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CULTURAL MADRID 16-01-1998 página 14
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CULTURAL MADRID 16-01-1998 página 14

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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A B C literario Novela 16 de enero de 1998 Relatos La acuarela Hermann Anaya Mario Muchnik. Madrid, 1997. 187 páginas, 1.500 pesetas Todos adorábamos el negro Julia Ibarra Prólogo de Emilio Alarcos. Ed. El Clavell Barcelona, 1997. 143 páginas E L primer libro del periodista Hermann Terstcli (Madrid, 1958) La venganza de la historia -convertía en un relato de viajes su experiencia como analista de los sucesos más relevantes de la Europa Central y Oriental y su conocimiento de la compleja y cambiante morfología histórica de esos países a los que atiende como corresponsal desde varias capitales europeas. El segundo deja a un lado el estilo de crónica periodística pero no su interés por la turbulenta memoria de la vieja Europa ni la intención de apostillar una trama ficticia con las calamidades heredadas de los bárbaros desmanes del nazismo. Es su primera novela, y en ella se reconoce el esfuerzo por mezclar lo vivido, lo conocido y lo imaginado a través de una historia situada en el Madrid de los 90, rodeada de objeciones al cambalache social y político de este fin de siglo y trazada sobre una intriga que enlaza presente y pasado por fuerza de una casualidad sólo creíble en los fueros de lo novelesco. Por tanto, y en atención a ellos, importa recordar el título, La acuarela que es móvil y causa de una tensión argumental que tarda en llegar y que, cuando aparece, le aporta a la historia sus mejores páginas. El resto nos conduce por el estado de ánimo de un protagonista cansado de su maldito oficio de periodista y hastiado de una forma de vida sometida a la experiencia del exceso y el placer; por los extravagantes anhelos de su juventud, por el oscuro pasado familiar, por la complicada relación sostenida con su tiempo y por el inesperado hallazgo de una solución afectiva a sus desmanes. Todo obra de un narrador a quien hay que reprochar el abuso de su omnipresencia y su obstinación por subrayar con moralina las conclusiones que le corresponden al lector. Lo que, si bien no impide disfrutar del respaldo histórico de los sucesos narrados y de la fluidez y la desenvoltura de su prosa, sí obstaculiza su ritmo y resta posibilidades a un argumento en el que se intuyen más ideas y Cosme: 40 años, periodista de éxito, con tendencia a las grandes reflexiones a las grandes lecturas y una propensión al asco heredada- igual que la vocación y el oficio- de su padre. Despreciaba ese mundo pero participaba de él así fue desde las primeras ambiciones de su adolescencia, con Rimbaud y Novalis como modelos del malditismo que decidió para su vida. Que no cuajó, o por lo menos no en forma de muerte heroica, ni en tribulaciones desgraciadas. Así que desengañado de todo y únicamente dispuesto a vivir para consumar transgresiones, combate sus resacas y las avalanchas de tristeza y males- E i ffí, S- f 5 Si bien no impide disfrutar de la fluidez de su prosa, la obstinación del autor por subrayar con moralina las conclusiones que le corresponden al lector si obstaculiza su ritmo sentidos de los que alcanza su desarrollo. Quizá por lo ambicioso de un proyecto en el que han de coincidir no sólo Historia y ficción, también perspectiva histórica y análisis del presente. De ahí que los personajes sean figuras matizadas por la insistencia en mostrarlos como producto de la confusión y el naufragio de valores de hoy sumado al recuerdo vivo de un ayer que no ha podido olvidar. De ahí la impresión de que pasado y presente alternan en el relato hasta que de forma inesperada estalla el drama que lo explica todo. Pero empecemos por el principio, por 14 tar con argumentos que le justifican y justifican su odio contra esta sociedad causante de todos los males y todas las soledades Eso piensa en sus tiempos muertos, en el equívoco de su profesión, en su vida, lineal y larga en el consuelo de la cocaína, en su padre vienes y una historia oscura que tenía que ver con la guerra