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CULTURAL MADRID 10-04-1998 página 19
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CULTURAL MADRID 10-04-1998 página 19

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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10 de abril de 1998 ABC literario Biografía Crónica Ricos y desconocidos Luis Sánchez Bardón Temas de Hoy. Madrid, 1998 327 páginas, 2.300 pesetas El gran amor prohibido de Alfonso XII Manuel Barrios Temas de l- loy, 1998. 239 páginas, 1.950 pesetas H ACE un sigloThorstein Veblen publicó un libro que se ha convertido en un clásico de la teoría económica y social. Su Teoría de la clase ociosa es una aguda y brillante sátira de la sociedad opulenta norteamericana. Desde entonces se ha escrito poco y malo en torno a lo que, visto desde el común de los mortales, se podría llamar los ricos. Sobre las élites o las minorías que detentan el poder y la riqueza existe en las ciencias sociales bibliografía abundante y rigurosa en muchos casos: recordemos textos de Wright I lills, Bottomore, Schumpeter o, entre nosotros, las publicaciones de Esteban Pinilla de las Heras o las de José Luis Imaz. Sin embargo, los estudios sobre élites o minorías adoptan un enfoque en el que, en contraste con lo que analiza Veblen, el estilo de vida, la personalidad del rico, no son considerados o no entran en los supuestos teóricos o metodológicos de la reflexión o de la investigación empírica. La sociología, y más aún la antropología, rebosan de trabajos cuyo objeto de estudio lo constituyen los pobres o, como se dice ahora, los excluidos sociales. En cambio, los ricos no aparecen en los libros, de ahí que este volumen de Sánchez Bardón tenga, de entrada, el interés de cubrir un vacío, aunque, todo sea dicho, desde el periodismo sí se han hecho incursiones, más bien superficiales e irrelevantes, en el universo de la vida cotidiana de los grandes poseedores de bienes o dinero. En este caso, el autor, periodista vinculado a distintas publicaciones de carácter económico, ofrece al lector un vivido mosaico de los españoles más ricos. La metodología empleada consiste en tirar de revistas especializadas, de la Memoria Tributaria de la lista de Hacienda con los contribuyentes del año 1979 y de alguna otra fuente más, para con todo ello agrupar en diecisiete apartados un buen centón de millonarios que se inicia con Leopoldo Fernández Pujáis, el creador del gran negocio de Telepizza. Sánchez Bardón hubiera podido organizar a los ricos que asoman a estas páginas en función de sus pertenencias y comenzar por referirse a los ricos de verdad los que están más allá de los 100.000 millones de pesetas, los Botín, Koplowitz, March o Masaveu, pero los ha agavillado muy a su gusto, demasiado tal vez, y de este modo dedica capítulos a las fortunas femeninas, a los empresarios del turismo, a los banqueros o a los propietarios de las grandes empresas de edición. En esta panorámica destaca el grupo que el autor denomina nuevos ricos gentes de fortuna reciente con los que se muestra muy crítico. Visto en su conjunto, este libro tiene un toque populista no exento de ciertaenvidia, el cual consiste en contemplar al rico como si tuviera un pecado original añadido al de todos los cristianos, como si por el hecho de serio hubiera, de entrada, que desconfiar de él. Dicha peyorización aumenta con los nuevos ricos que son presentados como gente tacaña, escondida en los barrios de clase media y vestida de mala manera. Pese a que los datos que proporcionan estas páginas en torno a las haciendas y la vida de los millonarios no son ni abundantes ni precisos, contribuyen con eficacia a iluminar un aspecto hasta ahora bastante opaco de la sociedad española. Bernabé SARABIA S I Hollyw ood hubiese estado en Almería y no en California, sobre este tema se habría rodado más de una película en technicolor, sin mucho respeto por la verdad histórica, pero llena de romanticismo y con un final triste que haría llorar hasta a las piedras. Alguien como Ava Gardner- soñar no cuesta dinero- podría ser la protagonista, los americanos