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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-07-2000 página 6
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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-07-2000 página 6

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Por Juan Manuel de Prada- ¿Adiós al macho? a virilidad ha dejado de cotizar en la bolsa del galanceo. Un hombre que cimente sus aproximaciones en el exhibicionismo de modales abruptos o tiránicos, castigadores o apenas masculinos recaudará desplantes y chuflas por doquier, y deberá conformarse con arrastrar el sambenito de reliquia viviente. El arquetipo del tenorio, que creíamos imperecedero, se ha revelado obsoleto e irrisorio; quien aún incluya entre sus estrategias amatorias aquel matonismo sentimental que caracterizaba a los machos de antaño se arriesga a que lo encierren en una jaula, como si de un ornitorrinco se tratase. La emancipación femenina no consistía tan sólo- como algunos ilusos pensaban- en que las mujeres compartiesen responsabilidades que la tradición adjudicaba al hombre; una vez alcanzada esa cesión, las mujeres, hartas de la compañía masculina, han iniciado una batalla muy soterradamentc taimada que no cejará hasta lograr el desalojo del hombre, su expulsión de ese paraíso de dominio que durante siglos había usufructuado en exclusiva. Los sociólogos más propensos al eufemismo aseguran que las mujeres han abordado la conquista de la igualdad; pero cualquier persona dotada de una mínima perspectiva histórica sabe que los movimientos sociales no se fraguan con propósitos tan pacíficos, sino con la intención depredadora de sojuzgar al prójimo e invertir los privilegios. El sexo fuerte no anhela su equiparación con el hombre, sino el derrocamiento y la extinción de un reinado milenario que ya le resulta enojoso. L transformándose en una estrategia taimada (tan taimada como la que ha empleado la mujer para defenescrarlo) ardua y minuciosa que quizá tarde siglos en coronarse, una estrategia que, en su avance lento y encarnizado, irá dejando un reguero de bajas y defecciones. Y A l hombre, súbitamente desposeído de aquellas prerrogativas de las que, por inercia, se creía legítimo destinatario, le aguarda un páramo de desconciertos que tardará cierto tiempo en atravesar. Aquellas artimañas que otrora empleaba, aquellas tretas de embaucador o filibustero que le servían para ejercer su mandato se revelan ahora tan inútiles como cachivaches de latón. Huérfano de aquellas arraigadas certezas que fundamentaban su supremacía, el hombre se mira ante el espejo de su vergüenza y se tropieza con un ser sin atributos, o dotado de unos atributos arqueológicos que ya no desempeñan su cometido. La inversión de roles sociales protagonizada por la mujer ha instaurado un matriarcado que, a medida que se consolide, irá arrumbando al hombre a los arrabales de la esclavitud (porque, repico, la igualdad es una utopía propugnada desde la beatería laica más merengosa; las relaciones humanas siempre se han regido por la depredación) La perplejidad que su nuevo estado subalterno ocasiona en el hombre irá pronto a estamos presenciando la mortandad que esta silenciosa guerra ocasiona en las filas masculinas. ¿Nadie se ha detenido a explorar las causas del auge de la homosexualidad? Ciertamente, el clima de tolerancia ha favorecido el desalojo de aquellos armarios donde, hasta hace poco, se hacinaban clandestinamente los homosexuales; pero su proliferación tumultuosa nos hace pensar que, junto a los homosexuales con pedjgrí, se alistan los homosexuales advenedizos, o sea, quienes han desertado de su antiguo ejército, apabullados o rendidos ante la pujante voracidad de las mujeres mandonas. Y, junto a estos desertores, se halla la legión de los hombres que, muy astuta y bellacamente, han dimitido de su virilidad anacrónica, de su prepotencia de machotes sobradísimos, para adoptar ciertos modos, ciertas estratagemas cosméticas, que los aproximen a los gays. El hombre ha incorporado a su galanteo actitudes que, hace apenas unos años, le hubiesen valido el baldón de mariconazo; hoy esas actitudes nos parecen saludables, higiénicas, incluso de una modernidad mareante, algo así como el colmo de lo roo Pero no nos dejemos atontar por sociólogos de pacotilla: el hombre no ha renegado de ese machismo atávico que lleva inscrito en la entretela de los genes; se ha limitado a reprimirlo, bajo los afeites de un disfraz seudogay, para que la mujer se confíe y poder algún día desalojarla de la poltrona que le arrebató. El macho acecha, depredador y ofuscado por la rabia, deseoso de vengar la afrenta y restablecer su hegemonía. ByN 6

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