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BLANCO Y NEGRO MADRID 27-08-2000 página 43
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BLANCO Y NEGRO MADRID 27-08-2000 página 43

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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v v m Pnr Mónicn Fernández- Arevtuno La arruga e ha salido una arruga en la frente. N o es una de esas arrugas que tienen forma de orilla, una, dos, que quieren irse por los lados como se va hacia atrás el pelo con el viento. N o esta arruga nueva, esta arruga vieja, llega con intención de quedarse, recia, como un surco de maíz vacío, como una torrentera sin agua entre los ojos: ya sé, antes de que llueva, por d ó n de correrá la lluvia cuando la mire caer del cielo. Se parece, la frente, a los troncos de los árboles, primero tan lisos, tan anodinos casi todos, y luego, con el paso de los años, estriados, algunos con dibujos reticulares, como el tronco del tulipero de Virginia, ese árbol M que resulta tan apreciado por sus flores de tulipa pero del que, a mí, lo que más me gusta, es su corteza: parece una pina de magnolio, llena de raros rombos, antiguos como el mundo, helicoidales: un tulipero no vale nada hasta que tiene arrugas en el tronco. Hay otros árboles, sin embargo, que pasan toda la vida con la corteza Usa como la piel de un niño, aunque tengan trescientos años: es el caso del haya: ni una sola estría, ni un solo dibujo deja el tiempo en su corteza de un gris azulado; sólo, en las manos, una sensación áspera, la rabia de las horas burladas. ero no es el haya el único árbol de piel lisa. El eucalipto dedica su vida a este empeño y suelta tiras larguísimas, de diez, quince, veinte metros, como queriendo pulir su corteza. Ahora que hay tantos incen- dios, las veo volar, parecen alfombras de fuego; estrechas como las de un pasillo, rojas como las de una escalera. Estas tiras, son lo primero que se quema del eucalipto, convirtiéndose en peligrosísimas pavesas que van sembrando el incendio muy lejos de donde se ha iniciado mientras hablan de los locos del fuego, cuando el más loco de todos es el propio árbol. A veces me paro en los cruces de los caminos para mirar los troncos cortados de eucalipto antes de que se los lleven, y toco su corteza lisa de vida tan corta y tan tonta, qué manía de no tener arrugas para terminar siendo celulosa: quizá crecieron demasiado rápido, y no le dieron tiempo al tiempo para que dejara algún mensaje, de esos indescifrables, que están escritos en otros troncos. La corteza del aliso gris, está llena, sin embargo, de lenticelas, poros del tamaño de una lenteja por donde el árbol respira, repartidas como signos de la página de un libro para ciegos; y quién sabe si estamos cie gos y, los árboles, que tanto saben de la tierra, que tan profundamente la conocen, llevan algo escrito en la JL corteza y nosotros, entretenidos con ui LJiuas y sus hojas de otoño, no nos hemos fijado aún lo suficiente en la belleza y el misterio de los troncos. T P al vez por eso, de todos los árboles que viven por aquí cerca, el que más me gusta es el que tiene la corteza más llena de curvas, de arrugas como esta arruga tan vieja que me acaba de nacer en la frente ¿de qué gesto? de qué tristeza? o ¿es que voy necesitando gatas para mirar los troncos? Prefiero el árbol de la vida vivida, de los surcos, las hendiduras, los escondrijos: el alcornoque: la corticeira de donde mis vecinos quitaban, cuando eran niños, trozos de corteza que se ataban a la cintura para ir a nadar al río. Y ahora, cada vez que miro al árbol, v coco su tronco, mis vecinos, que son tan viejos, se vuelven niños. BXN 4

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