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CULTURAL MADRID 01-07-1994 página 14
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CULTURAL MADRID 01-07-1994 página 14

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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ABC literario Novela Lucía Jerez José Martí Edición de Carlos Javier Morales. Cátedra, 1994. 206 páginas, 900 pesetas El ángel de piedra Margaret Laurence Traducción de Ángela Pérez. Muchnik Barcelona, 1994. 300 páginas, 2.400 pesetas E L valor de la obra del cubano José Martí no ha hecho sino crecer en los últimos decenios. Su ideario político, su obra poética, su prosa periodística o sus cartas y diarios constituyen, pese a su temprana muerte, los imprescindibles puntos de referencia en el origen y desarrollo del Modernismo hispanoamericano. No había pasado tampoco desapercibida la breve aportación del escritor a la novela, género sobre el que, sin embargo, se mostrará reticente. La aventura textual de Lucía Jerez coincide con la de otros textos martianos. La novela fue publicada en el efímero periódico bimensual de Nueva York, confeccionado por exiliados, El Latino- Americano en 1885. Entre los papeles que permanecieron en poder de su albacea Gonzalo de Quesada y Aróstegui figuraba la edición, corregida por la propia mano del poeta, de la novela que había sido publicada bajo el título de Amistad funesta en el citado periódico, por entregas, bajo el seudónimo de Adelaida Ral (en referencia a Adelaida Barait) Se publicó por vez primera en forma de libro, por consiguiente, en 1911, en el tomo X de Obras del Maestro y reproducida en las Obras Completas (tomo 18) de la edición oficial cubana, ahora en curso de revisión. El autor de la presente edición se remite a la puntuación de la edición original, aunque parece tomar en cuenta también las posteriores de Cintio Vitier (Ayacucho, 1978) y Manuel Pedro González (Gredos, 1969) de las que difiere. O. J. Morales ha elaborado un prólogo amplio (98 páginas) donde muestra su amplio conocimiento de la obra martiana, mostrado ya en la publicación de La poética de José Martí en su contexto (Editorial de la Universidad Complutense, Madrid, 1994) los señores sacerdotes Todo un programa; más cercano a los planteamientos de la novelística romántica de consumo que a la novela naturalista Su acción se sitúa en un país indeterminado, aunque la crítica coincide en identificaria en Guatemala, donde Martí había vivido un año y medio. Su trama es endeble. Admite en el prólogo haberia escrito en siete días, frecuentemente interrumpido por otros quehaceres Consta de 3 capítulos, sin alarde de trampa, ni plan seguro E incluso se lamenta de su naturaleza de puro N El autor ha optado por el título que reclamaba Martí en el prólogo a su revisión, texto que, sin duda, merece mayor atención de una crítica excesivamente panegírica. Allí admitirá sus reticencias sobre la novela moderna: Ya él Martí sabe bien por dónde va, profunda como un bisturi y útil como un médico, la novela moderna. El género no le place, sin embargo, porque hay mucho que fingir en él, y los goces de la creación artística no compensan el dolor de moverse en una ficción prolongada; con diálogos que nunca se han oído, entre personas que no fian vivido jamás Escribe Martí estas líneas en el mismo año en que Clarín publicara La Regenta cuando la novela decimonónica española ofrece sus mejores frutos. El escritor cubano rechazará la ficción prolongada es decir, la naturaleza misma de la novela. Y le reprochará su carácter fingido; de ahí que acentúe la naturaleza real de su historia, como en otras novelas románticas de la época. El autor viene a justificar, al definir el reparto de sus personajes, un trabajo que reconoce de encargo; puesto que la petición que se le había formulado consistía en escribir una novela hispanoamericana donde debía haber mucho arhor, alguna muerte; muchas muchachas, ninguna pasión pecaminosa; y nada que no fuese del mayor agrado de los padres de familia y de 14 cuento aunque derive su responsabilidad hacia los editores y a un público que reclama esta clase de obras. Hay cierta ironía en un mea culpa exagerado, aunque cumplió y prometió no reincidir. Pese a todo lo dicho, Lucía Jerez es uñ ejemplo estimable de narrativa que, hincada