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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-08-2000 página 56
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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-08-2000 página 56

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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na luna de oro extiende su luz sobre un cielo de nieve. La Patagonia chilena parece inmovilizada en este escenario de alabastro. Son las tres de la mañana y el Terra Australis este hermoso barco de 114 pasajeros, se abre camino en la noche por la Avenida de los Glaciares, al sur del Sur profundo, a través del Estrecho de Magallanes y el Canal Beagle. Parece que navegamos sobre una llanura de hielo rodeados de estrellas, orientados por las blancas estelas de los glaciares, inmersos en la indescriptible belleza de un espejismo de mármol. En pocos lugares del universo se podrá descubrir la grandiosa proyección de la naturaleza como en este reino de los hielos milenarios conocido como el Fin del Mundo. De día nos envuelve un sol radiante y, a pesar de encontrarnos tan cerca del Cabo de Hornos azotado por la violencia de los vientos, los rugientes 40 c ¡ue le convierten en la zona de navegación más peligrosa del mundo, nuestro barco discurre plácidamente entre los canales y los fiordos como si en este crucero navegáramos por un espejo de cristal, protegidos por estos gigantescos guardianes de nieve que configuran la cordillera Darwin. La travesía, de una semana de duración, comienza en Punta Arenas y llega hasta Ushuaia, dos de las ciudades más U australes del mundo. Después se regresa al lugar de origen por fiordos y canales diferentes, descubriendo a lo largo de 1.850 kilómetros la grandiosidad de una natutaleza absolutamente virgen, como sucede con el Canal Gabriel que se abre a un sorprendente anfiteatro de glaciares. Dos veces al día tiene lugar un desembarco en lugares privilegiados a los que no se podría llegar de ninguna otra forma. El Glaciar Marinelli, el Brookes, el Serrano, uno de los más espectaculares, o la bahía de Yendegaia donde se pueden observar los asentamientos de los indígenas nativos, los indios Yamanas. A través del brazo principal del Canal Beagle se llega hasta el Glaciar Pía, una brillante masa de hielo en movimiento que procede de la cordillera Darwin. Mientras el Terra Australis navega junto al Glaciar Garibaldi, asistimos a un espectáculo desliunbrante. El glaciar emite largos lamentos, trepidantes como truenos, ruidos sordos que parecen gemidos, disparos secos. El sol amenaza con despedazarlo. El gigante blanco se empieza a desmoronai; mientras una avalancha de hielo cae sobre el mar. Los delfines saltan a nuestro lado jugando con la espuma del barco y éste se detiene frente a un apostadero de lobos marinos. Alrededor de cincuenta de estos gigantescos animales de cerca de mil kilos permanecen tumbados sobre las ro-

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