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CULTURAL MADRID 13-03-1998 página 14
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CULTURAL MADRID 13-03-1998 página 14

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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A B C literario 13 de marzo de 1998 Novela Llegada para mí la hora del olvido Tomás Val Alfaguara. Madrid, 1997. 251 páginas, 2.300 pesetas Días de Luna Ángeles Macuá Libros del Alma. Madrid, 1998 140 páginas, 1.575 pesetas XISTE cierta literatura- o ciertos autoresque parecen olvidar que la expresión artística no tiene género. Que eso que se ha dado en llamar literatura femenina nadie sabe con certeza qué es, y que no parece muy lógico escribir historias concebidas para hombres que sean diferentes de las historias concebidas para mujeres. Claro que la literatura es- sobre todo- expresión de una determinada sensibilidad, y si la sensibilidad arrastra al autor hacia una temática feminista- que no femeninay se percibe en s j plasmación un tono verdadero, por no impostado, nada se le puede reprochar. Sospecho que eso es lo que le ha pasado, en esta su carta de presentación como novelista, a Ángeles Macuá (Madrid, 1953) la necesidad de expresar una determinada sensibilidad- y, por qué no, una derminada estética- la ha llevado a desgranar una historia poblada de mujeres que se emparentan con la tierra, de hombres que las destruyen, de partos más sangrientos de lo normal y de varones que se salvan gracias a la ciencia infusa del amor. Todo aquello, en definitiva, que no puede faltar en esos textos feministas que a veces se han dado en llamar femeninos Días de Luna explica la historia de Regla- el nombre es más de lo mismo- en un terruño imaginario llamado Mendica, de su hija Blanca y de una adivina que lee el futuro y a veces el presente en las cartas del tarot. Aparecen hombres tan malvados como fundamentales en la acción: el cura que abusa de Regla y la deja embarazada de su hija, el loco violador y asesino de la inocente Blanca o el joven que se enamora de la niña y se ahorca por amor. Pululan también por estas páginas leves presencias familiares, muchos dioses exóticos y algún vecino fisgón. Son sólo las figuras que jalonan un paisaje sofocante y claustrofóbico, tanto como las peripecias que en él- ¿por su causa? -tienen lugar. Pese al esfuerzo de la autora, pese a la voluntad- casi obsesión- de crear símbolos que puedan servirle al lector como pistas a seguir dentro de un plano más universal, y pese a esa voluntad de englobar a todas las mujeres en la voz. de Regla, el intento de Macuá se diluye por culpa de elementos externos. El más claro es García Márquez, que, sin aparecer de un modo explícito en el libro- no se le cita, no se le rinde homenaje alguno- no hace más que molestar. El universo de Macuá se parece demasiado a algunos universos garcíamarquianos: el sofoco que lo empapa todo es el mismo en ambos casos, las truculencias que traza la autora se parecen a las que inventa el colombiano, y hasta los locos, las santeras y las imágenes se parecen. Hay ciertas ráfagas molestas de realismo mágico en la historia de Regla, y ésa es una veta que ya perece muy agotada a no ser que se sepa encontrar un nuevo filón. Por lo demás, ésta es una primera novela ambiciosa, imaginativa y, sin duda, nacida de una emotividad desgarradora. No es un dianazo, de acuerdo, pero es un punto de arranque digno. De lo que se trata ahora es de seguir adelante, siin perderie la pista a la autora, para comprobar hacia dónde dirige sus pasos- y sus emociones- la próxima vez. Care SANTOS E S de notar la escasez de novelas dedicadas a la figura de Franco, aunque el dictador aparezca transfigurado como ocurría ya, por ejemplo, en Crónica y milagros de Óscar Ferreiro, Caudillo de Gabriel Raza Molina, que es de 1978. En años anteriores, y desde el exilio, Salvador de Madariaga le había dedicado su Sanco Raneo como un poco antes, en 1960, Max Aub lo hiciera eje de uno de sus relatos, La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco Poca cosa, si se considera el protagonismo que le corresponde, tanto en la guerra fratricida como en el régimen que de ella resultó y pervivió hasta su muerte. Bien por la dificultad de abordar la recreación novelística de su trayectoria y personalidad, bien por lo romo de esta última, poco ha dado de sí Franco como tema narrativo