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CULTURAL MADRID 20-03-1998 página 23
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CULTURAL MADRID 20-03-1998 página 23

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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20 de marzo de 1998 A B C literario EL 98 ESENCIAL cado. Concretamente, ¿qué hemos ganado? Algo, en verdad: saber que la institución mayor no será un obstáculo a la organización nacional; saber que el señor Maura no tendría más fuerza que la propia. Pero todo esto es negativo. A estas horas sabemos sólo que una nueva España no es imposible; que ningún poder mecánico y extraño estorbará su génesis espontánea. Pero, ¿sabemos si es posible? España es el nombre de una cosa que hay que hacer, no sólo de algo que hay que conversar ante la Corona, notablemente ávida de disciplinas; no sólo algo que hay que perorar ante muchedumbres apasionadas en las asambleas verbisonantes; no sólo algo que hay que musitar ante los jefes políticos, en el secreto de los gabinetes, ornándole con guiños que aspiran a ser maliciosos. España es una cosa que hay que hacer. Y es una cosa muy difícil de hacer. Ya es difícil querer hacerla; pero, aún logrado esto, queda íntegra la suprema dificultad; saber hacerla. ¿Es asunto resuelto, por ventura, que haya en España hombres capaces de saber hacer España? Porque España es, por lo pronto, una hacienda derruida sobre una economía nacional, no sólo pobre, sino irregular y apenas estudiada. ¿Quién va a arreglar esa hacienda? ¿Cualquiera? ¿El señor Suárez Inclán? Yo comprendo que estas palabras han de ser impopulares y enojosas; pero todo lo que no sea insistir sobre este tema y clavarlo en la preocupación de los españoles, equivale al defecto esencial de patriotismo. No basta, no basta con querer iealmente que se organice una hacienda democrática para que, en efecto, una hacienda democrática se organice. Nueve décimas partes de ciudadanos lo deseamos así. Dios premiará, a no dudarlo, nuestra buena voluntad tomándonos asumptos en las praderas azules del cielo donde tiemblan las amapolas de oro que desde abajo parecen estrellas. Pero la buena voluntad, que sirve para ir al cielo, no s me para organizar una hacienda; para este menester sólo es útil y es imprescindible la cienca económica. Et si non, non Números, estadísticas, sistemas complicadísimos, un Cuerpo burocrático de gran saber y solicitud, una cantidad enorme de prosaicas competencias. Sin esto no hay ascensión al cielo de la hacienda. ¡Qué le vamos a hacer! En La Paz de Aristóteles, Trigeo tiene que subir al grave justamente porque están europeizados; es decir, porque gozan de una mínima cultura ambiente y anónima que basta para asegurar de una manera automática cierta seriedad y eficacia elementales en la constitución de la fisiología nacional. Mas entre nosotros, por definición, se carece de ese regulador básico. Ministros incompetentes han buscado soporte a su figura política concediendo a em- pleados no menos incompetentes un absurdo estatuto de inamovilidad. De modo que la dirección de las actividades técnicas se halla irremisiblemente vinculada a la incompetencia de la política y la ejecución de ellas a la incompentencia del escalafón. Bastilla formidable de nuestras esperanzas. No está, por consiguiente, muy claro que esa España no imposible sea, en verdad, posible. Como unas pocas agujas perdidas en montes de paja se hallan en España los hombres competentes y constructores entre abogados, profesores de retórica y discípulos de retórica. ¿Quién puede esperar de la buena fortuna que se los descubra y que, descubiertos, se los exalte? Por otra parte, ¿quién es tan tonto para esperar que las cosas difíciles se hagan solas o por la taumaturgia de la peroración y de la charla con los jefes políticos? Sobre estas líneas, Ortega con Zubiri y García Morente. Abajo, la mascarilla nriortuoria del filósofo, que fue portada de ABC al día siguiente de su muerte L cielo cabalgando un escarabajo. Pues bien: ¿dónde está esa burocracia competente sin la cual todo plan de hacienda contribuye sólo a empedrar el infierno? ¿Y dónde están los capaces de construir este plan y disciplinar aquella burocracia? Sabemos que esas capacidades no se hallan en los partidos vigentes. Parece ser que en España hay contadísimos hombres que sean formalmente economistas y que esos hombres no integran ninguna agrupación política; son, dícese, gentes oscuras y de grande juventud. Ahora conviene que la nueva nación germinal decida sin equívoco: ¿hay o no hay en las energías españolas que aspiran a hacer historia originalidad suficiente para arrancar la hacienda de manos políticas incompetentes y ponerla en las pocas o muchas dotadas de capacidad? Como con la hacienda acontece con las demás funciones del Cuerpo nacional. La política ha enfeudado la dirección de las actividades más importantes, como si no fueran principalmente técnicas. En otros países el daño no es tan OS pueblos no se hacen por casualidad. Los renacimientos no pueden esperarse de la buena voluntad ni de las buenas promesas. La Historia no contiene más que fuerzas históricas y en ella todo se cumple por la fuerza. Frente a una, otra. Frente a una política caduca, pacifista e inerudita sólo cabe otra política novísima, áspera y técnica. Una nueva España sólo es posible si se unen estos dos términos: democracia y competencia. La instauración de la democracia sólo es posible en España mediante la revolución de la competencia. ¿No ve en esto la generación del 1898 una segunda parte de su misión? Porque aun siendo nosotros, en leal dictado, tan incompetentes como nuestros padres y abuelos, poseemos una conciencia más clara de nuestra limitación y aspiramos con mayor fuerza a que se ponga la suerte de España, no en nuestras manos, sino en las manos más hábiles y sólo en ellas. Pero... ¿dónde está esa generación fantasma? El Imparcial 9 de febrero de 1913) José ORTEGA Y GASSET 23

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