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CULTURAL MADRID 03-12-1998 página 14
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CULTURAL MADRID 03-12-1998 página 14

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ABC Cultural Narrativa Púrpura ajada Rick Moody. América ocaso Traducción de Mariano Antolín Rato. Debate. Madrid, 1998. 318 páginas, 2.500 pesetas. El escenario base es una casona que conoció mejores tiempos, sin llegar a ser una ruina, y el espacio que la rodea en la costa de Nueva Inglaterra, junto a un campo de golf y una central nuclear que empieza a dar problemas ese fin de semana. Los personajes son una madre en fase avanzada de esclerosis múltiple, viuda de un pionero de la bomba atómica y casada en segundas nupcias con un ingeniero de la central al que acaban de jubilar anticipadamente; un hijo tartamudo, alcohólico y fracasado, de 38 años, que va a hacerse cargo de ella cuando su marido la abandona y una madre soltera con dos hijos, compañera de colegio del vastago, que aparece a mitad de la acción para no abandonarla. La fisicidad de los hechos es tan inmediata que a algunos les parecerá obscena o morbosa. Baste decir que en el primer capítulo el hijo baña y seca a la madre tullida, con todo lujo de detalles. Ella, la cabeza más lúcida del cuadro, representante del orgullo americano, ahora inútil, pretende morir por eutanasia con la ayuda de su descendiente, a quien la propuesta le parece inmoral. Lo atómico, militar o civil, aparece como el pecado primordial bajo el que viven, minando sus existencias. Es el símbolo, el espíritu de la decadencia que los corrompe. Todos sufren los efectos de sus radiaciones, en el pescado que comen, en el aire que respiran... Parece un poco simple. Afortunadamente, no hay discursos antinucleares; sólo una relación de sucesos colocados en orden preciso. Es el lector, si acaso, quien debe sacar las conclusiones. La casa ¿América? rica, hermosa, empieza su deterioro con la muerte del padre, con el crecimiento torcido del hijo (su habitación nunca acabó de ser remodelada en los setenta) No hay la menor esperanza de que recupere su lozanía. Los personajes tienen una presencia en la inmediatez de sus movimientos, de sus actos, que desasosiega. Se huelen sus sudores y su orina. Hay una disección aterradora del cuerpo humano en sus distintas fases de decrepitud. Todo es vulgar en ellos, ni el menor atisbo de gracia. Tampoco hay culpa, apenas se les ve capaces de tomar decisiones elementales, aparte de la madre, que ha conocido otro mundo, con distinta luz. La novela está narrada en tercera persona, con un uso particularmente brillante del estilo libre indirecto, que le permite a Moody colocarse a diferentes distancias de sus personajes, incluso entrar en sus destartaladas corazas. El pasado forma parte del presente, está en los objetos y en las cicatrices. Sigue el tiempo de los hechos de manera exhaustiva, con acciones paralelas que aumentan la profundidad de campo del lector, se detiene en determinados momentos de mayor intensidad dando lugar a un efecto cinematográfico de cámara lenta y, sin. permitirse el menor juicio sobre las torpes aventuras de lo que queda de la familia Raitliffe y adiáteres, destila un humor agrio que impregna todo el libro. El Ulisses de Joyce es el referente básico en las maneras, y quizá también en algunos temas, de esta escritura. El libro se llama en inglés Purple América, Mariano Antolín Rato ha preferido en su excelente traducción hablar de ocaso en el título. La púrpura indica también algo sagrado y trágico, quizá la nostalgia por la pérdida de un esplendor que nunca hubo. LUIS MARIGÓMEZ MÉRICA es mucho más un concepto que un país que se ha apropiado de una denominación que no le corresponde. Quizá el momento más nítido de lo que se pretendía lo representa Walt Whitman: la libertad, el hombre nuevo que sale del ciudadano corriente, las máquinas al servicio de todos, la democracia, el orgullo del humilde... La idea caló tan hondo en el Norte del continente que una parte importante de sus escritores, desde Melville a William Gaddis, ha dedicado sus obras a desmenuzarla o a llorar por el paraíso perdido. Rick Moody trabaja ios dos campos; el título de la novela lo explícita sin