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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-2000 página 6
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-2000 página 6

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ANIMALES DE COMPAÑÍA Por Juan Manuel de Prada Waldemar Daninsky a editorial estadounidense Midnight Marquee Press acaba de publicar las Memorias de un hombre lobo (existe edición española en Alberto Santos Editor) de Jacinto Molina, más conocido en las noches de plenilunio como Paul Naschy, que se incorpora así a una colección de biografías reservada a las leyendas más perdurables del cine de terror: Bela Lugosi, Boris Karloff, Peter Cushing o Christopher Lee. Coincidiendo con la publicación de este libro, Paul Naschy recibirá un homenaje de SUS ÍI J transatlánticos (que se cuentan por millares) reconociendo su ingreso en la cofradía selecta de actores del cine fantástico cuya mera presencia se ha convertido en un emblema impermeable a las modas. L parecido en películas de culto, como la recóndita El espanto surge de la tumba de Carlos Aured. ero sin duda la creación más inmortal y nítida de Paul Naschy ha sido la de Waldemar Daninsky ese licántropo atribulado y tortuoso, seductor y viril, ensimismadamente misántropo, peregrino a través de geografías y de siglos en pos de su redención, que sólo obtiene cuando una bella muchacha enamorada se resigna a atravesarle el corazón con una cruz de plata. Con la creación de Waldemar Daninsky, Naschy aportó al cine un icono que la literatura no le había suministrado. Sí las obras de Bram Stoker y Mary Shelley habían convertido a Drácula y a la criatura de Frankenstein en sendos prototipos imperecederos, el hombre lobo permanecía aún confinado en el difuso ámbito de las leyendas, huérfano de rango artístico. Aunque autores de talento tan indubitable como Stevenson. Merimée, Saki o Blackwood habían elegido la licantropía como asunto de sus ficciones, no habían logrado crear un arquetipo que fuese capaz de compendiar los rasgos multiformes que hasta entonces se atribuían al hombre lobo. Ni siquiera la destartalada serte de películas protagonizada, allá por los años 40, por un vacuno Lon Chaney Jn, intérprete de escaso brío y excesiva estolidez, habían conseguido aportar una criatura de proyección universal. Tuvo que ser Jacinto Molina quien, recopilando y refundiendo elementos de la tradición folclórica, literaria y cinematográfica, más el aditamento de algunos rasgos propios de su turbulenta imaginación, concibiese a Waldemar Daninsky, un hombre lobo de psicología atormentada, víctima de sucesivas reencarnaciones que alargan su condena a lo largo de los siglos, como en un infierno de eternidad. A lo largo de un copioso ciclo de películas que abarcan tres décadas, Paul Naschy ha ido puliendo la personalidad de este monstruo humanísimo, investido de un patetismo primigenio que nos recuerda a los héroes de las tragedias clásicas. Títulos insoslayables, como la inaugural La marca del hombre lobo o la excelsa La noche de Walpurgis firmada por un inspiradísimo León Klimowsky, o los dirigidos por el propio Jacinto Molina, como El regreso del hombre lobo o La bestia y la espada mágica acrecientan la magnitud de este mito urdido por un español a quien ahora homenajean los estadounidenses, mientras aquí no le dedicamos ni un triste ciclo televisivo. La ingratitud, ese vicio tan autóctono, ha hallado en Jacinto Molina a uno de sus destinatarios más asiduos. P on muchas las aportaciones de Jacinto Molina Paul Naschy a este género que los puristas desprecian, con esa forma de engreimiento intelectual que nace de la cerrazón de espíritu. N o hay monstruo del santoral fantaterrorífico que Naschy no haya incorporado a su curriculum; en la maltratada y arrebatadora El aullido del diablo por ejemplo, se atrevía a interpretar; en un ejercicio camaleónico que deja chiquito a Lon Chaney, a cuanto monstruo o villano se ha asomado al celuloide, desde la criatura de Frankenstein a Fu Manchú, desde el Fantasma de la Opera al taimado Rasputín. Además de contribuir a la divulgación de monstruos con pedigrí, Paul Naschy ha añadido a este repertorio algunos de su propia invención, como el doliente y zaherido Jorobado de la Morgue (una versión castiza del Quasimodo de Víctor Hugo) o el sanguinario Alaric de Marnac, trasunto de Gilíes de Rais, que ha comByN s S

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