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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-06-2000 página 67
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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-06-2000 página 67

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TECNOLOGÍAS FRONTERA Existe otro Gran Hermano más serio y real que el televisivo: el de las cámaras desplegadas en carreteras, calles y edificios El otro Gra Hermano edJa Europa está embelesada fisgando las cuitas y evoluciones de unos cuantos desesperados en ese telefenómeno llamado Gran Hermano Nada en contra, no es cuestión de clamar contra los placeres morbosos, sobre todo si alcanzan enormes cuotas de pantalla y sirven como tema de palique. Pero francamente, Gran Hermano aburre. Aburre porque es blando. Blando porque es un simple circuito cerrado y se refiere a una fracción tan infinitesimal de la realidad- los protagonistas- que sus peripecias se tornan irreales, irrelevantes. La realidad no son los observados, sino los espectadores, la mayoría absolutamente abrumadora que contempla el programa de forma pasiva. Por fortuna, existe otro juego, otro Gran Hermano Uno que va absolutamente en serio y en el cual participamos todos. Desde los anos setenta, los ciudadanos de las sociedades desarrolladas nos hemos ido acostumbrando a la presencia de pequeñas cámaras de video que vigilan nuestros movimientos y a las que saludamos de vez en cuando al entrar en un almacén, un banco, un metro, un edificio oficial, un campo de fútbol... También nos sabemos vigilados por otras cámaras instaladas en autopistas, carreteras, calles... En prácticamente todos los paises de nuestro entorno se da esta práctica, aunque unos van más avanzados que otros. Así, mientras en Estados Unidos el gobernador de Virginia, James S. Gilmore lll, veta la vigilancia en cruces de carreteras porque utilizar cámaras en las calles suscita preocupación respecto a la libertad individual y en Nueva York el Camera Surveillance Project no para de agitar contra las casi 3.000 cámaras, privadas o públicas, que captan el movimiento en las calles de la megápolis, los ingleses apenas rechistan por haber llegado a una situación alarmantemente cercana a la descrita por su compatriota Orw ell en 1984 En el Reino Unido, el ciudadano medio sabe que al cruzar la puerta de sg hogar va a ser filmado unas 500 veces a la semana, unas 70 veces al día, una vez cada veinte minutos. Aunque nadie lo afirma a ciencia cierta, en estos momentos se baraja la cifra conservadora de un millón de sistemas de cámaras de vídeo que operan en las calles, las tiendas, los bares, los servicios públicos, los parques, las cabinas de teléfono... incluso en una lata de Coca- Cola usada para pillar a los que dejan basura en los parques. La tendencia va hacia arriba, lo mismo que la tecnología. El Gobierno laborista, empeñado en no ser acusado de laxitud con el crimen, invertirá cerca de 36.000 millones de pesetas en 20.000 nuevos video- sistemas de alta definición y reconocimiento facial automático. También tiene la intención de cubrir todas las carreteras principales del país en cinco años. En la misma línea, el servicio de contraespionaje inglés, el MI 5, dedicará casi 7.000 millones de pesetas a la construcción de un centro para controlar todo el correo electrónico que entre o salga de las islas. Esta situación constituye un aumento innegable del intrusismo estatal en la intimidad de las personas y la pregunta es si merece la pena. Dejando de lado boutades como la del del alcalde Giuliani de Nueva York sobre que no puedes esperar intimidad en lugares públicos lo cierto es que debe existir un equilibrio entre los beneficios (combatir el crimen) y las desventajas (la injerencia del Estado y otros poderes en la vida de los individuos) Por supuesto, vivimos en democracia y en libertad, pero los argumentos aducidos por la Policía o las empresas tienen cierto aire con los utilizados en libro de Orw ell por el ministro de Represión Interna: Cambiar algunos derechos en la intimidad por un incremento en la seguridad, es un precio que vale la pena El nazismo y el estalinismo también los usaban con rigor implacable y resultados satisfactorios. Parece ser que mientras las cámaras de tráfico son efectivas como disuasión, las de seguridad traen consigo una disminución del crimen en el área que cubren, pero la criminalidad global no baja demasiado. Simplemente, se traslada a bocacalles no vigiladas y aún más desiertas. Lo único fumable acaban siendo borrachos o rateros novicios. Según la lógica dominante, la respuesta consiste en aumentar el número de cámaras hasta cubrir el último centímetro de acera, la última esquina de la calle. Y en ello estamos. En realidad, se trata de una cuestión de medida y somos nosotros quienes hemos de decidir hasta qué punto nos parece natural ser vigilados en un probador de ropa, si nos sentimos cómodos sabiéndonos filmados cuando besamos a alguien, si nos divierte comprobar por vídeo interno lo que hacen los vecinos en la piscina de nuestros adosados o si nos tranquiliza saber que nuestra imagen fumando en los lavabos de la empresa quedó guardada para el porvenir. Puede que nos dé lo mismo, que no necesitemos intimidad. Tal vez nuestras vidas ya son transparentes. BVN 67

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