antes de Leyenda del César visionario de Francisco Umbral. Desaprovechamiento que en 1997 se ha paliado con la publicación simultánea de El sable del Caudillo de José Luis de Vilallonga y esta novela del periodista Tomás Val (Burgos, 1961) Vilallonga recurre a un artificio ya ensayado por V. Woolf, Múgica Lainez o Elena Quiroga: atribuir la función narrativa a un testigo no humano, en este caso el sable que el joven alférez, conocido por sus camaradas como Franquito, compró por 35 pesetas en el Toledo de su primera formación militar. Por el contrario. Val se ha atrevido a sustentar todo el relato en la voz de Franco, que atiende así al requerimiento formulado en el otoño de 1970 por un editor con acento andaluz catalanizado o catalán andalucinado (pág. 16) A nadie se le oculta lo arriesgado de esta pirueta narrativa, sobre todo por la impenetrable intimidad de Franco y la peculiaridad de sus relaciones con la palabra. Paradójicamente, Val nos lo presenta a través de complejas claves verbales y literarias, a él que se hizo famoso por sus silencios y cuyo laconismo castrense sabemos que condicionaba incluso situaciones tan íntimas y proclives a la transparente manifestación sentimental como las de los galanteos juveniles. No parece fácil hacer hablar a Franco durante 250 páginas sin que las crujías de la verosimilitud chirríen a cada párrafo, pero supongo que el resultado sería menos peregrino si se hubiese optado por nutrir la sustancia de su discurso con datos históricos o ficticios que contribuyeran también al decoro retórico del personaje. Tomás Val opta por lo contrario. Su Franco toma el encargo del editor no como el estímulo para contar su vida sino como un reto para establecer, al final ya de sus días, un sofisticado debate con las palabras. No oculta, a ese respecto, que nunca quise ser dictador: quise ser Dios (pág. 61) para lo que debiera haber, en su día, fusilado el diccionario (pág. 29) y creado su propio idioma, un dios que debe recuperar el tiempo perdido para dejarnos su Génesis y sus Evangelios franquis- tas. Este Caudillo teoriza sobre el sentido de la escritura literaria (pág. 48) parafrasea a Rulfo (pág. 147- 8) identificando a España con el erial de Cómala, increpa a Borges y Lorca (pág. 44) se confiesa lector de los Poemas de la oficina de Benedetti (pág. 173) y, en ge 14 neral, de todos los que se han ocupado de su propia figura: losThomas, los Payne, los Gibson, los Presten, los Vázquez Montalbán, los Umbral... (pág. 30) Este Franco que repudia su trasmutación literaria en el seudónimo Jaime de Andrade por considerar que su firma sólo debía figurar el pie de sus obras más dignas, dignas al poder las sentencias de muerte y los partes de guerra, se permite ciertos pinitos de crítico literario, al recordar a los escritores de la generación de la berza (pág. 234) y, en todo caso, acepta su lugar en la estirpe literaria de las novelas de dictador que demuestra conocer cumplidamente, sobre E todo, el Yo Supremo de Roa Bastos con el que parece congeniar más. No contento con este batiburrillo metanovelístico por el que deambula un Franco fantasmagórico, Val se enzarza incluso con el cine, y pone en boca del dictador el relato de su escapada de El Pardo mientras le sustituye un doble como el que protagoniza la cinta de A. IVlercero Espérame en el cielo Buscar en este panorama cierto rigor histórico está fuera de lugar, y otro tanto cabe decir de la solidez de los planteamientos de fondo. Llegada para mí... amaga un cierto discurso ideológico basado en los tópicos más manidos que aureolan la figura del general. Menudean las situaciones descabelladas o simplemente estúpidas, como cuando Franco musita al intérprete que acompaña al presidente Nixon los primeros párrafos de su testamento- de donde Val toma el título de su novela- o cuando el matrimonio Franco Polo aborda, el día de la despedida de la División Azul, el trascendental compromiso de engendrar un héroe lo que no empece la proclamación papal de la milagrosa virginidad de doña Carmen. Se podría pensar que todo este aparato grotesco pertenece a la visión artística, distorsionada, esperpéntica, que el escritor nos quiere dar de Francisco Franco, pero desafortunadamente para los lectores de esta novela se nos presenta entrañado con la propia concepción de una obra frustrada. Darío VILLANUEVA

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