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CULTURAL MADRID 03-12-1998 página 15
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CULTURAL MADRID 03-12-1998 página 15

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ABC Cultural Narrativa Regreso a Albany William Kennedy. Flores de fuego Traducción de María Coy. Destino. Barcelona, 1998. 230 páginas, 2.400 pesetas. trarle un orden a la vida, dar forma al caos de su existencia. Todo, sin embargo, será en vano, y Flores de fuego (la novela, no la obra de teatro) acabará acercándose a ese aire crepuscular y esa sensación de descomposición tan característicos de Reliquias muy queridas. Algo de esto queda, sin embargo, explicado cuando William Kennedy hace aparecer, momentáneamente y como una suerte de estrella invitada, a Henry James, quien, cuando pensaba en Albany, se acordaba de las historias de su padre sobre sus coetáneos, hombres todos ellos de encanto romántico que prometían mucho y que, a lo ojos de su padre, habían terminado de mala manera, de la peor manera posible A la luz de estas palabras, esa idea de la descomposición, ese acabar de la peor manera posible se nos aparece como algo inherente a la naturaleza de Albany, o al menos de esta Albany de la que William Kennedy se ha erigido en una especie de cronista oficial. Flores de fuego es ni más ni menos que lo que uno espera de un autor como él: una nueva entrega de esa peculiar crónica de Albany. En esta ocasión se remonta William Kennedy a los últimos años del siglo pasado y los primeros de éste y recupera para nosotros nuevos episodios de la historia de la ciudad: la Feria Estatal de 1885 con el inevitable trasiego de prostitutas, las fiestas callejeras con que un año antes se había celebrado el triunfo de Cleveland en las elecciones presidenciales, el incendio del hotel Delavan... Estos episodios, que forman parte de la historia colectiva de Albany, se imbrican con naturalidad en las historias individuales de sus ciudadanos, y especialmente en el relato de los amores y desamores de Edward y Katrina, al que aparentemente (pero sólo aparentemente) sirven de telón de fondo. Más cerca de Mark Twain (en todo caso, de un MarkTwain pesimista) que del William Faulkner con quien siempre y por razones obvias se le tiende a relacionar, el último libro de William Kennedy es también una novela de misterio, la historia de un asesinato y un suicidio de los que se nos ofrecen diferentes versiones y que irán aclarándose a lo largo del libro hasta la resolución final. De lectura más que entretenida, repleta de diálogos ácidos y divertidos y dotada de una extraordinaria agilidad narrativa, que sin duda procede del frecuente recurso a la elipsis, Flores de fuego es por encima de todo una nueva y sugerente invitación al viaje. El destino, por supuesto, no es otro que Albany. IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN L A obra de William Kennedy se dio a conocer al lector español en 1984, cuando Seix Barra! publicó sus dos primeras novelas (Tallo de hierro y La jugada más grande) a las que seguirían Legs Diamond, en la misma editorial; El libro de Quinn, en Ediciones B, y Reliquias muy queridas, en Tusquets. Tenía esta última novela un aire inequívocamente crepuscular, como si su autor, que cuando publicó el libro contaba ya sesenta y cuatro años de edad, hubiera decidido dar por cerrado un proyecto narrativo que, iniciado dos décadas antes, ya era conocido como el ciclo de Albany Daba, en efecto, la sensación de que la historia de la familia Phelan, que en cierto modo había sido el eje en torno al cual se organizaban las demás historias de Albany y cuya descomposición constituía el asunto de la novela, quedaba como clausurada. El narrador de Reliquias muy queridas era, de hecho, un hijo bastardo de un Phelan, y su propia condición de bastardo implicaba una distancia determinante con respecto a esa familia en trance de desaparecer. Una distancia que le mantenía a salvo de su onerosa herencia de culpas y pesadillas y le inmunizaba contra el veneno que durante generaciones había emponzoñado la sangre de sus antepasados. Una distancia que le facultaba para dejar constancia de esa extinción. Pero el ciclo no concluía con aquel libro. En Flores de fuego, su última entrega, William Kennedy regresa a Albany para contarnos una historia en la que la familia Phelan no aparece ya sino de modo muy esporádico, formando apenas parte del decorado, y cuyos protagonistas son Kátrina Taylor y. Edward Daugherty. Ella pertenece a una rancia y poderosa familia protestante de origen inglés. Él, en cambio, es católico, pobre e irlandés, y este contraste entre su condición social y la de ella será el acicate que le llevará a buscar con denuedo el éxito como dramaturgo. Su historia, la de Edward y Katrina, se acerca al principio a la larga tradición de amores sin permiso, pero en ella, al contrario que en las otras, el amor logra imponerse con facilidad sobre los prejuicios sociales. ¿Estamos, por tanto, ante un Romeo y Julieta con happy endl Nada de eso. Ese triunfo deramor será sólo provisional y no hará sino aplazar la infelicidad final, a la que se llegará de un modo lento y gradual: después de la pasión juvenil vendrán los primeros reproches sin respuesta, y a éstos seguirá una separación progresiva que acabará haciendo que la relación reviente por todas las costuras. 3 de diciembre de 1998 En paralelo a esta historia vamos conociendo las obras de teatro de las que Edward es autor. No por casualidad, la primera es una recreación del mito de Píramo y Tisbe y de su amor imposible, y las siguientes desarrollarán el tema del fracaso matrimonial, hasta llegar a la última (titulada, como la propia novela, Flores de fuego) que adoptará un cariz inevitablemente trágico. Son todas estas obras una trasposición evidente de su propia relación con Katrina, y a través de su escritura se propone Edward encon- 15

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