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CULTURAL MADRID 10-07-1998 página 14
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CULTURAL MADRID 10-07-1998 página 14

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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A B C literario 10 de julio de 1998 Novela Cosas de familia Michael Ondaatje Traduc. de Isabel Ferrer. Destino. Barcelona, 1998. 195 páginas, 1.900 pesetas La ingratitud Ying Chen Traduc. de M. L García de la Hoz. Emecé, 1998.158 páginas, 1.500 ptas. NA persona sin padres es tan infeliz como un pueblo sin historia. No importa la patria, una madre posesiva es universal porque una madre no visita el mundo, lo lleva en el niño que ha hecho. Y a partir de la nada. Ese hilo invisible y fatal está labrado con sangre, lágrimas y complejos, urdido con los chantajes morales y afectivos que se enroscan en la víctima hasta hacer las veces de soga. Hay madres que buscan encarnarse en sus hijas porque tienen miedo a morir. Quieren que su hija sea la reproducción más exacta de ellas mismas. Así, para liberarse es necesario destruir esa reproducción a cualquier precio. La ingratitud es la historia de una joven china de 25 años, Yan- Zi, que se suicida como único método de vengarse de su madre. La narración arranca con el cadáver en una camilla, y es la propia Yan- Zi la que desgrana la historia y recorre el universo de su existencia familiar en una ciudad china donde las tradiciones milenarias perviven en su esencia represiva, en contradicción con la modernidad posmaoísta. La vida cotidiana de esa joven que permanece prisionera de las estructuras familiares autoritarias queda reflejada de una manera engranada, con un lenguaje depurado hasta la exquisitez, en esta novela implacable y delicada. Siendo absolutamente oriental en el tratamiento y en el tema, Ying- Chen demuestra su eficacia narrativa al unlversalizar el problema, en la economía de escenarios físicos y mentales, en el tratamiento del lenguaje, en su forma de plantear los conflictos psicológicos y en la manera de ofrecernos la evolución psíquica de la protagonista. Yan- Zi es posible que tal vez no quisiera sinceramente su salvación. Tal vez comprende que nuestra madre es nuestro destino. Que nadie puede separarse de su madre sin separarse de sí mismo. Y ahí se produce la tragedia, al constatar la imposibilidad de un pacto con la realidad. A medida que avanza la novela, el suicidio adquiere la categoría de necesario, pero antes de abandonar la vida quiere recorrer determinadas expe- riendas. Todo será frustrante. Ying Chen (Shangai, 1961) vivió y completó sus estudios en su ciudad natal, hasta que en 1989 fija su residencia en Montreal, Canadá. Dedicada profesionalmente a la traducción, ha alternado esta actividad con el estudio de la Literatura francesa. Escribe en francés, publicando en 1992 La memoria del agua y al año siguiente Las letras chinas Su tercera novela, La ingratitud fue galardonada con el premio París- Québec en 1995 y el de la Academia de Languedoc en 1996. Ha sido espléndidamente recibida por la crítica canadiense y francesa, y es un éxito de ventas en Canadá. La ingratitud posee una gran originalidad. Recuerda la lucidez aterradora de El amante de Duras y es también heredera de la gran literatura europea, de Dostoievski y Kafka. Novela del anticrecimiento, se deja recorrer por un realismo plagado de elementos mágicos, de una espiritualidad nihilista, de las tradiciones orientales, y ese ser atormentado busca una salida al abrigo del tiempo, porque todos son ¡nocentes, fuera de ese juego interminable de derrotas y miserias, de odios y amores que es la vida. E L éxito internacional de la película El paciente inglés ha popularizado el nonnbre- por cierto, endiabladamente difícil- del autor de la novela, Michael Ondaatje (nacido en Ceilán, pero residente en el Canadá) de quien ahora se rescata un delicioso librito de 1982: Cosas de familia el retorno agridulce a los exóticos lugares donde nació