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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-2000 página 62
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-2000 página 62

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Por Manuel Martín Ferrand Cenar al aire libre esde que la horchata se ha convertido en un refresco industrial, Valencia ha perdido un pregón de verano y los madrileños, naturales o residentes, nos hemos quedado sin uno de los gozos estivales. Todavía llegué a tiempo, cuando estudiante, para conocer y sorber- líquida, semilíquida, o granizada- la magnífica horchata de chufas que despachaban, durante el verano, en Candela (Infantas, 2 2) En invierno vendían esteras de esparto y persianas enrollables como sus antecedentes, en el salto del XIX al XX, en la Puerta del Sol y en la Carrera de San Jerónimo. Cerró Candela, y cerraron al tiempo algunos aguaduchos y quioscos en que se prensaban diariamente las chutas y (s. e. u. o. todas las horchatas que se nos alcanzan hoy tienen marca y han perdido el encanto de aquellos refrescos previos, en España, a la Coca- Cola que. por cierto, llegó muy tarde y la conocíamos, sólo, por las películas de Hollywood y los anuncios de la prensa y las revistas extranjeras. D quedó en un localito y, finalmente, cedió el espacio a uno de esos negocios impersonales, y seguramente más rentables, que tanto le gustan a la Nueva Economía. Alguna terraza supervive, más por el prestigio del local que por lo que significan de negocio tras la requisa municipal; pero, nuevos tiempos, lo de ahora son las terrazas al margen de la calle en las que se cena. La reina de todas ellas, la de más aforo, es Currito (Pabellón de Vizcaya en el recinto ferial de la Casa de Campo) Empezó como un popular merendero vasco, asando sardinas, y ha evolucionado a uno de los notables restaurantes de Madrid en donde, por cierto, sienta sus reales la Asociación de Amigos de la Boina que anima Alfredo Amestoy, más contento con esas actividades platónicas que con el ejercicio periodístico en el que es maestro distante. r a Currito, y cenar bajo los árboles, es como acudir a uno de los merenderos que justifican las romerías del Cantábrico. A su tradición de buen asador vasco se añade, ya desde hace años, una buena cocina que gobierna José Carlos Rodríguez, sobrino de Currito y artista, entre otras gracias culinarias, en la preparación del incomparable bonito del norte. N o confundir con el atún que, aún siendo de la misma familia, es otra cosa. En el centro superviven algunas terrazas de las clásicas, como la del Hotel Ritz (Plaza de la Lealtad, 5) la de Sacha (Juan H u r t a d o de Mendoza, 11) o la de La Ancha (Príncipe de Vergara, 2 0 4) Las hay también de nueva planta. Ejemplos; El Chaflán (Pío XII, 34) o La favorita (Covarrubias, 2 5) en donde, en el interior, los camareros cantan ópera para compensar, quizás, la escasez de la cocina. I n aquellos tiempos que evoco, sin aire acondicionado que nos produjera torticoÜs, la otra opción veraniega eran las terrazas que los cafés y los bares instalaban en las calles. El Ayuntamiento, siempre tan amable, las castiga hoy con grandes tasas y ya son pocos los establecimientos que se aventuran a costearlas. El mítico Café Fornos, en la esquina de la calle Alcalá con la de Peligros, en donde cantaba Julián Gayarre, en un reservado y para sus íntimos, cuando pasaba por Madrid, a donde iba de tapadillo Alfonso XII con sus amigos y en donde, comenzando el siglo, se ofrecían menús de terraza a dos pesetas, cerró cuando la Guerra. Le sucedió en el mismo local el Café Riesgo, que mantuvo la terraza y acreditó la leche merengada hasta que fue a menos, se ByN 6 2 E s imposible abarcar el repertorio de terrazas, especialmente en los lugares turísticos y de verano, pero todas tienen su interés en el ecosistema. En las terrazas nos alimentamos los cristianos y, a su vez, los mosquitos, atraídos por las luces, se alimentan en las canillas de los caballeros y en los brazos de las señoras. La cadena de la vida no se i n t e r r u m p e y los a y u n t a m i e n t o s más voraces q u e las p e r s o n a s y los mosquitos, encuentran otra vía más para la sangría fiscal de sus vecinos. E

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