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CULTURAL MADRID 05-11-1998 página 8
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CULTURAL MADRID 05-11-1998 página 8

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ABC Cultural Poesía La transparencia Manuel Álvarez Ortega. Corpora teirae Antelia. Madrid, 1998. 64 páginas. Edición no venal. pacio de vida. Olvido es también un término frecuente en la trayectoria del poeta, pero aquí adquiere un nuevo carácter, se va a concebir de manera peculiar. Desde el principio se aleja de clichés melancólicos, pues el texto lo vincula con el mediodía, cuando hay más luz, y evita asociarlo a sentimientos como la nostalgia: lo que al vivir se ha ¡do perdiendo- se viene a leer- perdido está y no busca formas secundarias de quedarse. Y este desgaste, esta caída de las cosas en el curso del tiempo, actúa como una lima purificadora, como un pulimento de la emoción. As! el olvido entrega una mirada limpia, aporta serenidad- en el mercado de las pasiones proclama su indiferencia -y, de ese modo, llega a constituirse como ámbito de curación, ciencia acerca de la continuidad de la vida. Este proceso convierte al olvido en una categoría absoluta, al margen de las circunstancias que pudieran determinarlo, capaz de enmarcar o definir el conjunto de la existencia; pero, al mismo tiempo, aparece también como una moldura flexible que se adapta a los acontecimientos más inmediatos: sociales o amorosos, los que profundizan la soledad. Es difícil no evocar aquí las condiciones de la supervivencia poética de Álvarez Ortega desde hace muchos años, el extraño contento por el hallazgo súbito de sus libros en un rincón de la librería, sin ningún anuncio previo, en ediciones de mínimo alcance, los dos últimos incluso- éste de ahora y Claustro del día (1996) -reproducidos con modesta reprografía láser Es difícil no evocar el asombro agradecido del lector por esta dura persistencia de quien publicó su primer libro hace ya cuarenta años, de quien entregó con Génesis una de las cumbres de nuestra poesía o preparó las fundamentales traducciones, las más leídas, de los simbolistas o surrealistas franceses, y ha mantenido, pese a todo, la altura y la coherencia de su tarea. En Corpora terrae, el olvido- categoría existencial, pues, y nunca queja- aboca, con su pulimento diario, a la falta de identidad, a la impersonalidad de la voz que habla, como si en ese proceso la vida se hubiera ido haciendo transparente hasta el punto de no percibirse. Aunque, en ocasiones, tonos patéticos o fragmentos de anécdota surquen el texto, toda la dinámica general se inclina a esa transparencia; no la enturbian las irrupciones de un pasado impreciso, sus raras imágenes incorpóreas. Es una sencilla y humilde transparenoia, muy diferente de aquélla extática de Juan Ramón Jiménez, cuyo cristal contenía un verdadero aieph borgiano, crisol de prodigios para la exaltación de un yo transfigurado. ¿Qué importa ya no ser? escribe en cambio Álvarez Ortega, y es significativo, por ejemplo, cómo parpadean en su libro los pronombres; sobre todo, el tú, que a veces sugiere un otro, y a veces es mero desdoblamiento de la voz. En poder del olvido, los residuos de la memoria apenas distinguen entre lo ajeno y lo propio. De algún modo, invirtiendo el signo de la intuición barroca, se ha aprendido a vivir dentro del espacio de la muerte, a prescindir de las máscaras que la separan del cuerpo. Miguel CASADO y y IN nombre todavía, símbolo sólo, W J arena endurecida por el cosmos, el día... el principio de Génesis (1975) declaraba, como a una luz de origen, el carácter del mundo de Álvarez Ortega (Córdoba, 1923) en el que las cosas aún no llegan a ser ellas mismas, con una existencia flotante entre el ser y la nada, al modo de las sombras en la caverna platónica. Asume así esta poesía el tono de un conjuro metafísico según señaló José María Barrera, y se despliega a través de un simbolismo de sustancias- a r e n a polvo, sal, ceniza... -congruente con él: son sustancias físicas que no cuajan en cuerpo, materia triturada y volátil que no cae como semilla de nada. Para un espacio como éste escribió Quevedo sus conocidos versos: y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte Álvarez Ortega recurre reiteradamente a los mismos elementos y palabras- exilio, rosa de piedra, gesta, máscara, páramo, mar del Sur... pero los va tramando de modos diversos hasta dar con una textura propia cada vez. Corpora terrae, con un compás mixto de versos breves puntuados con constancia por un versículo, conduce una cadena de preguntas a un lugar estático, donde los contrarios se repiten sin avanzar (la noche y el día, el tiempo y la tierra, el Sur y el exilio... pues no se busca obtener respuesta: el poema compone así una especie de mantra en que la existencia fluye, sin raíz ni propósito, junto a la imagen neutra que de ella devuelve el espejo. Este mantra, la repetición pautada por un ritmo lento, trata de forja el olvido como es- El libro de las preguntas Isla Correyero. La pasión Grabados de Luis Arencibia. Poema final de Juan Carlos Mestre. Exlibris. Madrid, 1998. 116 páginas. 1.250 pesetas. L A más sencilla de las visiones oníricas en que se disgregaba un poema de Lianas (1988) era ésta: En los muros de la garita se ven imágenes de la Pasión según San Mateo ahora la recoge Isla Correyero (Miajadas, Cáceres, 1957) para proponer una meditación por imágenes- según la fórmula ignaciana- sobre el episodio evangélico. Como en la práctica clásica, las palabras se conjugan con los grabados y los de Arencibia aportan el espectral imaginario de una Edad Media que conociera a Freud. Absolutamente autónomo, el texto recorre las escenas y se fija en los personajes del relato, intentando reconstruir sus sensaciones, los vínculos mutuos, el punto de vista y la voz de todos ellos. La pasión aparece como un libro paralelo al anterior de su autora. Diario de una enfermera (1996) donde lo anunciado en el título se cumplía en una poesía de la experiencia de recobrada dignidad: no por la senda de una escritura ya doctrinalmente prevista, sino yendo hacia la experiencia con un ansioso y abierto lenguaje en que se intuían las marcas de dos grandes poetas de la muerte: Gamoneda sobre todo, también Lorca. Así, resultaba muchas veces estremecedor el difícil proceso de entrada en la conciencia de la muerte real, las inestables relaciones entre ésta y el amor. Ahora, La pasión ofrece un esquema vacío para un análisis de sentimientos que lo desborda; al prescindir de la ya conocida historia, surge una delgadez nueva de la palabra donde se abre el espacio reflexivo de la intimidad: proyectado en voces mútiples, el yo se examina sin fortificarse en una obsesiva apropiación del dolor, que se entiende como lugar de comunidad humana. Mateo dice al principio a su maestro: has amado mis dudas y, amparado en ese aval, el libro se desarrolla como un libro de preguntas latentes acerca del cruce entre la muerte y los afectos. Se perciben en él otros itinerarios- así, el que opone dos amores por el protagonista de la pasión: el de Juan, sensualmente correspondido, y el de Magdalena, asomado a un abismo absoluto- pero la dirección fundamental de los poemas tiende una densa capa afectiva ante la muerte y comprueba cómo ésta prevalece sobre cualquier búsqueda de sentido. Es su poder el que deja un poso único en el fondo de todas las voces, incluidas las que hablan desde fuera de la historia: una sensación nítida de la universalidad del fin, sin lágrimas ni dramatismo- es una mariposa negra que cruza delante de los ojos y los llena de piedras -M. C. 5 de noviembre de 1998 8

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