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CULTURAL MADRID 03-04-1998 página 22
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CULTURAL MADRID 03-04-1998 página 22

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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A B C literario 3 de abril de 1998 C UANDO llegué a la treintena, pasé por unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. Mi matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo de escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero. No me refiero simplemente a una escasez ocasional, ni a tener que apretarme el cinturón de cuando en cuando, sino a una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico. La culpa era sólo mía. Mi relación con el dinero siempre había sido imperfecta, enigmática, llena de impulsos contradictorios, y ahora pagaba el precio de negarme a adoptar una posición clara al respecto. Desde siempre, mi única ambición había sido escribir. Lo sabía desde los dieciséis o diecisiete años, y nunca me había hecho ilusiones de que podría ganarme la vida escribiendo. El escritor no elige una profesión como el que se hace médico o policía. No se trata tanto de escoger como de ser escogido, y una vez que se acepta el hecho de que no se vale para otra cosa, hay que estar preparado para recorrer un largo y penoso camino durante el resto de la vida. A menos que se resulte ser un elegido de los dioses (y pobre de quien cuente con ello) con escribir no se gana uno la vida, y si se quiere tener un techo sobre la cabeza y no morirse de hambre, habrá que resignarse a hacer otra cosa para pagar los recibos. Yo comprendía todo eso, estaba preparado para ello, no me quejaba. En ese aspecto, tuve una suerte inmensa. No sentía un interés particular por los bienes materiales, y la perspectiva de ser pobre no me asustaba. Lo único que quería era una oportunidad de realizar la obra que sentía en mi interior. La mayoría de los escritores llevan una doble vida. Ganan buen dinero en profesiones normales y se las arreglan lo mejor que pueden para escribir por la mañana temprano, a altas horas de la noche, durante el fin de semana, las vacaciones. William Carlos Williams y Louis- Ferdinand Céline eran médicos. Wallace Stevens trabajaba en una compañía de seguros. T. S. Eliot fue banquero, luego editor. Paul Auster por Paul Auster. El escritor escudriña los primeros treinta años de su vida, y escribe. De un novelista en ciernes, de la muerte de su padre, de la vida y del dolor... De los amigos, de las mujeres, de la literatura, y del dinero, maldito y necesario... Auster lo cuenta todo en A salto de mata que publica la próxima semana Anagrama, vertido al castellano por Benito Gómez Ibáñez. Él volumen incluye tres obras de teatro escritas en esta época confusa y definitiva en la vida de Auster, así como una fascinante novela policiaca, Jugada de presión Publicamos las primeras páginas del libro El novelista norteamericano publica en España la crónica de su fracaso precoz PAUL AUSTER guida comprendí que no tenía nada que hacer allí. Estaba harto de clases, y la perspectiva de pasarme otros cinco o seis años estudiando me parecía un destino peor que la muerte. Ya no quería hablar más de libros, quería escribirlos. No me parecía bien, por principio, que un escritor se refugiase en la universidad, rodeándose de personas afines y viviendo demasiado a gusto. Existía un riesgo de autocomplacencia, y una vez que cae en ella, el escritor puede darse por perdido. No voy a justificar las decisiones que tomé. Si carecían de sentido práctico, lo cierto era que yo no pretendía serlo. Lo que deseaba eran experiencias nuevas. Ansiaba salir al mundo y ponerme a prueba, pasar de una cosa a otra, explorar todo lo que pudiera. Mientras mantuviese los ojos abiertos, me figuraba que todo lo que pasara sería aprovechable, me enseñaría cosas que ignoraba. Parece una actitud anticuada, y quizá lo fuese. Joven escritor se despide de familia y amigos y sale hacia un destino desconocido para descubrir de qué está hecho. Para bien o para mal, dudo de que me hubiese convenido cualquier otra actitud. Tenía energía, la cabeza llena de ideas y el gusanillo de los viajes. Como el mundo era tan grande, lo último que deseaba era andar con pies de plomo. Entre mis conocidos, el poeta francés Jacques Dupin es codlrector de una galería de arte en París. William Bronk, el poeta norteamericano, dirigió el negocio familiar de carbones y madera al norte del estado de Nueva York durante más de cuarenta años. Don DeLlllo, Peter Carey, Salman Rushdie y Elmore Leonard trabajaron durante largas temporadas en publicidad. Otros escritores se dedican a la enseñanza. Ésa es quizá la solución más corriente en la actualidad, y con tantas universidades importantes y facultades de provincias ofreciendo cursos de eso que llaman talleres de escritura novelistas y MI 22 trabajo de escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero. No me refiero simplemente a una escasez ocasional, ni a tener que apretarme el cinturón de cuando en cuando, sino a una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma O me resulta difícil describir estas cosas y recordar lo que me parecían entonces. El problema empieza cuando me pregunto por qué las hice y por qué las consideraba de aquel modo. Los demás jóvenes poetas y escripoetas andan continuamente a la tores de mi clase tomaban decisiogreña para pescar clases. ¿Quién nes sensatas sobre su futuro. No puede reprochárselo? El sueldo éramos chavales ricos que pudiequizá no sea muy alto, pero se trata ran contar con el apoyo económico de un trabajo fijo y el horario es de sus padres, y una vez que saliéramos de la universidad tendríamos bueno. Mi problema era que no quería que arréglamelas por nuestra llevar una doble vida. No es que no cuenta. Todos nos enfrentábamos quisiera trabajar, pero la idea de fi- a la misma situación, todos conocíchar en algún sitio de nueve a cin- amos el paño, y sin embargo ellos co me dejaba frío, totalmente des- actuaban de una forma y yo de provisto de entusiasmo. Con veinti- otra. Eso es lo que sigo sin explipocos años me sentía demasiado carme. ¿Por qué mis amigos obrajoven para sentar cabeza, dema- ban con tanta prudencia y yo con siado lleno de proyectos para per- tanta temeridad? Procedía de una familia de clase der el tiempo ganando más dinero del que quería o necesitaba. En el media. Había tenido una infancia aspecto financiero, sólo pretendía cómoda y nunca había sufrido las arreglármelas. La vida era barata en carencias y privaciones que acosan aquella época y, como no tenía a a los seres humanos que viven en nadie a mi cargo, me imaginaba este mundo. Nunca había pasado que podría ir tirando con unos in- hambre, ni frío, jamás había sentido gresos anuales de unos tres mil dó- que peligrase ninguna de las cosas que tenía. La seguridad era algo lares. Hice un curso de posgrado, pero natural y sin embargo, pe- se a las sólo porque la universidad de Co- comodidades y a la buena suerte lumbia me ofrecía una beca de dos de mi familia, el dinero era un tema mil dólares y matrícula gratuita, lo de conversación e inquietud consque significaba que en realidad me tantes. Mis padres habían conocido pagaban por estudiar. Incluso en la Depresión, y ninguno de los dos aquellas condiciones ideales, ense- se había recuperado plenamente N

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