se han perdido un asunto cinematográficamente hablando memorable. Un amor imposible por razón de Estado, el joven Rey Alfonso XII, que se ponía años con las aparatosas patillas que imitó del emperador Francisco José de Austria, viudo inconso- lable de Doña María de las Mercedes, y la cantante de ópera Elena Sanz, nacida en Castellón de la Plana (1844- 1898) Aunque habría que matizar: imposible hasta cierto punto, porque nacieron dos hijos naturales, y lo de inconsolable por las mismas razones. Manuel Barrios reconstruye minuciosamente todo lo que sabe de esta historia prohibida, que no es mucho; la favorita que curiosamente triunfó en el Real Madrileño con la ópera de este título, de Donizetti, a pesar de la fama de que gozó, ha dejado una estela biográfica borrosa, y los que la conocieron nos han transmitido elogios vagos y dulzones, de verdadero empalago, como Pérez Galdós. Incluso su rostro sólo se conocía por grabados, hasta ahora en que por vez primera se reproduce en este libro de fotografía. Al lado de Gayarre, Elena Sanz ¡qué ojos de fuego, qué boca rebosante de gracia, qué tez, qué cuerpo, qué lozanas curvas... exclama don Benito en sus Episodios Nacionales cautivó al público y al monarca en 1878, el mismo año de la boda y de la muerte de la Reina Mercedes, aunque ya se habían conocido en 1872, cuando la bella soprano visitó al Príncipe en el Theresianum de Vlena, donde el joven cursaba sus estudios. Sus relaciones amorosas, las escapadas nocturnas del Rey a una casa de la Cuesta de Santo Domingo, empezaron. Dice Barrios que el pueblo de Madrid no tuvo para los amores de Alfonso y la cantante ni una crítica adversa, ni una letrilla corrosiva, mientras con sigilo de tercería vigilaba el coche de la Corona Real entre las sombras No eran las primeras aventuras del soberano ni, desde luego, iban a ser las últimas: otra cantante de ópera, Adela Borghi, apodada La Biondina, por orden de Cánovas fue acompañada diligentemente hasta la frontera por el propio gobernador de Madrid. Como se ve, los amoríos de Alfonso XII podían ser también cuestiones de Estado, y en estos años el amor y los deberes del Rey se entrelazan confusamente en episodios que hubieran hecho las delicias del Hollywood de antaño: a finales de noviembre de 1879 contrae nuevo matrimonio con María Cristina, y exactamente dos meses después nace (en París, para asegurarse mayor discreción) Alfonso, el primer hijo de Elena Sanz. Un año más tarde Iba a nacer María de las Mercedes, primera hija legítima del Rey, y al siguiente Fernando, segundo hijo de Elena Sanz, esta vez en el mismo Madrid, en el barrio de Buenavista, es decir, no lejos del Palacio Real. Desde su exilio parisiense Isabel II está encantada con la que llama su nuera ante Dios pero María Cristina (obsequiada con los motes más mortificantes como Doña Virtudes o La Institutriz y a quien su marido llama en las cartas que escribe a París El Gendarme da un ultimátum. O ella o la amante, una de las dos tiene que salir de España. Así se hace. Elena y sus hijos pasarán a vivir definitivamente en París, en el número 37 de la rué La Perouse (la misma calle en la que vivía, literariamente, el proustiano personaje de Odette) donde recibe una asignación mensual de cinco mil pesetas, no siempre con escrupulosa puntualidad pero desde luego con frases afectuosas y cierto desgarro castizo: Dime si necesitas guita y cuánta Barrios, al damos todos los elementos conocidos de la historia, levanta el velo de un misterio que para los que lo vivieron fue pasión y dolor, frustración y sueños que no se hicieron realidad Alfonso Xil morirá en el palacio de El Pardo en 1885, cuando la Reina estaba encinta de pocos meses, y Elena Sanz, que se apresura a vender a la Corona aquellas cartas tan comprometedoras, murió oscuramente antes del fin de siglo. Manuel Barrios, al darnos todos los elementos conocidos de esta historia clandestina, levanta el velo de un misterio que para los que lo vivieron fue pasión y doler, frustración y sueños que no se hicieron realidad. Carlos PUJOL 19

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