en el Romanticismo y aun en el costumbrismo, otea ya los nuevos aires esteticistas. El capítulo tercero, el del desenlace, es muy inferior a los dos primeros. Tal vez Martí se mostrara allí desbordado por la narración y optó por el sencillo camino de cerrar la historia de los funestos celos con una cierta precipitación, Y, sin duda, aparecen en ella elementos renovadores, intuiciones brillantes; todo ello arropado por el estilo sentencioso, desbordado en complejas construcciones sintácticas o resuelto con una economía verbal sorprendente, especialmente en los diálogos. Teñida por el idealismo, colorista, destacable por sus consideraciones morales, marcada con sus preferencias por el nuevo arte y los escritores que abren el simbolismo, renovador en su percepción de los nuevos modelos femeninos, en su ideal poético de la mujer, en esta novela breve de Martí aparecen numerosos elementos autobiográficos, incluso referencias a su propia creación poética. Hay temas que deben entenderse como claves ideológicas, estéticas y personales. Y, sin considerarla como una obra maestra, ilumina el fervor creador de un Martí no sólo modernista, simbolista, sino moderno. Joaquín IMARCO O se han hecho esperar. A finales del año pasado apareció Los habitantes del fuego y en apenas seis meses se publican las otras dos grandes obras de Margaret Laurence, Una burla de Dios y El ángel de piedra (todavía no he logrado dilucidar el gran misterio ¿por qué, salvo honrosas excepciones, se editan en España las obras en cronología inversa al de su publicación en el original? Las tres constituyeron lo que vino en denominarse la Serie Manawaka espacio narrativo imaginario- se correspondería con el sur de Canadá- de las novelas más importantes de la autora. Espacio narrativo que M. Laurence continuaría utilizando en obras posteriores como Un pájaro en la casa y Los agoreros (la misma editorial ya prepara su traducción) No es este el único nexo entre las obras. En todas ellas las protagonistas tratan de sobrevivir en un mundo tan opaco como anodino. En Los habitantes del fuego (ABC Cultural, número 107) Stacey MacAindra buscaba en el amor furtivo el remedio a sus desdichas. En El ángel de piedra la nonagenaria Hagar Shipley intenta encontrar cuál fue el sentido de su vida. Primero fue su padre, un hacendado comerciante temeroso de las apariencias para quien la palabra disciplina era sinónima de castigo; después su marido, el hombre equivocado, quien nunca llegó a entenderte y con quien nunca se sintió unida; por último sus hijos, que la tratan como a una inválida. Gracias a este repaso de su vida- la narración alterna sus recuerdos y el momento actual- la protagonista- narradora logra ordernar lo que ella entendía como un caos. Hagar Shipley recuerda poderosamente al personaje de Lucy Marsden, la heroína, también nonagenaria, de la novela de Alian Gurganus La última viuda de la confederación lo cuenta todo Sus vidas, a pesar del intervalo temporal, espacial y cultural, parecen gemelas. Sin embargo, Laurence logra diferenciar el mundo cognitivo del mundo conceptual. El primero se corresponde con su repaso histórico en tanto que el segundo se identificaría con su vida actual: tengo que volver a mi capullo de seda, donde estoy casi cómoda, adormecida por las pócimas. Allí puedo ordenar los pensamientos A partir del recorrido vital se van revelando, decodificando, tanto el ritual de transcendencia existencial como los elementos ideológicos y de imaginación literaria (estos últimos alcanzarán plena coherencia en Los habitantes del fuego En la configuración del personaje de Hagar, amplificado por la narración en primera persona, la autora relativiza tanto el sistema social de valores como el personal, mostrando un envidiable entusiasmo por la vida y por la liberación del espíritu. No se pretende que el lector, ni siquiera el femenino, comulgue con la filosofía de vida de esta anciana. Eso sí, la novela representa una de las posibles respuestas que se pueden dar a una existencia lacónica. Definitivamente, M. Laurence tiene una forma nueva de decir las cosas. La afirmación tal vez resulte un tanto exagerada, pero convendrán conmigo en que es, al menos, intransferiblemente personal. José Antonio GURPEGUI

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