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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-09-2000 página 34
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-09-2000 página 34

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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NATURALEZA K se han hecho las paces y que el buen humor reina de nuevo entre el hombre y la grulla: Jun se divierte devolviendo con el pico las pequeñas bolas de nieve que Ryoji le lanza suavemente a la cara. no, Ryoji Takahashi avanza, ianza un oye, oye claro y caluroso, y, después, corta lo que ha estado pescando en el río hace apenas diez minutos. Jun- éste es el nombre del bello ejemplar- sale con afectación de su escondite con tres zancadas llenas de dignidad; después, vocea con fuerza. Ryoji se echa a reír. La respuesta a su amistoso saludo resulta ser, al parecer, un vulgar juramento. Y es c ue ya pasan de las nueve y su desayuno se ha servido demasiado tarde. El hombre replica al insulto con un: currucu... porque, además de entender perfectamente el lenguaje de las grullas, lo practica corrientemente. Y currucu... es la palabra mágica con la que invariablemente consigue seducir a estas grandes aves y hacer que proclamen su alegría de vivir. Ha buscado durante semanas esta palabra, i n t e n t a n d o diferentes combinaciones del alfabeto silábico japonés. Hasta que un día surgió la respuesta detrás de las cañas; algo así como dos trompetazos, semejantes a los que Jun le está interpretando en este momento, emitidos por un ejemplar con la cabeza hacia atrás y el cuello tendido hacia el limpio cielo azul, mientras un fino hilo de vaho se escapa de su garganta tan negra como el ébano. Si usted, neófito, no ha captado lingüísticamente el significado de este mensaje musical, no importa. Visualmente no es difícil constatar que ByN 3 4 Intensas conversaciones Que nadie se equivoque, la actitud de Ryoji Takahashi no tiene nada que ver con una representación de circo, ni siquiera es una proeza gratuita. Director de la Reserva de Grullas Japonesas, situada a las afueras de Kushiro, ha aprovechado su extraordinaria complicidad con estas criaturas misteriosas para acumular, d u r a n t e más d e treinta y cinco años, observaciones preciosas sobre su comportamiento y su forma de vida. Datos esenciales para llevar adelante la salvación de la especie a la que Japón se ha consagrado por miedo a perder algo de su alma si este símbolo vivo de la nación llegara a desaparecer. La reserva de Kushiro se creó en 1958. Ryoji tenía entonces veintidós años e, igual que a las gallinas que picoteaban la avena que él daba a sus queridos caballos, detestaba cordialmente a otras aves. U n día recibió de su padre la orden de aceptar el único puesto remunerado que el santuario de grullas tenía disponible: el de barrendero. Y aceptó de mala gana.

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