y vivió, y que conservan tantos recuerdos de los suyos. Tras un cuarto de siglo ausente, el narrador vuelve a Ceilán, o Sri Lanka, como se quiera, desde tierras muy frías a los trópicos, aunque el viaje en el tiempo aún es un salto mayor; y como es natural todo empieza con un sueño, porque estas recuperaciones del pasado siempre poseen una tonalidad onírica, lo soñado y lo vivido han de confundirse para que funcione la magia de la memoria. El autor va en busca de lo que quiere recordar, la niñez, el agobio de la temperatura, el olor a canela, los largos y cálidos aguaceros, los ruidos de la noche... Pero también de la disparatada historia del matrimonio de sus padres, que se divorciaron a los pocos años de nacer él, una singular pareja de la que va recogiendo briznas anecdóticas que ayudan a componer un doble retrato a la vez bufo y emotivo. Sin olvidar a los abuelos y otros antepasados, cuya época se remonta ya al más antiguo Ceilán, por el que van pasando conquistadores europeos, portugueses, holandeses sobre todo, que fueron dueños de la isla durante mucho tiempo, y por fin ingleses, transeúntes, esnobs y racistas todos dejan su huella en una sociedad mezcladísima, primitiva y colonial, con un carácter entre idílico y absurdo. Ondaatje, que desciende del cruce de varias culturas y razas, aunque el apellido sea muy holandés, nos habla de calesas tiradas por bueyes, de porches abiertos a la selva civilizaciones podía hacer que sucedieran cosas inimaginables. El padre del autor, Mervyn Ondaatje, es una de ellas, un asombroso personaje que parece novelesco, pero muy real en sus contrastes; dominando la técnica de intentar resolver un problema creando otro bebedor empedernido, negándose tercamente a sentar la cabeza, fascinante en muchos aspectos, atormentado a su manera, y protagonista de historias que parecen sacadas de alguna película de ios hermanos Marx. Sus padres y parientes, escenarios fabulosos, la selva, los pavos reales, el criquet, el U En este relato Ceilán pasa a ser algo íntimo e inolvidable y en el fondo más bien triste; explicando por sugerencias la vida propia y la de todos los que la compartieron por los que se pueden pasear nocturnamente jabalíes y leopardos; de plantaciones de té e hipódromos con fuertes apuestas, bailarines de tangos, ventiladores de tela, serpientes que entran y salen de todas las casas. Pero sobre todo del alocado período de entreguerras, que es el de la juventud de sus padres, de la vida cingalesa entre el tenis, las borracheras y las excentricidades; Ceilán, un pendiente caído de la oreja de la India o también, más dramáticamente, una lágrima de la península del Indostán, como un islote en el océano índico donde la convivencia de curry de cangrejo y el vino de palma, la excentricidad casi erigida en norma, con rendijas por las que entrevemos el amor, el sufrimiento, el fracaso; menciones de visitantes ilustres (Neruda escribiendo Residencia en la tierra Lawrence furibundo por el calor inaguantable; un judío inglés, Leonard Woolf, que iba a hacer famoso su apellido gracias a su mujer) la realidad que está a menudo al borde de la fantasía. En la playa las olas recogían los tapones de las botellas de champán es una de las frases que resumen ambientes, épocas, locuras que se cuentan con emoción y comicidad; Ondaatje redescubre esas cosas de familia en forma de viñetas, pintoresquismo, humor, la misma poesía misteriosa de los nombres que evocan tierras muy lejanas, pero sin el interés convencional de la visión turística. En este relato que no deja de ser una crónica (aunque, como confiesa su autor, en Sri Lanka una mentira bien contada vale más que mil hechos Ceilán, pasa a ser algo íntimo e inolvidable, divertidísimo y en el fondo más bien triste; explicando por sugerencias, por caprichos del ayer que se recuerdan o perduran en la tradición oral, la vida propia y la de todos los que la compartieron extrañamente. Carlos PUJOL Beatriz HERNANZ 14

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