europea, y en el castillo sobre un río pintado en el cuadro heredado de su abuelo... Así seguiría de no tropezar con Clara, de no encontrar en ella otro ejemplo de fobia al mundo y de desarraigo. Juntos inician una peripecia amorosa que les aleja de los excesos vividos y redime todos sus miedos. Hasta que reaparecen, proyectados en el significado de esa acuarela llena de misterio para Clara. Y de preguntas cuyas respuestas dan cuerpo a la gravedad de un argumento que desestima sus proporciones al convertir un enigma de trágica trascendencia en solución apresurada para la novela, cuando en él reside la sustancia de la historia: el valor testimonial de la increíble cadena de casualidades que se desatan. Y siendo esencial su repercusión en el suceso del que ambos son herederos le convenían menos síncopas y un tiempo más prolongado que el inicialmente vertido en las causas que explican la desazón de sus protagonistas. Lo que no impide- repetimos- disfrutar del relato, aunque sí limita el enorme potencial de sus intenciones. Pilar CASTRO N las palabras que sirven de prólogo a este libro advierte Emilio Alarcos de lo excusable y ocioso tener que presentar la escritura de alguien cuyo interés quedó demostrado en tres novelas (una de ellas, Sasia la viuda obtuvo el Premio Tigre Juan en 1987) y dos colecciones de relatos. Palabras que describen y alaban el modo de componer de la asturiana Julia Ibarra, que ofrecen una detallada y rigurosa revisión de lo que po- drá encontrar en este nuevo volumen de relatos quien hasta la fecha no haya tenido noticia de esta gran conocedora de la lengua- legado de una formación clásica resumida en su cátedra de latín- y sus efectos expresivos. Palabras que instan a una lectura llena de interesantes indicios sobre sus cualidades prosísticas, y colmada de sorpresas por lo inesperado de su contenido, por la inclinación de la autora hacia lo literario y por su estilo, sensitivo y audaz, razón de una depurada técnica relatística. En total 18 cuentos- algunos publicados en periódicos, revistas locales y antologías- que se nutren de la tradición realista y de una particular concepción de costumbrismo. La mayoría envueltos por una fatalidad triste y sombría, o con misteriosas y trágicas casualidades. Esa es la idea oscura y dominante, simbolizada en el negro, el color cuyas connotaciones sirven de abrigo a la atmósfera que envuelve cada episodio. Que podría llegar a asfixiar si la autora no diera muestras de gran habilidad para otorgar al planteamiento y desarrollo de sus invenciones el justo tratamiento: la tensión necesaria para arrastrarlas de la realidad a la ficción, de interpelarnos con precipitados y cambiantes puntos de vista, y de asombrarnos con abruptos e indiscutibles finales. Así ocurre desde el primero, Todas adorábamos el negro título con el que se quiere señalar a todo el volumen y en el que reconocemos la verificación de todo lo dicho. En rigor, casi una novela absorbida por dos voces femeninas interpelándonos desde su lógica a tenor de las distintas posiciones en las que van tornando sus vidas desde el momento en que una fuerza imprevisible las modifica convirtiéndolas en irreconciliables adversarias. La misma que arrastra los incalculables propósitos de otras mujeres, como la lisiada instada a vengar su condición de estorbo por poner un ejemplo. Distintas, y de igual modo sorprendentes, son las señales que inundan casos como el del escritor cuyo caudal de inspiración guarda inauditas proporciones con el volumen de su cuerpo, o el de las misteriosas conjeturas en torno a una trágica e irreparable llamada telefónica. Buenas muestras, ambas, de la elaborada síntesis de recursos que rezuman sus tramas. Igual que aquellos versados en asuntos estrictamente literarios, como el del lector en quien recae la calculada venganza de un personaje que lo persigue desde su argumento y le convoca a contemplar su final. Como otros de los que dan cuerpo a este volumen y de los que quiere dar idea el tono sombrío de las fantásticas experiencias aquí reseñadas. En suma, una completa muestra de hasta dónde llega el saber hacer de Julia Ibarra. p. c.

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