrado jefe de redacción: Camus se había convertido en el escritor más célebre de Francia, en un referente moral... Después vendrían otros escritos, las polémicas con Sartre, el premio Nobel, y el desgraciado accidente de tráfico. Todo eso yo no lo sabía, aunque, ¿qué importaba? Y después de ese principio, seguí leyendo. Y cuando llegué al final, me había convertido en un incondicional de El extranjero para siempre. Y entonces sí me interesó su figura, su origen humilde, su afición por el fútbol, y lamenté su temprana muerte, y desprecié a aquellos que le habían despreciado, que habían pretendido arrinconarle, quitarle importancia... mezquina e inútilmente. Meursault es un personaje terrible, tan terrible como la época en que vivió Camus, o como la época en que vive cualquiera: todo depende de que queramos o no darnos 24 de diciembre de 1998 amor sirve de nada: María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era indiferente y que podríamos hacerlo si quería. Entonces quiso saber si la amaba. Contesté como ya lo había hecho otra vez: que no significaba nada, pero que sin duda no la amaba Meursault es un personaje monolítico, que apenas deja fisuras. Está siempre tranquilo, indiferente, ausente, y en contadas ocasiones se deja llevar por la rabia o la desesperación (con el juez, durante la instrucción del caso; con el sacerdote, horas antes de ser conducido al patíbulo) Sin embargo, después de disparar sobre el árabe en la playa- quizá por un motivo tan estúpido como el de que el sol le pega de lleno- Meursault reconoce de alguna manera la posibilidad de la felicidad: Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz Pero lo hace cuando ya es demasiado tarde. Y los disparos que siguen son como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia Porque esa posibilidad de ser feliz es 29

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