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CULTURAL MADRID 27-11-1992 página 22
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CULTURAL MADRID 27-11-1992 página 22

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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A B C literario Dos mil años de Horacio- Fuente de inspiración permanente de la lírica occidental, Horacio mantiene hoy, al cumplirse los dos mil años de su muerte, un poderoso influjo. Cada época, cada lector lo asume de una forma, pero, invulnerables al tiempo, sus versos mantienen su capacidad de seducción. Nadie como él para plasmar el ideal del carpe diem aprovecha el momento, o para abogar por la mediocritas áurea el justo término medio. Sobre el poeta, sobre el hombre, elfilósofoy el creador escriben Luis Alberto de Cuenca, poeta y director del Instituto de Filología del CSIC; Vicente Cristóbal, profesor titular de Filología Latina; Antonio Fontán; el poeta Jaime Siles y José Luis Vidal De la República al Imperio L A vida del poeta Quinto Horacio Flaco, el primer lírico de Roma y uno de los escasos genios de la literatura universal, discurre entre el 65 y el 8 a. de C. Había nacido dos años antes del consulado de Cicerón y de la conjuración de Catllina, en pleno clima de revueltas y agitaciones en la República romana. Durante la infancia y la juventud de Horacio, Roma experimentó la más radical y definitiva de las transformaciones de los mil doscientos años que duró su existencia. En seis lustros tuvo lugar lo que Ronald Syme ha llamado la Revolución romana que puso fin para siempre a la República y estableció la Monarquía absoluta del imperio, si bien tiajo los eufemísticos y más tolerables títulos de príncipe y de cesar que se atribuyó a sí mismo Augusto, fundador del régimen. Entre los años 60 y 31- o sea, entre el primer triunvirato y la derrota de Antonio junto al promontorio de Accio, en las costas occidentales de Grecia- se sucedieron tres guerras civiles, las dos dictaduras compartidas de los sucesivos triunviros sobre la totalidad de ía ecumene más las de alguno de ellos sobre una parte del territorio, las personales de César y del propio Augusto, junto con todas las tragedias ciudadanas y los desastres políticos que suelen acompañar a situaciones semejantes: muertes y violencia, proscripciones de vencidos con ejecuciones sumarías, confiscaciones de bienes, destituciones políticas, desaparición de familias y clases y reemplazamlento por otras, etcétera. E Horacio se sabe que a los veinte años militaba activamente en las filas republicanas de los magnícidas del 44, los asesinos de César, con el famoso Marco Bruto a la cabeza, mientras que a los veinticinco, en el 38 a. de C, se hallaba incorporado al seguimiento político de Augusto, cuyo gobierno había traído la paz y la esperanza, aun a costa de la efectiva violencia institucional que significaba la acumulación de todos los poderes en la persona y figura del César. Muy pronto el príncipe se habría convertido en la calveza de las fuerzas armadas y 22 D de la Administración del Estado, de la Justicia y de las relaciones exteriores con adversarios y con aliados. En una palabra, en el amo del Estado. A partir del 38, Horacio se vinculó al círculo de poetas y escritores de Mecenas. Desde entonces será un cesariano, y muy poco después, uno de los intelectuales que concibieron y enunciaron más clara y bellamente la filosofía política y el sentido histórico y nacional del nuevo régimen. Se puede afirmar que Horacio, el rey de la forma literaria, ha sido el escritor que mejor ha acertado a extraer en expresiones lapidarias toda la fuerza expresiva y el vigor de dicción de que es capaz la lengua latina. Augusto y su régimen, e incluso la Roma de los siglos posteriores, beberían en sus versos los contenidos políticos, históricos y culturales del Imperio merced a las felices expresiones que acuñó. Horacio no sólo es el cantor de los temas de la lírica universal y de la persona y de la obra del César, sino uno de los intelectuales que formularon los ideales y los principios de la nueva Monarquía, sentando las bases de la futura tradición. El poeta era persona de extracción modesta, elevado a la amistad del César y de los demás grandes por la senda del estudio y de tas artes, entonces todavía inusual. El padre de Horacio era un liberto, antiguo esclavo de origen itálico, que había alcanzado la ciudadanía romana con toda su ciudad ápula de Venosa, en el sur de Italia, al término de la llamada guerra social o rebelión de algunos pueblos peninsulares contra el dominio de Roma. Luego trabajó como una especie de agente comercial o funcionario de la Hacienda local y llegó a alcanzar el nivel económico preciso para dar a su hijo- quizá único- la mejor educación posible en aquel tiempo. Primero lo mandó a Roma, a la escuela de Orbilio, el más famoso maestro de gramática de la urbe, severo y eficaz, algo rutinario y pegón como denunciaría el poeta años más tarde recordando la férula con que golpeaba los nudillos de los niños. Después a Atenas- e l Harvard de entonces- donde sería compañero de estu- dios de jóvenes de familias tan distinguidas como el hijo y el sobrino de Cicerón, y donde, igual que ellos, se encandiló con el magnicida Bruto, que andaba reclutando soldados y oficiales para enfrentarse a los triunviros y restablecer la República. Uno de ellos sería Horacio, que no tardaría mucho en cambiar de bando ante el fracaso de los anticesarianos y el horror de las guerras civiles, que se prometían interminables. De vuelta a Roma fue escriba del cuestor (algo así como oficial de notario) y se dio a conocer entre los poetas, aunque no sepamos con qué obra ni qué género. Pero en el año 38 era ya amigo de Virgilio, convertido también al cesarismo tras recuperar las tierras patemas que le habían confiscado los triunviros. De la mano de Virgilio llega a Mecenas, y de la de éste a Augusto. Gracias a Mecenas obtuvo independencia económica y empezó a publicar sus versos. El propio príncipe los apreció grandemente y quiso contar con él en funciones de poeta áulico y secretario personal. V p- r 1 f P ERO Horacio no aceptó entrar en la burocracia y mantuvo siempre una cierta independencia personal. Era un epicúreo y practicaba su filosofía, ue, sin embargo, leal colaborador político de Augusto y llegó a ser reconocido como uno de los amigos del príncipe amicus principis Bajo Augusto ese título era algo informal y no significaba todavía miembro del Consejo y casi ministro, como ocurriría después. Pero empezaba a parecérsele algo. ¿Horacio, político? ¿Horacio, alto funcionario del Gobierno o destacado palatino? Exactamente, no. Amaba mucho el campo, la vida retirada y una privacidad ciertamente permisiva. (No se casó nunca. Pero fue el que dio expresión al nuevo régimen, del que no se avergüenza, y cuyas radicales innovaciones advierte y define. Para él, Augusto es padre y guardián de Roma, y el Estado al que no se llama res publica sino, si acaso, res Romana se compone de dos piezas esenciales, el príncipe y el pueblo. El primero llenaba, de hecho, el lugar político que antes 1 f i 1 1 I j ocupaba el Senado. El poder era de la familia cesárea y de los palatinos, y no de los viejos patricios y de la institución senatorial. La Revolución romana había triunfado. Horacio se hallaba entre los v e n c e d o r e s F a l l e c i ó el 8 a. d e C a los cincuenta y siete años, veintidós antes que Cayo Julio César Octaviano Augusto, el hijo del dios (su divinizado padre adoptivo, el glorioso César) Antonio FONTÁN

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