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CULTURAL MADRID 12-11-1998 página 6
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CULTURAL MADRID 12-11-1998 página 6

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ABC Cultural Poesía La lectura recreada Agustín Delgado. Mol Endymion. Madrid, 1998. 56 páginas, 1.200 pesetas. sopesar resonancias y asociaciones fonéticas, márgenes interiores y exteriores: Esencia de silencio En esa autonomía enajenada, el lenguaje campa por sus respetos: es su personalidad la que se pronuncia. Cuando aparece la primera persona- Yo soy el que os vendí Inexistimos Mi poemazo oval -tenemos la sospecha de que el yo es una metáfora, y de que ni siquiera su abusivo éxito ha invalidado el mecanismo lírico que la produjo. En esta poesía, el yo es el punto de partida del lenguaje que se manifiesta en permanente invención, una imagen que existe mientras fluye pero que desaparece cuando queremos identificarla. Más aún: el lenguaje poético tiene historia y constancia presente, pero no futuro ni proyección moralista; juega a irse y a volver, a repetirse y a enmascararse; para él es válido cualquier recurso que le proporcione actualidad, actuación, acción; no le teme a la evasiva menos discernible ni a la coherencia más abrupta. Y es en ese fiel de vaivenes donde el sansirolé parece ingenuo bobalicón, papanatas según lo define el DRAE) donde su punta afiladísima- de nuevo: una flecha- parece disimulada, embotada de humor. Pero no se trata tanto de humor como de distanciamiento entre lo que cada expresión significaría si se dejara leer inerte y lo que aquí quiere dar a entender, es decir: hay teatralidad. La palabra poética representa, en sesión privada, el gran teatro del mundo. ¿Estamos hablando alrededor de esta poesía, y no de esta poesía? Es posible; pero el alrededor está invadido por la lectura, y sin duda alguna estamos hablando de la experiencia de leer esta poesía. ¿Escenografía de Góngora, coturnos de Lezama? Es posible: se lee siempre con lecturas nunca pasadas, se leen estos sansirolés con toda la poesía que alguna vez se encendió para iluminar cualquier momento justo de lectura, éste. ¿Y no es el tiempo de leer poesía el único que nos hace justicia? ¿No vamos de un poema a otro buscando leer la sentencia que nos absuelva desde siempre? Es muy posible, sí, pero sin solemnizar, al extremo opuesto de lo solemne y- como el mismo Delgado dice en otro lugar- con un granito de indignación, aquél que sazonaba las vanguardias: Ay de ti, prepoeta, que no te flaqueciste en hinchazar débil legado de revelaciones Cuando en 1983 la lectura se encontró con De la diversidad (Poesía 1965- 1980) recopilación de la amplia obra lírica hasta entonces realizada por este poeta, vio claro que a la poesía española le faltaban correcciones de bulto en alguno de sus capítulos más abultados. El de los novísimos por ejemplo. Pero, claro, poetas como Agustín Delgado no escriben para la historia de la literatura, sino para que la lectura vaya más allá de sí misma, a riesgo de tener que releer en adelante de otra forma eso que hemos llamado, para entendernos, poesía española. Y ese ejercicio de recreación- en sus dos sentidos a la vez- es permanente leyendo sansirolés. PEDRO PROVENCIO C UANDO Agustín Delgado dé fin al ciclo de poesía que, bajo el título Sansirolés, viene ofreciendo al lector desde 1989, tendremos a nuestra disposición una de las aventuras más jugosas de la poesía española reciente. Junto al anuncio de que el ciclo se cerrará con un inminente título más, nos llega Mol, que continúa ia serie iniciada en aquel año y enriquecida en 1991 con la inclusión de frelntaitrés sansirolés Ginfer s tlie power. Más que un tipo de poema, el sansirolé es un desplante poético que pone del revés la simbología retórica y muestra el bullicio de ese otro lado multiforme. El lector recorre el poema con la sensación de seguir una flecha que está permanentemente siendo disparada y llegando a un blanco invisible: lo que se ve es la palabra que alcanza su objetivo, mientras el objetivo se siente a gusto declarándose inalcanzable. El placer de la lectura se fundamenta en una forma especial de enajenación: de una expresión a otra, de un verso a otro, la construcción imaginaria parece improvisada, como si un pie se apoyara en su capricho para decidir hacia dónde dirigir el otro. Pero la aleatoriedad aparente tiene el permiso riguroso del poema completo y se desencadena sólo cuando se ha llevado a efecto una selección verbal estricta para El tacto final del corazón Pablo Méndez. Patío interior Biblioteca Nueva. Madrid, 1998. 80 páginas, 1.000 pesetas. E N 1996, Margarita Márquez Padorno reunía a cinco poetas que cerrarían el siglo en una antología titulada Finalismo. Allí podían leerse- junto a los de Alfonso Gota, Óscar Canelas, Alfonso Berrocal y Sergio Ro- dríguez- los versos de Pablo Méndez (Madrid, 1975) autor, en aquel momento, de dos poemarios (Palabras de aire, 1993; Una flecha hacia la nada, 1994) En uno de los textos de esa selección, el joven madrileño afirma: Herederos de caminos inciertos, supervivientes de la duda, habitantes de la culpa Esta lírica existencial nace de la invasión de sueño dentro de la realidad más desgarrada, de la ciudad difícil y de su desesperanza: Se sientan en las deshechas sillas de su amargura y beben agua fría; la que habita en el pozo blanco, puro de la soledad Bajo los espejismos de la huida y los espacios de la rebeldía, el discurso poético de Méndez fija un estático calendario de deseos y de dudas, con el firme objetivo de clarificar la incertidumbre niebla) de esa muerte antigua que ahora se disfraza de vida El creador de Barrio sin luz (1996) muestra, en su última entrega, un recinto simbólico se marchitaron las flores del patio interior donde duelen los rumores de las escaleras- ese tiempo perdido del pasado- los gritos de las ventanas y las miradas imposibles de los puentes: Las alas frías del miedo, las máscaras frías del miedo, el peso que nos sigue, la hermandad con la muerte Como retratos en sepia que delimitan las preguntas de la me- moria- ese cuarto azul de las lágrimas- estos poemas enmarcan el tacto final del corazón, ios momentos claves del sentimiento. Girando sobre el tema de la niñez perdida, la añoranza de un espacio al que se pretende regresar a cada instante, los mensajes de la emoción- los colores del deseo- definen esta especial épica de los hechos cotidianos, más allá de ejemplos experienciales concretos. Pablo Méndez ha escrito un nuevo cancionero de ausencias, donde el destino y la entrega solidaria justifican la reflexión creativa, la lucha por la vida y la esperanza: Inmensamente os necesito, no dejéis que vuestra soledad me encuentre, llenadme con vuestras manos No en balde, Ángel Guinda (en Poesía intimísima, 1997) ha corroborado: Pocos poetas, recién saltada la barrera de la adolescencia, tienen, hoy, como Pablo Méndez, una visión lúcida más real de la existencia humana en su dramático acontecer. Y muy pocos, también como él, huyen ahora de una poesía estérilmente dispersa en las más dispares, cuando no disparatadas, tentativas de palabrería y banalización en el tratamiento de los temas tan importantes como el porvenir del individuo y de la colectividad, la vida misma, el amor y la muerte Con las vitrinas interiores y el viejo barrio en el cuadro oscuro de la memoria, Méndez ha desarrollado un íntimo monólogo sobre el final de una etapa vital, el nombre de los días y la pasión. JOSÉ MARÍA BARRERA 12 de noviembre de 1998

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