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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-08-2000 página 42
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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-08-2000 página 42

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LUGAR DE LA VID Por Mónica Fernández- Acevtuno El próximo concierto de las ranas levo aquí sentada un buen rato y no hago más que mirar cómo pasan, sobre el fondo azul, una nubes blancas con el borde gris, que es el color del agua volando, mientras oigo de lejos una hormigonera dando vueltas al cemento como yo a Las palabras. Ya es por la mañana, acaba de amanecer, y no han cuajado las letras. Tal vez, lo que me está ocurriendo es que no puedo concentrarme en lo que hago porque, en reali- L mente esa nota, ese pitido desvaído, y les pregunta ¿qué creéis que es eso? dicen los chicos: un satélite; en vez de apreciar la voz del sapo proclamando a oscuras lo vieja que es la vida, lo viejo que es el mundo. ero, más que el afán por hacerse escuchar, como si tuvieran algo importante que decir a los que estamos cada vez más alejados del principio, los sapos poseen una especial determinación para irse del agua donde han nacido, como sucede, al terminar el verano, en la la guna grande de Credos, de donde sal- j drán millones de sapos que acaban de realizar la metamorfosis para dispersarse con el secreto de su música, con la dulzura de su canto, sin dejar de crecer por el camino; y así los sapos que se ven en las orillas de la laguna son más -V pequeños que los que llegan más lejos, guiados por ese e t e r n o afán de conquistar la tierra y las aguas estancadas recién nacidas, aunque no siempre de forma voluntaria. Agentes forestales extremeños, como Sabas Molina, cuentan, y este asunto podría dar pie a interesantes estudios, que las ranas vuelan, que pueden desplazarse por el aire en el pico de una garza de una charca a otra, o que, esas puestas de huevos de las ranas y ios sapos que parecen rosarios o collares de perlas traslúcidas flotando en el agua, se enredan en las patas de los pájaros o se adhieren a la piel de esos animales que, sólo por beber, se los llevan pegados de una charca a otra, cruzando los diminutos huevos fronteras que jamás podría salvar, a saltos, un sapo o una rana. Ya vuelve a sonar la hormigonera llena de cemento, de piedras y de arena, dando vueltas, me voy, no hay forma de seguir escribiendo; no para de anunciar a los cuatro vientos que ya llega el agua, el vuelo de las garzas, el secreto a voces del mundo, y el próximo concierto de las ranas. P -ige dad, lo que quisiera en esta mañana de verano es dejar de escribir para ver cómo se construye la alberca, estar donde estará el agua. Algo parecido le sucede a esos millones de personas que quieren el mar antes de haber llegado, y el río ames de oírlo, porque la atracción por el agua nos viene de muy atrás, de antes, mucho antes, de haberla sentido; y, tal vez, ese sentimiento, es lo más primitivo que hay en nosotros, que hasta un niño intuye que, en el agua, está el principio de todo. De hecho, quizá las claves de esa pequeña gran historia de la vida en el mundo se repiten, sin haber aún descubierto cómo, en cada abrevadero, en cada alberca nueva que hacemos en mitad de un campo de lino, o de un páramo infinito, mientras parecen surgir de la nada todos los croares de las ranas y ese silbido melancólico de la noche, dulce, del sapo partero. Cuenta el profesor Lizana que, cuando les pide a sus alumnos que escuchen atentaBYN 42

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