necesidad de mayores comentarios; en cambio, en el texto no hay la menor referencia abstracta o generalización, no se expresan pensamientos. Siguiendo la tradición narrativa americana, se ciñe al desarrollo de los hechos como una lapa, nunca se desprende de sus espacios y sus personajes, entre los que se mueve con singular desenvoltura. Si en La tormenta deft e o (1994, Debate, 1997) el autor expone a unos personajes, el día después del Día de Acción de Gracias, en noviembre de 1973, padres jóvenes e hijos adolescentes, cargados de deseos sexuales que rompen las supuestas costumbres, aquí su afán incluye el retrato de seres mayores, de nuevo en circunstancias al tiempo cotidianas y extremas, sin salir del medio habitual en que se mueven. Utiliza una mezcla muy eficaz de pinceladas expresionistas y de hiperrealismo en una trama que transcurre en un tiempo breve- dos días escasos- a la que sabe dotar de muy distintos matices en un alarde de saber narrativo. Moody ha adquirido desde su anterior entrega una fuerza y un control en su prosa que resultan demoledores, definitivos. A La curiosidad de una dama inglesa Lady Mary Wortley Montagu. Cartas desde Estambul Traducción de Celia Filipetto. Prólogo de Hugh Thomas. Casiopea. Barcelona, 1998. 248 páginas, 2.700 pesetas. E N la primera mitad del siglo XVlll, cuando los ingleses empezaban a expandir su imperio colonial y en Europa se miraba con creciente interés hacia Oriente, proliferaron los escritos sobre lugares exóticos y las costumbres de sus gentes, amén de la literatura de viajes. Por entonces una joven dama de la alta sociedad londinense viajó a través de Alemania, Austria y los Balcanes hacia Turquía para pasar dos años en el imperio de la Sublime Puerta junto a su esposo, el embajador inglés ante el sultán otomano. Lady Mary Wortley Montagu (1689- 1762) que contaba veintisiete años al iniciar su viaje en 1716, era uno de los personajes más brillantes de su época, con una formación clásica poco común para su sexo y un ingenio que, junto a su viveza como conversadora y su talento literario, la habían convertido en una de las figuras centrales de la intelectualidad de la corte de la Reina Ana. Entre sus admiradores se hallaban Alexander Pope o Joseph Addison. Esta mujer inquieta virtió su experiencia viajera en unas cartas de las que dijo el novelista T. G. Smollet, al ser publicadas en 1763, que nunca (fueron) igualadas por ningún epistológrafo de ningún sexo, edad o nación La editorial Casiopea presenta ahora en una cuidada edición, con un prólogo informativo, una selección de estas cartas, elogiadas también por Voltaire y Lord Byron, que sorprenden por la frescura de su estilo y su amplitud de perspectiva. La principal preocupación de Lady Montagu- como ella misma asegura una y otra vez- era cc egir la imagen torcida de la sociedad turca que habían transmitido los libros de otros viajeros menos dados a la veracidad y a la investigación personal que ella. Es evidente que la autora se había documentado exhaustivamente, y nunca cansa a sus corresponsales con relaciones históricas o geográficas que, según indica, pueden leerse en otra parte. Su afán de conocimiento iba más allá de los datos someros y es digno de una antropóloga. Sistemática- mente se dedicó a tomar contacto con la gente para averiguar de qué forma vivían y cómo se distinguía su visión del mundo de la que tenía el europeo. Especial atención prestó a la condición de las mujeres- fue la primera persona occidental que entró en un serrallo- que a su juicio era muy distinta a como la mostraba el prejuicio general: Ahora que me he familiarizado un poco con sus costumbres no puedo dejar de admirar no sé si la discreción ejemplar o la estupidez suprema de todos los escritores que a ellas se han referido. Es fácil comprobar que gozan de una mayor libertad que nosotras Con todo, Lady Montagu dedicó más espacio a describir los lujosos palacios y las inverosímiles joyas de las sultanas- que parecen haber salido de un cuento de las Mil y Una Noches- que las circunstancias de la gente común, aunque tampoco era esperable de una aristócrata inglesa semejante adelanto a su tiempo. CECILIA DREYMÜLLER 3 de diciembre de 1998 14

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